jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 69

 


2. Que sepa defenderse y siempre gane todas sus peleas.


—Bueno, chaval, creo que podemos tachar este punto de la lista —anunció Alan mientras se compadecía del maltratado muchacho que descansaba en una de las sillas de la pequeña habitación de hotel que compartían, ya que Pedrodespués de adquirir su nueva moto, se había quedado sin dinero, sin sus caras pertenencias e incluso sin su orgullo después de salir en paños menores de ese establecimiento de moteros.


Aun así, Alan se preguntaba si para Eliana sería suficiente la tortuosa experiencia por la que había pasado Pedro para calmar su genio, o si, como sospechaba, su vengativa mujer exigiría más de la sangre de ese chico. Tras recordar lo difícil que lo tuvo él mismo en el pasado con una lista similar, Alan dedujo que no, y cuando recordó las lágrimas que su pequeña Paula había derramado en más de una ocasión a causa de Pedro, llegó a la conclusión de que él tampoco estaba satisfecho todavía con su pequeña venganza contra ese chaval.


—No sé yo qué decirte —intervino maliciosamente José mientras acariciaba su barbilla, intentando aparentar que estaba pensando en algo más profundo que no fuera el joder un poco a ese chaval por todos los errores que había cometido.


Pero como lo conocía desde la infancia, Alan no albergaba ninguna duda de que su amigo y cuñado quería tener su parte en esa revancha, ya que a él también le disgustaba que alguien hubiera hecho llorar a su sobrina.


Pedro levantó la fría lata de cerveza que apoyaba en uno de sus ojos, que comenzaba a tornarse de un intenso tono morado, y sin poder evitarlo, los fulminó con su mirada mientras comenzaba a maldecir a esa colección de barbaridades que lo traía de cabeza.


—Dame eso, tío Alan —pidió Nicolás, sin duda el más blando de todos los Lowell y el único que se compadecía realmente de Pedro. Y mientras le arrebataba la lista a su tío Alan y reprendía a su padre con una de sus más severas miradas, no dudó en tachar ese maldito punto, fuera cierto o no que Pedro lo hubiera conseguido. Luego, sin más se la devolvió a Alan.


Éste sonrió ante el atrevimiento de su sobrino, y después de ver a Pedro suspirando de alivio decidió continuar con el castigo que Eliana se había empeñado en que le diera a ese muchacho y, de paso, disfrutar un poquito con esa tortura hacia el hombre que había hecho sufrir a su niña.


—Veamos el tercer punto. Alan leyó:


3. Que tenga el aspecto de un chico malo.


—¿Y cuál se supone que es el aspecto de un chico malo? —preguntó Pedroconfuso, mientras intentaba ver a través de su inflamado ojo al hombre que se burlaba de nuevo de él al esgrimir esa inalcanzable lista delante de su cara.


Todos los hombres que se encontraban en esa habitación se miraron unos a otros buscando una respuesta, y poniendo palabras a lo que todos pensaban acerca de las atolondradas ideas que algunas veces tenían las mujeres, Alan comentó con ironía, sin contestar a la pregunta de Pedro:

—Me encanta la lógica femenina, ¿a ti no?


Pedro suspiró, y desplomándose en la silla, abandonó sus esperanzas de encontrarse más cerca de satisfacer las exigencias de esa mujer.


—¡No te preocupes, chaval, nosotros te ayudaremos! —anunció alegremente Daniel. Y mientras esas palabras lo habían animado cuando era pequeño, en esos momentos lo único que lograron fue que Pedro comenzara a temer por el nuevo lío en el que, con toda seguridad, lo meterían esos irresponsables individuos que aún estaban furiosos con él. Muestra de ello eran las malévolas sonrisas que lucían mientras planeaban cómo «ayudarlo» a superar un nuevo obstáculo que tal vez no sería tal si ellos decidiesen no otorgarle su auxilio.


—No te inquietes, para esta ocasión tengo a la persona adecuada para averiguar cómo podemos cumplir con este difícil requisito; no obstante, no sé cuánto te costará —anunció Alan mientras llamaba a alguien por teléfono. 


antes de que comenzara la conversación telefónica, Pedro se imaginó qué miembro de la familia Lowell lo «socorrería» en esa ocasión, algo que lo llevó a temerse lo peor.




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