jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 80

 


—¡¿Quién coño eres y qué haces aquí?! —gritaba Paula una y otra vez al intruso que se había adentrado violentamente en su habitación sin dejar de golpearlo con el bate de béisbol que siempre descansaba junto a su cama por expresa recomendación de su abuelo.


—Yo... eh... ¡Ay! —dijo una titubeante voz que, por unos instantes, le sonó familiar a Paula, haciendo que sus golpes vacilaran, pero sólo hasta que el intruso volvió a hablar—. Creí que no había nadie... —respondió absurdamente, ganándose unos cuantos contundentes golpes del robusto bate de madera.


—¡Cuándo termine contigo vas a aprender a no allanar las propiedades ajenas! ¡Y si lo que pretendías era robarme, te has equivocado de persona! — exclamó Paula mientras encendía la luz de su cuarto y se hacía con su móvil para, a continuación, añadir una nueva amenaza mientras marcaba un número de teléfono—. ¡Y ahora te vas a enterar de lo que es bueno!


—¿A quién llamas? ¿A la policía? —susurró el intruso, confuso y atemorizado.


—¡No! ¡A mi abuelo, que tiene la escopeta cargada desde hace algún tiempo! —gritó Paula sin dejar de amenazar con su contundente bate al hombre que, ahora que lo observaba con más atención, ya no le resultaba tan desconocido.


—¡No me jodas! —musitó el individuo, arrastrándose hacia atrás para llegar lo antes posible a la ventana.


Y dado que sólo una persona que conociera suficientemente bien a los Lowell podría temerlos de esa manera, Paula no tuvo ya ninguna duda de que ese hombre de desaliñado aspecto era Pedro. Las preguntas que se hacía Paula mientras observaba con extrañeza sus estrafalarios cabellos verdes, su pendiente en la oreja, su peligroso tatuaje, sus raídos vaqueros y esa vieja camiseta se resumían en por qué se había decidido a volver justo en el preciso momento en el que ella estaba dispuesta a olvidarlo, y en por qué iba ataviado de esa manera tan absurda que no iba con Pedro en absoluto.


—¿Quién eres? —preguntó Paula, queriendo averiguar si Pedro revelaría ante ella la identidad que ocultaba su nefasto disfraz o si, por el contrario, intentaría jugar con ella haciéndose pasar por un personaje en el que nunca encajaría.


—Tú no me conoces —dijo tristemente Pedro, como si por un momento recordara las palabras con las que ella se había despedido.


—¡Ni quiero hacerlo! —exclamó Paula, enfadada al ver que Pedro no confiaba en ella. Y evocando todo lo que había sufrido por su culpa, le gritó mientras le señalaba la ventana—: ¡Fuera de aquí!


Los ojos de Pedro la miraban decididos a no permitir que lo expulsara de su lado, pero comenzaron a vacilar cuando se escucharon a través del teléfono las furiosas palabras de un anciano que reclamaba su pellejo. Y en cuanto oyó un disparo cercano, no tuvo dudas de que lo mejor sería huir para salvar el trasero.


Con gran celeridad, Pedro se marchó de la habitación de la misma forma que había entrado en ella: tropezando con todo lo que encontraba a su paso mientras advertía a Paula con su mirada que las cosas entre ellos aún no habían terminado.


Mientras él descendía por el árbol lo más rápidamente que podía, Paula negaba con la cabeza ante las estúpidas acciones de ese hombre que, por unos momentos, le había recordado al niño que siempre la perseguía.


—¿Por qué has vuelto, Pedro? —susurró en la silenciosa noche sin esperar una respuesta a su pregunta, pero una vieja nota que Paula encontró en el suelo, en medio de los cristales rotos, le contestó.


Tras leer esa olvidada lista que un día comenzó a escribir para abandonarla casi de inmediato, y que probablemente Pedro habría obtenido de manos de su primo Nicolas, observó detenidamente que alguien había añadido un nuevo punto con una letra firme en la que reconoció la mano de Pedro. Tras contemplar el papel, Paula no pudo evitar convertirse una vez más en esa ilusa mujer que confiaba en el hombre que amaba. Así que, sonriendo como no lo había hecho en mucho tiempo, la dobló y la guardó debajo de su almohada mientras se decidía a seguir el juego que Pedro había comenzado, concediéndole una nueva oportunidad a su amor.


—Veamos si es verdad que eres capaz de cumplir con todos los requisitos de mi lista —susurró Paula antes de dormirse luciendo una expresión bastante maliciosa en su pícaro rostro, ya que no le pondría las cosas fáciles a ese hombre que tanto daño le había hecho.





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