jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 23

 

Después de que Pedro me salvara estuvimos un tiempo sin vernos.


Pensé que intentaba evitarme a mí y a todos los espacios en blanco que quedaban en nuestra relación tras ese beso, pero cuando oí las noticias acerca de la sorprendente e inesperada marcha de esa molesta familia de Whiterlande, y tras detectar más de una maliciosa sonrisa en el rostro de mi amigo, no dudé de que él tenía algo que ver en el asunto y que, si no nos habíamos visto hasta entonces, era porque Pedro había estado muy ocupado con su venganza como para prestarme atención.


La extraordinaria moto que mi amigo había recibido como regalo de su rica familia me encantó, pero mi apresuramiento en montar en ella tan sólo fue una excusa para poder hablar con Pedro y aclarar cuál era el estado de nuestra relación en esos momentos.


Esa noche, cuando me agarrara fuertemente a su espalda, escondería mi rostro detrás de ella para que no viera mi rubor, y le confesaría que al fin me había dado cuenta de que él, para mí, podía llegar a ser algo más que un amigo.


Aunque aún tenía dudas sobre si comenzar o no esa relación, ya que por nada del mundo quería perderlo, le expondría mis miedos y mis temores y él, como siempre, hallaría una solución a todas mis inquietudes.


En el instante en el que el reloj dio las doce, bajé, habilidosa, por el árbol que crecía junto a mi ventana y me colé atrevidamente en el jardín de mi vecino.


Como siempre, Pedro no me había fallado y se encontraba esperándome junto a su motocicleta, provisto de dos cascos nuevos con los que daba la bienvenida a nuestra aventura.


Apoyado junto a su vehículo con una chaqueta de cuero y sus modernos vaqueros, Pedro no parecía el buen chico que yo sabía que en verdad era, pero es que para mí Pedro nunca podría ser otra cosa que mi amigo, mi protector, mi compinche…, esa persona con la que siempre podía contar en todo momento y por la que mi corazón comenzaba a acelerarse. Para mí, él siempre sería demasiado bueno, aunque creo que a lo largo de los años había aprendido la lección y comenzaba a mostrarse un poco más audaz con los que intentaban aprovecharse de él.


—¿La bruja se ha dormido o aún está contando sus billetes? Me apuesto lo que quieras a que le dio un ataque de rabia cuando vio tu regalo —le dije a modo de saludo, recordando que esa avariciosa mujer que tan poco me agradaba trataba a su hijo como moneda de cambio ante su abuelo para garantizarse una vida acomodada y lujosa.


Pedro negó con la cabeza ante mis insultantes palabras, porque a pesar de que fuera cierto, no le gustaba que nadie se metiera con su madre. Pero mi amigo ya había aprendido con el paso de los años que a mí nadie podía callarme, y aún menos cuando algo me desagradaba tanto como lo hacía esa mujer.


—Paula, vengo a hacerte entrar en razón sobre ese paseo en mi moto. No creo que ninguno de nosotros esté preparado para ello…


—¡Vamos, Pedro! ¡Si es casi como montar en bici!


—¿Cómo montar en bici, dices? Aún recuerdo cómo acabamos la última vez que decidiste montar en bicicleta conmigo —contestó Pedro con escepticismo, alzando una de sus cejas.


—¡Bah! Eso fue cuando tenía solamente cinco años. Y si nuestras bicicletas se rompieron fue porque decidimos jugar a las justas de caballeros con ellas — rebatí, colocando mis brazos en jarra, más decidida que nunca a salirme con la mía.


—¡Ya! ¿Y quién fue la que propuso ese juego? —apuntó mi amigo con satisfacción, creyendo que había ganado esa disputa sin recordar lo sucio que jugaba yo cuando quería algo.


—Pero desde entonces he crecido... —susurré al oído de mi amigo mientras me acercaba para que se percatase del atrevido modelito que había decidido lucir esa noche: unos pantalones vaqueros muy cortos, que se pegaban a mis curvas, y una insinuante camiseta rosa de tirantes que mostraba un escandaloso escote que Pedro no pudo resistirse a contemplar.


Como pensaba, mi atuendo lo dejó sin habla, acallando cada una de sus protestas. Mientras él me miraba embobado, cogí con decisión uno de los cascos que Pedro sujetaba entre sus manos y, tras colocármelo, me subí a la moto poniéndome a los mandos, dispuesta a dar esa vuelta, con él o sin él.


Un segundo después de que yo introdujera las llaves en el contacto, Pedro salió de su trance y finalmente se puso el casco. Tras dirigirme una mirada de reproche por lo sucio que podía llegar a jugar, me colocó en la parte de atrás de su motocicleta y me puso su chaqueta para cubrir mi incitante modelito. Después se subió a la moto y mientras aseguraba mis manos en su cintura, me dijo con enfado:

—No sé por qué siempre acabo cediendo ante tus locuras.


—Venga, Pedro, no te quejes tanto que ambos sabíamos que esto acabaría así, si no, ¿por qué me estabas esperando con dos cascos?


—Me convierto en un idiota cada vez que estoy a tu lado y aún no sé la razón —se quejó Pedro, acelerando su vehículo como a mí me gustaba y dando por finalizada la conversación.


Mientras el ruido de la motocicleta camuflaba mis palabras, no pude evitar susurrar a su espalda:

—Porque me quieres tanto como yo a ti —dije, decidida a confesarle mis sentimientos más tarde, cuando mis palabras no fueran silenciadas por el viento.


Aunque en verdad nunca me imaginé cuánto tendría que esperar para que él las escuchara.



No hay comentarios:

Publicar un comentario