jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 108

 


—¿Quién apuesta porque Paula la ha liado en esa fiesta? —preguntó Ramiro junto a esa vieja pizarra en el bar de Zoe, animando a los parroquianos a alzar sus manos mientras mostraba el anuncio de la lujosa fiesta en la que Paula, sin ninguna duda, habría terminado colándose para recuperar a Pedro—. ¿Y quién cree que traerá de vuelta a Pedro? —concluyó, haciendo que cada uno de los asiduos al bar bromeara sobre la forma en la que Paula traería a ese muchacho de vuelta a casa.


Desde detrás de la barra, Zoe miraba con añoranza la vieja pizarra que guardaba tantas historias y que ese día se había decidido a tirar hasta que el imprudente Ramiro se la había arrebatado salvándola de la basura para llevarla de nuevo a su bar, decidido a seguir con esas apuestas clandestinas. 


Unas apuestas que, aunque Ramiro solamente viera como una forma más de ganar dinero, eran toda una tradición en ese pueblo desde que Zoe se hiciera cargo del negocio, unas cuantas décadas atrás.


Como los viejos dedos de Zoe ya no podían seguir con esos locos juegos y su anciano cuerpo necesitaba un descanso del ajetreo del bar, ésa sería la última reunión que llevaría a cabo en su local, que después de tantos años cerraría sus puertas dejando atrás la pizarra, las historias de los habitantes de Whiterlande y mil recuerdos más. O eso era lo que Zoe pensaba hasta que Ramiro Chaves, ese joven revoltoso de diecisiete años, negros cabellos y ojos azules se fijó en ella y en el bar, prestándole atención, tal vez demasiada para su bien.


—¡Vale! ¡Tres a cinco a que Pedro vuelve en el maletero de mi despiadada hermana adornado con un lacito!


—¡Ramiro, que es tu hermana! —gritó uno de los clientes entre risas.


—Por eso lo pongo en la pizarra, porque sé cómo es mi hermana —replicó Ramiro, arrancando más de una carcajada de su alrededor.


—Ten cuidado con lo que haces, chaval, o un día podrías acabar tú mismo en esa pizarra.


—¡Vade retro, Satanás! —se burló Ramiro mientras hacía el símbolo de la cruz con los dedos, dirigiéndolos hacia todos ellos.


—¿Pero es que no sabes que todos los Lowell acaban en esa pizarra? —se alzó la voz de una mujer que recordaba todas las locas acciones de esos hombres en el pueblo.


—Bah, yo soy un Chaves... —dijo Ramiro orgullosamente, creyéndose libre de esa condena.


—¡Entonces tienes aún más probabilidades de acabar en ella! —repuso otro cliente, recordando las innumerables apuestas que habían surgido a propósito de Alan Chaves y Eliana Lowell desde su niñez.


—Lo siento por vosotros, queridos clientes, pero aún soy demasiado joven para enamorarme. Aunque… —se detuvo Ramiro pensativamente. Y tras una pausa, retó a la multitud—: ¿Qué os apostáis a que el próximo en esta pizarra será mi primo Nicolás?


—¡Se aceptan apuestas! —gritó Zoe una última vez, sonriendo esperanzada al intuir quién podría ser la persona más adecuada para reemplazarla detrás de la barra de su querido bar y, por supuesto, junto a su entrañable pizarra.




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