jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 88

 


Cuando los jóvenes llegaron a la vieja y aislada casa que Pedro había comprado, después de dejar la moto a un lado del camino, ya se había hecho de noche. Tras observar con asombrosa atención la vieja casa de dos plantas y deslucido porche cuya pintura se caía a pedazos, así como las rotas y polvorientas ventanas, las carcomidas maderas, las tejas desprendidas, las telarañas que se extendían por todas partes y la fachada desconchada, a la vez que recordaba el lujo que siempre había rodeado a Pedro, Paula no pudo evitar gritar mientras observaba la desvencijada vivienda que prácticamente se caía a trozos:

—¡¿Ésta es tu casa?!


—Sí, ¿a que es acogedora? El vendedor me dijo que una vez arreglada tendría mucho encanto.


—Sabes que te estaba timando descaradamente, ¿verdad? —dijo Paula, pensando que su familia se había pasado maltratando a Pedro. Pero tras recordar las lágrimas que derramó por su culpa, no le pesó demasiado que su amigo viviera durante un tiempo de esa manera. Además, tal vez estar alejado del opulento ambiente en el que siempre había vivido le vendría bien para volver a ser él mismo en lugar de ese rígido y ocupado hombre de negocios que nunca tenía tiempo para disfrutar de la vida.


—Lo sé... —murmuró Pedro entre dientes, creyéndose que ella no escucharía sus maldiciones.


Pero Paula sonrió con picardía mostrándole que se equivocaba. Luego, sin poder evitar burlarse un poco más de él, le dijo con descaro:

—Bien, pues veamos el encanto que guarda tu hogar. ¿O es que no me vas a invitar a pasar?


Pedro, emocionado ante la posibilidad de pasar un poco más de tiempo con Paula, introdujo las llaves en la cerradura. Al ver que ésta no cedía, empujó varias veces la puerta con todas sus fuerzas mientras intentaba excusarse.


—No te preocupes, con unos cuantos empujones la puerta se abre. Tengo que arreglar la cerradura, pero...


Y antes de que terminara de hablar, la puerta se abrió… aunque no de la forma que él esperaba, ya que se desplomó hacia el interior de la casa haciendo que Pedro se quedara con unas ya inservibles llaves en su mano y una anonadada expresión en su rostro.


—Creo que lo mejor sería que arreglaras primero la puerta entera —se burló Paula mientras pasaba al interior despreocupadamente, pisando firmemente la desvencijada puerta que quedaba a sus pies.


Paula observó los escasos muebles de esa habitación, que en esta ocasión no tenían nada que ver con el diseño minimalista y exclusivo en medio del cual Pedro había vivido en el pasado. En el amplio salón, que Pedro había intentado limpiar un poco, se encontraban un viejo sofá junto a un sillón, y en un rincón alejado, una vieja mesa redonda junto a una silla aún más vieja.


La cocina quedaba fuera de su vista, pero supuso que por la antigüedad de la casa dispondría sólo de lo imprescindible y al observar la escalera que llevaba a la planta superior, supuso que allí se encontrarían las habitaciones y el baño, algo que Paula aún no sabía si deseaba investigar, aunque ella siempre estaba dispuesta para una nueva aventura.


Tras unas cuantas maldiciones, Pedro se adentró en su casa detrás de Paula.


Y después de recoger la puerta del suelo, la apoyó contra el marco de la entrada, simulando que estaba bien cerrada.


—Como puedes ver, aún no me ha dado tiempo a instalarme. Aunque el hombre que me la vendió me dijo que ya tenía todo lo necesario para comenzar a vivir en ella —indicó Pedro, mostrándole una pequeña nevera portátil con una nota de bienvenida y unas cuantas cervezas en su interior.


—Las personas con las que te juntas son algo cuestionables, Poppy —repuso burlonamente Paula mientras se apropiaba de una cerveza y le repetía las mismas palabras que Pedro usaba en su infancia con mucha frecuencia para referirse a los miembros de la familia de Paula.


—Sí, pero si algo puedo asegurarte es que con ellas nunca te aburrirás —respondió Pedro con una gran sonrisa mientras se hacía él también con una refrescante bebida—. Además, en ocasiones debo acercarme a esa «gente cuestionable» para obtener lo que deseo —dijo Pedro, devorando con su mirada el cuerpo de Paula, cuya tentadora camiseta de tirantes y rotos vaqueros se pegaban lujuriosamente a su piel debido al calor que hacía, convirtiéndola en toda una tentación.


—¿Ah, sí? ¿Y qué es lo que más deseas? —preguntó Paula provocativamente, acercándose a él y aproximando los labios a los suyos para tentarlo.


—A...


—¡Yo, una ducha! —exclamó Paula apresuradamente impidiendo a Pedro expresar sus mayores deseos para evitar volver a caer en la tentación de ceder de nuevo ante un hombre que tal vez no la amara lo suficiente—. Así que mi pregunta es: ¿tu ducha funciona?


—Sí —respondió Pedro tras suspirar frustrado—, está en el piso de arriba, tercera puerta a la derecha.


—Bien. Con esto me bastará… —anunció Paula mientras cogía una minúscula toalla que encontró en un montón de ropa apilada en el sofá. A continuación, se la echó despreocupadamente al hombro, se dio la vuelta tan desafiante como siempre y lo retó una vez más a seguirla en su juego.




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