jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 84

 


Sin poder evitarlo, mis lágrimas rodaban por mis mejillas al comprender todo lo que Pedro había sufrido por estar junto a mí. Yo sabía de sus encierros, y había visto a su madre darle alguna cachetada, pero nunca creí que sus padres fueran tan crueles como para tratarlo de esa manera. Ahora que pensaba en ello, podía recordar algunas de las extrañas lesiones que sufría Pedro, que él me explicaba que se producían al caerse de su bicicleta nueva; o cuando se negaba a desprenderse de alguna prenda demasiado abrigada, y que yo creía que era para lucir que era de marca… Ahora me daba cuenta de todo lo que había ignorado en mi inocencia.


Quise correr junto a él para abrazarlo, sabiendo que ese niño que tanto me necesitaba todavía estaba allí. Pero en esta ocasión tuve miedo de hacerlo, por si cuando llegara junto a él me topaba nuevamente con ese frío desconocido en el que había acabado convertido bajo la estricta guía de su familia, ese hombre al que abandoné en su momento, que no era mi Pedro, sino el perfecto chico que sus padres siempre habían deseado, mientras que mi Pedro siempre sería un imperfecto chico malo con el defecto de tener un gran corazón.


Después de recomponer mi aspecto y tomar aire, me enfrenté de nuevo al hombre que intentaba hacerse pasar por otro, sin duda para volver a conquistarme. Pero yo nunca podría dejar de reconocer bajo cualquier disfraz a la persona de la que me había enamorado.


Sonriendo con malicia, me dirigí hacia el muro para conocer cuál era el veredicto de mis alumnos, unos chavales a los que posiblemente se habría ganado con sus palabras, ya que, aunque Pedro no lo viera, tenía mucho en común con todos ellos. En algún momento, mi amigo había estado tan perdido como esos jóvenes ahora, y tan solo como ninguno de ellos podía imaginar.


—¡¿Qué... es… eso?! —exclamé, quedándome sin palabras al ver el desastre que había hecho ese hombre en mi pared.


—Arte abstracto —respondió Pedro seriamente, pretendiendo convencerme de que esa cosa que había pintado en mi muro no era un garabato en forma de caca.


—¿En serio? ¿Y en qué artista vanguardista te inspiraste para crear esa cosa? —pregunté mientras negaba con la cabeza ante esa nefasta creación.


Y como a Pedro nunca le había gustado perder ante mí y siempre trataba de demostrar que era el mejor en todo, no pudo evitar intentar impresionarme con el talento del que simplemente carecía con un espray.


—He utilizado influencias de Miró, Picasso, Dalí y Jackson Pollock — respondió, haciéndose el listillo, sin darse cuenta de que con esa actitud condescendiente destapaba su disfraz.


Decidida a acabar con la satisfecha sonrisa que lucía su rostro como siempre hacía cuando su prepotencia me alteraba, dije en voz alta delante de todos, mientras tachaba su dibujo con el espray después de arrebatárselo de las manos:

—Ellos eran artistas… Tú ni siquiera llegas a aficionado.


Tras acabar con todas las esperanzas de Pedro al descartarlo como mi ayudante, me volví hacia mis jóvenes estudiantes, a los que había llegado a conocer bastante bien con el paso del tiempo, y les pregunté, sabiendo que a pesar de su aspecto siempre tendrían un blando corazón.


—¿Cuál es vuestro veredicto?


—Hombre, no es tan malo —opinó uno, mirando sus pies para no mentirme a los ojos con descaro mientras varios más afirmaban con la cabeza en señal de acuerdo.


—¿En serio? —pregunté, mirando nuevamente esa cosa que tenía tras de mí, para luego dirigir una escrutadora mirada a esos embusteros.


Esperé una respuesta de parte de ellos que me permitiera deshacerme de la presencia de Pedro en mis clases y hacerlo sufrir un poco más, pero jamás esperé que el propio Pedro me respondiera, saliendo en defensa de esos muchachos.


—No les presiones tanto, que apenas están aprendiendo. ¿Acaso no eres tú la profesora? ¡Pues enséñame! —dijo descaradamente, retándome igual que hacía cuando éramos niños. Y yo, como se trataba de Pedro, no pude evitar salir a jugar con él, como cada vez que me llamaba.


—Aún no tengo el título de profesora, listillo… Y para que lo sepas: sólo trabajo como voluntaria con chavales que han dañado alguna propiedad privada, para que enmienden su error y cumplan sus condenas al servicio de la comunidad, requisito que tú no cumples porque no has...


Y antes de que terminara de hablar, el muy condenado me quitó el espray y, para mi asombro y el de los alumnos que me acompañaban, se dirigió al local que había junto a nuestro centro y, antes de que pudiera detenerlo, comenzó a pintar sus blancas paredes sin importarle nada que el airado propietario saliera de su establecimiento a recriminarle sus acciones.


Tras una rápida carrera seguida de cerca por las risitas de mis alumnos, le arrebaté el espray a ese inconsciente sin talento antes de que malograra aún más esa fachada. Y ante las maldiciones, amenazas y protestas del propietario, tuve que prometerle que decoraría su local con alguna de mis creaciones, totalmente gratis, para resarcirlo de los daños.


—¿Y ahora? ¿Me enseñarás? —preguntó burlonamente Pedro, dirigiéndome una ladina sonrisa mientras me seguía hacia donde me esperaban mis alumnos, que contemplaban atentamente nuestra disputa.


—Puede ser... —repuse, sonriendo ante el recuerdo de ese provocador que siempre me había hecho imposible que lo ignorara—. Pero te advierto una cosa, Poppy: yo únicamente enseño a los chicos malos —susurré sensual a su oído mientras pasaba junto a él, pronunciando su nombre falso con toda intención, para ver si se decidía a deshacerse de su nefasto disfraz. Pero como si éste fuera algo esencial para continuar con nuestro juego, él se negó a revelarme la verdad y yo guardé silencio, dispuesta a averiguar cuánto podría aguantar Pedro tratando de ser ese chico malo que tanto detestaba y que sólo representaba para mí.


Cuando llegué junto a mis alterados alumnos, que ya alababan la osadía de mi nuevo ayudante, anuncié ante todos el nuevo cargo de Pedro:

—Te encargarás de la limpieza, Poppy. Puedes empezar ahora —dije, mientras daba por finalizada la clase de ese día y depositaba en las manos de Pedro un cepillo y un cubo con agua y jabón, dando así comienzo a su merecido castigo por hacer una pintada en una propiedad privada. Y por hacerla tan mal, además.




No hay comentarios:

Publicar un comentario