Un año después
—¡Ese niñato me está cabreando! —exclamó Eliana, muy enfadada con la situación que estaba viviendo su hija, cuyo corazón todavía sufría por un amor que no había podido llegar a olvidar.
—¿Qué quieres que hagamos, Eliana? ¿Lo traigo a punta de pistola y hago que le pida perdón de rodillas? —dijo Alan irónicamente hasta que advirtió que Eliana comenzaba a tomar en serio su proposición e intentó hacerla desistir de esa alocada idea—. Por si acaso tu cabecita ha comenzado a maquinar algo, te recuerdo que no debemos interferir en la vida de nuestros hijos, tan sólo mostrarles el camino y estar allí para cuando ellos tropiecen.
Bufando por su descontento, Eliana ignoró las sabias palabras de su marido para seguir urdiendo uno de sus planes que, con toda seguridad, sería él quien tendría que llevarlo a cabo, estuviera de acuerdo o no.
Repiqueteando nerviosamente con los dedos encima de la mesa de la cocina, Eliana expuso una vez más cada una de las razones por las que no le gustaba el hombre que había jugado con el corazón de su hija. No obstante, siempre insistía en la misma cuestión.
—No me gusta la persona de la que se ha acabado enamorando Paula; es egoísta, le hace daño y no la valora en absoluto. Sin embargo, quiero que traigas a Pedro de vuelta para que Paula se reconcilie con ese hombre y le perdone todo lo que le ha hecho, o bien, para que lo aparte de su vida para siempre y siga adelante de una vez.
—Una idea fantástica, querida, pero ¿cómo lo hago?
—Tú mantenías conversaciones con ese chico desde que era un mocoso; eras su confidente, así que ya se te ocurrirá algo —manifestó Eliana, dando un contundente golpe en la mesa mientras se levantaba zanjando la discusión y ofreciéndole una enorme sonrisa a su marido, dejándole claro que no había otra opción para él que hacer lo que ella le sugería.
—Me encanta cuando me pones las cosas tan fáciles, Eliana —ironizó Alan, derrumbándose sobre la mesa de la cocina.
—Alan, Paula no es la misma desde que volvió. Ese corazón roto con el que carga, desde que regresó a casa hace ya un año, no ha sanado y es más que evidente que entre ella y Pedro quedaron muchas cosas por decir. Quiero que vuelvan a encontrarse para que todo quede aclarado entre ellos y para que ambos sigan adelante con sus vidas, ya sea juntos o separados.
—Sé que, aunque me pese, tienes razón una vez más, Eliana. Pero sé razonable: no puedo obligar a ese muchacho a volver a Whiterlande. El niño que yo conocía ha crecido y, por lo visto, ha cambiado bastante. —Alan intentó una vez más convencer a su irracional mujer, pero cuando se trataba de proteger a sus hijos, su esposa no era racional en absoluto.
—Lo sé. En ocasiones, las personas ignoramos los sueños que teníamos cuando éramos niños o, simplemente, éstos cambian con el tiempo. Por eso quiero que vayas a por Pedro y le recuerdes lo que ha dejado escapar —dijo Eliana mientras depositaba sobre la mesa un viejo papel que había encontrado.
—Vale, me presento ante él, le pego una paliza, lo ato, lo amordazo y lo traigo en el maletero del coche, ¿no? Si lo consigo sin que me arreste la policía sin duda seré todo un héroe —apuntó Alan sarcásticamente mientras daba la vuelta al viejo papel que tenía delante para ver de qué se trataba.
—Querido, creo que tendrás que perfeccionar un poco ese plan tuyo — contestó Eliana, aún decidida a que su marido hiciera lo que ella le había pedido.
—Eliana, ¿qué es esto? —preguntó Alan, sorprendido al ver entre sus manos una lista escrita por su hija cuando era pequeña, con su letra infantil, cuyo encabezado decía «Mi chico malo». A continuación, se podían leer algunos puntos escritos en ella sin demasiado orden e incompleta, seguramente porque Paula era tan alocada como él y, al contrario que a su madre, no le gustaba planificar nada, sino dejarse llevar.
—Aquí tienes tu excusa para traer de vuelta a Pedro.
—Lo vas a hacer sufrir tanto como me hiciste sufrir a mí, ¿verdad? — preguntó Alan con una sonrisa al recordar lo que conllevaban las malditas listas de Eliana.
—Si ese chico no tiene lo que hay que tener para intentar ser el hombre que Paula desea, definitivamente no la merece. Y si es así, lo quiero fuera de su vida.
—No todos los hombres son perfectos —le dijo Alan, haciéndole ver que él nunca había llegado a cumplir todos los requisitos de la lista que ella misma le dio en cierta ocasión.
—No quiero un hombre perfecto para nuestra hija, Alan. Ahora sé que eso no existe. Pero sí quiero uno que haga todo lo posible por conseguir su amor, por merecer su amor… —contestó Eliana mientras le daba un cálido beso al hombre que una vez le mostró esa verdad.
—Ese chaval no puede ser como yo —anunció Alan jactanciosamente, devolviéndole el viejo papel a su mujer, sin saber si seguir adelante o no con el descabellado plan de Eliana.
—No, querido, la exigencia es muy alta para que él se convierta en un perfecto sapo..., pero tal vez llegue a chico malo —declaró una risueña Eliana mientras golpeaba pensativamente su boca con esa olvidada lista.
—Está bien, me lo pensaré —anunció Alan finalmente, recapacitando sobre cuál sería la mejor forma de ayudar a su hija.
Pero cuando Paula se adentró en la cocina con ojos llorosos, sus racionales ideas sobre ayudarla sin interferir demasiado volaron por los aires.
—¿Y esas lágrimas, cariño mío? —preguntó Alan mientras secaba el desolado rostro de su hija.
—Nada, papá… sólo es que algunos recuerdos duelen, pero ya se me pasará —repuso Paula, mostrando una falsa sonrisa con la que intentaba simular una vez más que no le ocurría nada.
Luego, sin apenas desayunar, Paula se marchó corriendo a su trabajo, en donde intentaría ocultar su tristeza como solía hacer habitualmente, aunque no le saliera demasiado bien.
Tras un gruñido desaprobador hacia esa situación que ya se había prolongado demasiado, tal y como decía Eliana, Alan acabó por rendirse a la evidencia y reclamó a su esposa:
—¡Dame esa maldita lista!
Llena de satisfacción por tener razón una vez más, Eliana la depositó en manos de su marido con una complacida sonrisa.
—Creo que necesitaré ayuda —confesó Alan después de negar con la cabeza al observar de nuevo las ridículas ideas infantiles de su hija acerca de cómo debía ser su hombre ideal.
—¡Ah! Y una cosa más, Alan: hazlo sufrir —exigió vengativamente Eliana, recordando las lágrimas que su hija había derramado por ese hombre, que no se las merecía.
—No te preocupes, Eliana; si no lo hago yo, definitivamente lo hará esta jodida lista.
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