jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 75

 


—Bueno, como creo que aún no hemos terminado con este punto de la lista, he traído algunas cosillas para ayudarte a superarlo —manifestó Daniel, ilusionado, mientras mostraba las compras que había hecho de última hora antes de que reemprendieran su viaje: un tinte del pelo de marca desconocida con instrucciones en chino, un pequeño pendiente con forma de calavera, una pieza de jabón perfumado, un paquete de hielo, una botella de alcohol de 70 grados, gasas, algodones y, lo más preocupante para Pedro, una gran aguja que Daniel exhibió con gran satisfacción.


—De verdad que agradezco mucho vuestra ayuda, pero creo que con los tatuajes ya he cumplido suficientemente con esa exigencia —intervino Pedroque ya había aprendido la lección.


Pero para su desgracia, esos decididos sujetos no le permitieron rechazar su ayuda.


—¿Tú qué crees, Alan? ¿Ha cumplido Pedro con ese punto de la lista? — preguntó Jose maliciosamente mientras se dirigía a su amigo con la lista en una mano y un bolígrafo en la otra para tachar, o no, la opción en cuestión.


Alan, tumbado en la cama de esa habitación que estaban a punto de abandonar, tomó la lista y el bolígrafo. Y mientras revisaba detenidamente el documento, jugó con las esperanzas de Pedro cuando retiró el tapón del bolígrafo, como si se dispusiera a utilizarlo, pero volvió a colocarlo en su lugar para afirmar:

—No, aún no...


Pedro miró alarmado a su amigo, pidiéndole consejo en silencio acerca de lo que debía hacer a continuación ya que, a pesar de negarse a seguir a esos hombres en sus disparatadas acciones, una vez más se veía arrastrado a una de ellas.


—Tú mismo, chaval —dijo Alan, dejando el papel a un lado mientras se enfrentaba a un hombre que aún no sabía si era merecedor de su hija—. Por mí dejamos la lista así, tú te vuelves a tu casa y yo a Whiterlande, pero eso sí: no te vuelvas a acercar a mi hija en lo que te queda de vida.


La firme mirada de Pedro, decidido a no abandonar por más difícil que se lo pusieran, le dio a Alan una silenciosa respuesta sobre lo que pretendía hacer el muchacho. No obstante, Pedro desvió la mirada hacia su amigo, reclamando su ayuda.


—Tú déjate hacer —aconsejó finalmente Nicolás, resignado al hecho de que sus familiares no se calmarían hasta que vieran sufrir a Pedro un poco más, ya que todos ellos eran muy débiles ante las lágrimas de una mujer, incluido él.


Finalmente, Pedro, bastante molesto, tomó la maldita lista entre sus manos y siguió al impetuoso Daniel hacia el baño. Por el camino, el tío de Paula le dedicó unas palabras destinadas a tranquilizarlo, aunque éstas no consiguieron su objetivo, sino más bien todo lo contrario:

—No te preocupes, chico: ¡soy veterinario y sé lo que me hago!




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