jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 82

 


—En serio, sé sincero: has cabreado mucho a mi abuelo, ¿verdad? —preguntó Nicolás cuando recorrió el lugar que uno de los irritantes miembros de su familia le había encontrado para que su amigo se hospedara, que no era otra cosa que una casa abandonada que se caía a pedazos en medio de la nada, muy alejada del resto del pueblo.


—Me dijo que, como Paula aún no me había reconocido, lo mejor para volver a recuperarla sería enamorarla de nuevo haciéndome pasar por otro. Luego me convenció para que adquiriese una vivienda adecuada para no destapar mi disfraz, y finalmente me pidió una suma descomunal que deberé pagar más adelante. Tras hacer que firmara confiadamente el contrato, me entregó las llaves de esto. Y realmente, Nicolas, comienzo a pensar que tu abuelo me ha estafado —dijo Pedro incorporándose en el desvencijado sofá que había sido su cama esa noche.


—No te quepa la menor duda, amigo mío… Ahí donde lo ves, mi abuelo siempre ha sido un embaucador capaz incluso de venderle arena del desierto a un beduino —comentó Nicolás mientras dejaba junto a su amigo una bolsa con unas toallas y algo de ropa. Aunque tras contemplar la habitación dedujo que le haría falta algo más que eso para poder acomodarse en ese lugar. A continuación, tras apartar una de las sucias y polvorientas sábanas que cubrían los viejos muebles del salón, tomó asiento sobre un feo sillón y preguntó—: Oye, ¿cómo es eso de que Paula no te ha reconocido? ¿Acaso tus primeras palabras al volver a encontrarte con ella no fueron «Ya estoy aquí»?


—No, más bien fue «¡Ay!», ya que en cuanto llegué a su lado comenzó a golpearme con un bate de béisbol.


—Bueno, ya sabes cómo es Paula. Y le has hecho daño. Sin embargo, ¿golpearte con un bate?


—Como ya te he dicho, no me reconoció. Y que entrara en su habitación rompiendo su ventana no fue buena idea.


—¿En serio? ¿Qué te llevó a cometer esa estupidez? —quiso saber Nicolás mientras ponía los ojos en blanco ante la insensatez de su amigo.


—Que Paula cerró su ventana —y como si eso lo explicara todo, no amplió su explicación.


Sabiendo que su amigo no añadiría nada más para hacerle entender cómo ese simple gesto podía haberle hecho perder la cordura, Nicolás continuó con su interrogatorio intentando averiguar qué es lo que haría Pedro a continuación para acercarse a Paula, una mujer que cada vez estaba más lejos de conseguir.


—¿Qué piensas hacer ahora?


—Acercarme a Paula —contestó Pedro, provocando que Nicolás suspirara lleno de frustración ante otra incompleta respuesta de su amigo.


—Muy bien, lumbreras, pero ¿cómo te vas a acercar a ella si no quieres decirle quién eres?


—No lo sé —dijo, paseándose de un lado a otro de esa polvorienta estancia y, como siempre hacía desde su niñez, se detuvo en seco y dirigió a su blando amigo una mirada suplicante mientras rogaba una vez más.


—Nicolas, ¿podrías ayu...?


—¡Ni lo pienses! ¡No, no y no!



No hay comentarios:

Publicar un comentario