jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 6

 


A la mañana siguiente, ¡cómo no!, al abrir mis ojos lo primero que vi fue el rostro de ese irritante niño, que estaba acurrucándose a mi lado en busca de calor, o tal vez de un poco del cariño que nunca recibía, ya que siempre que dormía junto a mi cogía una de mis manos entre las suyas.


Como siempre hacía en estos casos, después de mirarlo un poco apenada porque sus padres no le daban a Pedro el amor que se merecía, acaricié con cariño sus cabellos…, y tras este bonito gesto lo tiré de mi cama con un contundente empujón. Por supuesto, cuando despertó me hice la dormida simulando que todo había sido un accidente.


Pedro, como tenía por costumbre, se marchó de mi habitación de manera tan silenciosa como había entrado y volvió a su casa donde, lamentablemente, sus padres estaban tan poco pendientes de él que nunca se daban cuenta de su ausencia. Podría haberme apiadado un poco más de ese molesto niño bueno si no fuera porque mi preciado oso, que siempre dormía conmigo, desapareció después de esa noche, y cada vez que le preguntaba a Pedro por su paradero, él cambiaba de tema.


Para que dejara de incordiarlo con mis reclamaciones, o tal vez porque le di pena, un día apareció en mi habitación un oso de peluche tan enorme como Hérnan, pero éste, al contrario que el primero, era muy bonito y adorable, y en su cuello tenía como adorno una horrible pajarita que me recordaba las que solía utilizar ese adorable niño que tanto me fastidiaba.


Sin duda, Pedro lo había hecho a propósito.


Pensé en arrojar su regalo por la ventana, pero entonces recordé que podía fastidiarlo de una manera mejor. Decidida a poner mi plan en marcha, bajé por la escalera hacia el lugar donde solía hallar a mi abuela: la maravillosa cocina donde ella hacía los mejores platos del mundo.


Como mi abuela era muy habilidosa y siempre le encantaba hacer cosas que tuvieran que ver con las labores del hogar, no dudé en preguntarle sobre la idea que me rondaba por la cabeza. Me senté silenciosamente en uno de los taburetes de la cocina y, mientras ella preparaba la masa de unas deliciosas galletas y mi abuelo leía la sección de deportes de su periódico, dejé caer de improviso: 

—Abuela, ¿tú me podrías enseñar a coser?


Mi abuelo se quedó boquiabierto y dejó caer su periódico; mi abuela se quedó paralizada con el rodillo de amasar alzado sobre la masa de galletas. Luego, como si mis palabras fueran las más perturbadoras del mundo, los dos se dirigieron hacia mí. Mi abuelo no dejaba de ponerme la mano en la frente.


—No, querida, parece que no tiene fiebre. No obstante, voy a llamar a Jose ahora mismo —manifestó mi abuelo justo antes de salir apresuradamente de la cocina para hacer que uno de mis ocupados tíos corriera hacia su casa para hacerme una revisión.


Desde mi asiento me crucé de brazos, muy molesta por el comportamiento de mis mayores, y me quedé observando bastante enfadada cómo se alejaba mi abuelo, sin dejar de acribillarlo con una de mis miradas. Yo ya sabía que era muy poco femenina y que apenas me gustaban esas cosas tan espantosas de las labores domésticas, ¡pero tampoco era para ponerse así!


Aunque lo de mi abuela fue peor...


—¡Por fin te interesan las tareas del hogar! ¡Ya sabía yo que este momento llegaría! Seguro que todo se debe a un chico, ¿verdad que sí, cariño? —preguntó, muy emocionada, mientras iba de un lado para otro de la cocina.


—Sí, abuela. Se debe a uno muy especial —mascullé entre dientes, recordando cómo quería golpear a Pedro por haber hecho desaparecer mi preciado oso sustituyéndolo por otro demasiado bonito y angelical para su bien —. Abuela, ¿me vas a ayudar o no? —pregunté, impaciente por empezar cuanto antes mi venganza contra ese altivo idiota.


—¡Espera que se lo cuente a tu madre! Se emocionará muchísimo y…


Antes de que mi abuela terminara sus palabras, mis preocupados padres entraron en la cocina acosándome con preguntas sobre cómo me encontraba, qué tal estaba, si me había golpeado en la cabeza… y enseguida llegó también mi tío Jose con su maletín de médico, que corrió hacia mí apartándolos a todos de su camino.


—¿Qué te ocurre, Paula? ¿Estás bien? —preguntó mi madre, poniendo una de sus manos en mi frente a la vez que tío Jose metía un termómetro en mi boca.


Definitivamente, mi familia me hacía enfurecer en ocasiones con su alocado e irracional comportamiento; después de todo, yo sólo le había hecho una simple pregunta a mi abuela y tampoco era para tanto.


—¿Qué ha ocurrido? —interrogó mi preocupada madre a mi abuela mientras los presentes me impidieron contestar agobiándome con sus cuidados.


—Me ha pedido que le enseñe a coser, y creo que es porque le interesa un niño —contestó mi abuela sin disimular su alegría, haciendo que mi madre sonriera y que mi padre y mi abuelo gritaran al unísono una desgarradora negativa.


—¡¡¡Noooo…!!!


Y, antes de que todo el caos que me rodeaba se volviera más ruidoso y absurdo, con mi abuelo enseñándome folletos de internados para chicas, totalmente apoyado por mi padre, o mi madre y mi abuela planeando otras actividades femeninas que pudieran interesarme, me bajé del taburete, le devolví bruscamente el termómetro a mi tío, y fulminándolos a todos con una de mis miradas, le comuniqué a mi abuela:

—¡Déjalo, abuela! Ya me las apañaré con pegamento y grapas.





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