—¡Malnacido! ¡Cabrón malicioso! ¡Tramposo de mierda! ¡Hijo de…!
—¡Esa boquita, Paula! —reprendió Pedro a la salvaje Paula, que se peleaba con el marco de la ventana de la cocina en el que había quedado atrapada.
—¡Sácame de aquí de inmediato! —exigió Paula, intentando entrar o salir de la cocina, algo totalmente inútil porque su cuerpo estaba encajado en ese pequeño hueco por el que había tratado de entrar.
—Me lo estoy pensando —contestó Pedro, disfrutando del excitante espectáculo que Paula le estaba ofreciendo, ya que al intentar salir de su casa por la ventana de la cocina después de quedarse atrapada en la trampa que Pedro le había preparado, la camiseta de Paula se había quedado enganchada alzándose por encima de su cabeza, tapándole el rostro a la vez que dejaba expuesto el sugerente sujetador de encaje negro que cubría sus senos.
—No me estarás mirando las tetas en lugar de apresurarte a ayudarme, ¿verdad? —preguntó Paula, ofendida, mientras intentaba una vez más bajar su camiseta.
—¿Yo? —preguntó Pedro, haciéndose el ofendido sin poder resistirse a acariciar levemente esos tentadores pechos con la yema de sus dedos.
—¿Qué ha sido eso? —inquirió Paula, agitándose nerviosamente.
—¿El qué? —dijo Pedro, repitiendo la leve caricia que era apenas un susurro en su piel.
—¡Algo me ha tocado! ¿Has sido tú?
—Yo no, seguramente será algún bicho —bromeó Pedro con su cautiva.
Y cuando ésta comenzó a revolverse nerviosamente gritando: «¡Quítamelo, quítamelo!», Pedro obedeció a su manera y le bajó el sujetador, exponiendo ante él sus jugosos senos.
—¡Serás cabrón! —gritó Paula mientras, con desesperación, trataba de bajar su camiseta, consiguiendo con su intento que otra cosa se alzara en esa habitación.
—Sí, lo soy, pero pretendo no serlo contigo —repuso Pedro, quien, con un suspiro de resignación, desenganchó la camiseta para que Paula pudiera tapar su desnudez, ya que era consciente de que, si las cosas seguían por ese camino, no hablarían en absoluto.
—Bien, y ahora, ¡sácame de aquí! —ordenó Paula, a la espera de que Pedro le hiciera caso como siempre.
—No, Paula. No me he pasado más de una hora estropeando los cierres de todas las ventanas sólo para acabar viéndote las tetas, y aunque me has ofrecido un bonito espectáculo, lo cierto es que tenemos que hablar —manifestó Pedro con seriedad mientras se cruzaba de brazos y miraba a su cautiva.
—¡Tú habla lo que quieras, que yo no pienso escuchar ninguna de tus falsas palabras! —exclamó Paula, tan combativa como siempre, mientras le dirigía una mirada desafiándolo a que la hiciera cambiar de opinión.
Y ante el comportamiento de su irracional amiga, Pedro hizo lo más lógico en su situación y volvió a subir esa camiseta para engancharla en la ventana y contemplar algo más que el airado rostro que Paula le enseñaba mientras se negaba a hablar con él.
—Cuando estés dispuesta a escucharme, házmelo saber —anunció Pedro, de forma tan pedante como solamente él podía expresar, sabiendo que ese tono de superioridad molestaba profundamente a Paula. A continuación, se puso a prepararse un bocadillo mientras disfrutaba del espectáculo que constituía Paula debatiéndose en esa ventana.
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