jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 67

 


—Aclárame una cosa, Daniel: ¿de qué humor estaba nuestro padre cuando te indicó esta dirección y te comentó que utilizásemos esa extraña contraseña? — preguntó José, un tanto confuso con que el beligerante anciano que días antes sólo quería la sangre de Pedro, ahora se decidiera a ayudarlo.


Pero antes de que Daniel contestara a su hermano, las dudas de José fueron rápidamente resueltas cuando vio a Pedro dando su mensaje y, de inmediato, al dueño de ese tugurio propinándole un puñetazo en toda la cara, empezando así una pelea.


—De muy mal humor —confirmó Daniel con una maliciosa sonrisa a pesar de que ya no hiciera falta.


—¡Oye, papá! ¡Que se supone que tengo que protegerlo! —protestó Nicolás cuando vio que su amigo recibía más de un golpe.


—No te preocupes Nicolas: tu amigo está bien —repuso José despreocupado mientras buscaba a una de las atractivas camareras para hacerse con una cerveza.


—¿De veras? ¿Tú crees? —replicó Nicolás a la vez que alzaba una de sus cejas.


—Sí, claro. ¡Mira! Ya se levanta… —señaló alegremente Jose, observando que el maltratado chaval al fin parecía comprender que tenía que defenderse.


—Para caer de nuevo... —dijo Daniel mientras veía cómo Pedro parecía estar algo oxidado en eso de pelear.


—¡Vaya! ¡Con lo bien que aprendió a defenderse cuando era un mocoso! En fin, al parecer ésa es otra de las cosas que ha olvidado con el paso del tiempo — comentó críticamente Alan mientras sus ojos no se apartaban del chico que había perdido el rumbo, muy dispuesto a mostrarle cuál era el camino adecuado para llegar hasta su hija, aunque las lecciones pudieran ser bastante dolorosas.


En cuanto Pedro se cansó de que lo confundieran con un saco de boxeo y resolvió mostrar sus agallas poniéndose en pie para adoptar una pose defensiva con la idea de defenderse y plantar cara, unos cuantos sujetos más de ese local decidieron participar en la pelea. En ese momento, los individuos que observaban atentamente sus avances concluyeron que ya era hora de intervenir, así que despidiéndose de sus cervezas cuando la camarera al fin se dirigía hacia su mesa, los tres amigos se dirigieron hacia Pedro para ayudarlo en la pelea, igualando el número de contrincantes.


—Luego me tienes que decir quién narices es esa Mary... —exigió José a su hermano Daniel, sin entender por qué la mera mención de ese nombre había provocado esa trifulca.


—¡Eso pregúntaselo a papá! ¡O mejor a mamá! —contestó Daniel con una sonrisa mientras se enorgullecía de haber podido guardar un secreto por una vez en su vida.


—¡Bueno, muchachos, al lío! ¿Piedra, papel o tijeras? —exclamó Alan, poniendo fin a la conversación y proponiendo una manera de repartirse a sus oponentes, ya que el ganador de ese juego elegiría primero a su rival.



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