—No creo que debas preocuparte tanto, Alan. Al fin y al cabo, Paula es hija de Eliana, así que no puede hacer nada demasiado alocado. —Jose intentó calmar a su intranquilo cuñado, que no dejaba de pasearse de un lado a otro de su casa junto al lago mientras esperaba respuestas de una rebelde hija que se negaba siquiera a contestar a sus llamadas.
—Bueno, aunque también es tu hija, y con esa vena salvaje que tiene se parece más a ti, un loco sinvergüenza que siempre acababa metido en problemas —añadió Daniel con su bocaza, consiguiendo que sus familiares lo fulminaran con sus miradas.
—No le hagas caso a mi hermano y quédate tranquilo, Alan. Si Nicolas ha desaparecido, seguro que es porque ha acudido en su ayuda, y sabemos por el chivato de Ramiro que Pedro estaba implicado, así que no te preocupes; ese chico haría cualquier cosa por Paula y no permitirá que cometa ninguna locura.
—Sí, lo sé…, pero llevo una semana sin noticias de Paula, no sé cómo ha llegado a la ciudad, dónde está y ni siquiera sé si Pedro la ha encontrado. ¡Y quisiera saber qué la mantiene tan ocupada como para que no pueda dedicar ni un puñetero minuto a llamar a su casa! —declaró Alan, pasando de la preocupación al enfado.
—Bueno, Paula tiene dieciocho años, ya es toda una mujer y, si ha encontrado a Pedro después de mantener una relación a distancia durante tres años, lo más seguro es que estén foll… —comenzó a decir Daniel, siendo silenciado bruscamente por la mano de su hermano—... como conejos —intentó acabar Daniel su explicación, que fue de nuevo interrumpida por la mano de Jose después de varios forcejeos para evitar que metiera aún más la pata.
—Si ha encontrado a Pedro estarán muy ocupados…, hummm… recuperando el tiempo perdido —apuntó Jose con un poco más de tacto.
—Sí, pero ¿tan ocupados como para no llamarme? —inquirió una vez más Alan, bastante molesto con el hecho de que su pequeña fuera ya toda una mujer —. ¿Se puede saber qué demonios está haciendo para no tener tiempo de hacer una llamada o mandar un simple mensaje? —preguntó airadamente Alan una vez más alzando las manos al cielo. Y mientras lo hacía no pudo evitar observar cómo, aunque la bocaza de Daniel estaba bien sujeta por la firme mano de Jose, él aún podía fastidiarlo todo con alguno de los obscenos gestos de sus dedos, que mostraban un ejemplo bastante gráfico de lo que su pequeña podía estar haciendo en ese momento.
—¡Daniel, me tienes harto! ¡Te juro que te voy a partir la cara como sigas haciendo eso! ¡Mi niña no hace esas cosas! —exclamó con furia Alan a su cuñado, consiguiendo con ello que el fastidioso de Daniel, después de poner los ojos en blanco ante su estúpida afirmación, sólo acelerara más su obsceno gesto con el que uno de sus dedos entraba y salía rápidamente de un perfecto círculo hecho con los dedos pulgar e índice de su otra mano.
Ante la imposibilidad de atajar las sandeces de su hermano, Jose liberó la boca de Daniel y dejó el camino libre a su cuñado para que por lo menos desfogara su mal humor. Tal vez, si ocupaba sus puños en algo, dejara de pensar en las preocupaciones que podía conllevar el tener una hija que comenzaba a ser adulta.
Por suerte para todos, cuando Alan había conseguido atrapar a Daniel tras la rápida carrera que dieron por el jardín y comenzaba a alzar su implacable puño para aleccionarlo, un pequeño escarabajo rojo hizo su aparición poniendo fin a su disputa, ya que delante de los niños por lo menos tenían que simular que eran adultos responsables, aunque esto distara mucho de ser cierto.
Alan no tardó ni un segundo en reconocer el vehículo que acababa de estacionar junto a su casa como el automóvil en el que Paula había partido con sus amigas hacia la ciudad. Después de un simple vistazo, no albergó ninguna duda de que Paula y Pedro se habían encontrado allí, pues el minúsculo coche de color rojo chillón llevaba sujeto en la baca un enorme oso de peluche ataviado con una horrenda pajarita que delataba a simple vista de quién había recibido Paula semejante regalo.
Sabiendo que para ese muchacho su hija Paula siempre sería lo primero, y conociendo lo responsable que Pedro podía llegar a ser, Alan al fin pudo respirar tranquilo mientras descartaba las decenas de desgracias que habían pasado por su mente al dejar a su hija volar lejos de su hogar. Porque para él, aunque Paula creciera, siempre sería su niña, su princesa un tanto salvaje a la que aún quería sobreproteger. «Aunque eso dentro de poco será la tarea de otro», pensó Alan resignado, recordando al siempre perfecto Pedro mientras se preguntaba en qué clase de hombre se habría convertido y si seguiría siendo tan adecuado para Paula como lo fue en su niñez.
Dándole un trago a la cerveza de la que no había disfrutado en absoluto hasta que su hija había hecho su aparición, Alan observó relajadamente desde su asiento en el porche cómo las cuatro jóvenes intentaban bajar entre maldiciones ese gigantesco presente del vehículo.
Sin prestar su ayuda a la trabajosa tarea que era desplazar ese enorme oso de su lugar, Alan se dispuso a recrearse en el espectáculo que le ofrecían esas niñas mientras trataba de captar algo de su conversación para averiguar qué había ocurrido durante esa semana en la que Paula se había alejado de él para incurrir en una de sus locas aventuras.
—¿No podías haber dejado este trasto en el hotel? —se quejaba una de las amigas de Paula mientras la ayudaba a descolgar el enorme oso del coche.
—Vosotras fuisteis las que me dijisteis que aceptara todos los regalos de Pedro, ¿no? —declaró Paula despreocupadamente, recordándole cómo se habían aprovechado con descaro de todos los presentes que Pedro le había hecho.
—Paula, estás como una cabra; eres capaz de rechazar la suite de un hotel de lujo, bombones, joyas, incluso ropa de marca y, sin embargo, te desvives por un maldito oso de peluche —dijo Amelia mientras conseguía bajar ese maldito oso de su coche con un último empujón.
—Todo eso, las joyas, los vestidos y demás, eran regalos forzados; eran demasiado impersonales. Pero este oso no, éste es un secreto entre nosotros dos. Algo que no dudaría en regalarme el Pedro que conozco.
—¿Así que, a pesar de la distancia, seguiréis juntos? —preguntó Elisa, curiosa por cómo acabaría la historia de su amiga.
—Sí, seguiré esperándolo por un tiempo.
—¿Hasta cuándo? —indagó Amelia.
—Hasta que ya no tenga fuerzas para abrir mi ventana —contestó Paula misteriosamente, dejando a sus amigas confundidas ante su extraña respuesta mientras se alejaba arrastrando su preciado oso hacia el porche de su casa.
—¡Paula Chaves, estás castigada! —dijo Alan en cuanto su hija llegó junto a él, justo después de darle un fuerte abrazo que mostraba su preocupación a pesar de sus palabras.
—Lo sé, papá —confirmó Paula, admitiendo finalmente que esa salida había sido una locura.
Pero mientras aceptaba su castigo con resignación, sin dejar de arrastrar el oso hacia su habitación, Alan no pudo evitar observar en el rostro de Paula una gran sonrisa que intentaba ocultar detrás de ese enorme peluche y que mostraba a todos que no se arrepentiría nunca de nada de lo que había ocurrido en ese viaje.
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