—Elige a la que quieras y te concertaré una cita con ella —ordenó Hector Alfonso a su nieto mientras dejaba caer una decena de expedientes sobre la mesa de su despacho.
—¿Qué es esto, abuelo? ¿Algún asunto de negocios? —preguntó Pedro a la vez que abría una de las carpetas para curiosear lo que había en su interior.
—Se podría decir que sí… Son mujeres de buenas familias con las que te convendría relacionarte para elegir entre ellas una con la que casarte y así lograr ascender en nuestros negocios. Cada una de ellas es hija o nieta de algunos de nuestros socios, y como puedes comprobar, todas ellas están altamente cualificadas para formar parte de nuestra familia.
—Gracias, pero no —fue la seca respuesta de Pedro mientras cerraba de golpe la carpeta que había cogido y la colocaba en la mesa de su abuelo.
—¿Por qué no? Que yo sepa no tienes a nadie especial en tu vida, y si es así, lo ocultas muy bien. En cuyo caso, la duda que me surge es: ¿por qué la escondes? ¿Acaso tú mismo eres consciente de lo inadecuada que es esa muchacha y por eso la mantienes en el anonimato? —preguntó Héctor, intentando intimidar a su nieto con la firme mirada que utilizaba para los negocios. Pero Pedro lo sorprendió en esta ocasión y, al contrario que muchos de los competidores que habían caído ante sus tretas, él le hizo frente.
—Si tengo o no a alguien junto a mí no es de tu incumbencia, abuelo.
—Sí lo es cuando la presencia de una muchacha salvaje, sin estudios, sin metas, sin un trabajo estable y a la que tan sólo le gusta ensuciar las paredes, tiene toda tu atención —anunció despóticamente Hector, arrojando sobre la mesa una nueva carpeta que esta vez contenía imágenes e información de una mujer que llamaba demasiado la atención de Pedro.
Al comparar las imágenes que su abuelo le ponía delante de sus ojos, en donde se mostraban las elegantes hijas o nietas de acaudalados empresarios luciendo su mejor aspecto en cualquier momento frente a Paula, siempre perdiendo la compostura en cada una de ellas, Pedro no pudo evitar sonreír.
—¿Te importa que me las quede? —inquirió burlonamente Pedro, dirigiéndose a su abuelo. Y sin esperar su respuesta, recogió cada una de las fotografías de Paula que se esparcían por esa mesa con intención de guardárselas.
—Por lo que veo, esa mujer te tiene tan hechizado que ya ni siquiera ves sus defectos.
—Lo que para ti es un defecto, abuelo, para mí es una cualidad —replicó Pedro mientras le mostraba algunas de las divertidas fotografías de Paula, en las que se la veía devorando una hamburguesa con saña, peleándose con un cliente o haciendo una pintada sobre una vieja pared.
—¿Qué es lo que tiene esa mujer para cegarte tanto, Pedro?
—Ella siempre me da lo que yo necesito —se sinceró Pedro, dejando a su abuelo confuso con sus palabras.
—Pero, al parecer, ella ahora también se lo está dando a otro, ¿no es cierto? —repuso maliciosamente Héctor, y con una victoriosa sonrisa en su rostro dejó caer algunas fotografías más encima de la mesa.
La sonrisa que Pedro había mantenido mientras observaba las imágenes de Paula se borró de su rostro en cuanto vio los secretos que Paula le guardaba.
—Ese tipo de mujeres no son nunca dignas de confianza y te traicionan a la más mínima oportunidad, hijo. Además, dudo de que esa alocada muchacha posea el temple adecuado para aguantar las exigencias de esta familia. Sin duda se derrumbaría ante el primer obstáculo que se interpusiera en su camino.
—Qué poco la conoces, abuelo —respondió Pedro mientras recordaba por todo lo que ambos habían pasado para estar juntos. Luego, reacio a que alguien más que no fuera él mismo conservara alguna foto de Paula, aunque éstas mostraran parte de una dolorosa traición, Pedro recogió cada una de las fotografías que se esparcían sobre la mesa de su abuelo y se las llevó junto con la carpeta que contenía los datos de Paula.
—¿Es que vas a seguir confiando en ella? —preguntó Hector, molesto porque, por una vez, sus planes no salieran como él había previsto.
—Creo que esta imagen es algún tipo de malentendido, abuelo; pero si no es así, simplemente la ignoraré porque de los dos, yo siempre seré quien más la necesite.
—Nunca te creí un hombre tan débil, Pedro, y todo por una simple mujer… ¿Qué es lo que te ha hecho así?
—Mi familia, ¿qué si no? —contestó Pedro, mostrándole a su abuelo una irónica sonrisa para luego hacer una última declaración antes de dejarlo a solas con sus maquinaciones con las que, una vez más, pretendía manipularlo—. No te equivoques, no soy un hombre débil en absoluto. Es sólo que ella es mi único punto flaco. Pero ten cuidado, abuelo, de no intentar hacerle el menor daño a Paula, porque en ese caso dejaría de comportarme como el perrito faldero al que has amaestrado para ocupar tu lugar y tal vez decida mostrar mis verdaderos dientes —advirtió Pedro a su abuelo antes de marcharse, decidido a averiguar la verdad que ocultaban esas fotografías en las que Paula aparecía riendo, jugando y divirtiéndose con otro hombre que no era él.
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