jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 56

 


En el instante en el que Paula me abrazó me sentí aliviado al comprender que no se alejaría de mí a pesar de lo idiota que había sido esa noche. Cuando la había visto junto al hotel con su rostro mojado y sus ropas manchadas de barro, tan orgullosa como siempre a pesar de su posición, me sentí orgulloso de ella, pero tuve miedo de que mis acompañantes la avergonzaran por su aspecto, o peor aún, que fijaran sus miras en ella tras conocer lo importante que era para mí. Finalmente, la alejé de mi lado con frialdad, y sin darle ninguna explicación; le hice yo mismo el daño que había querido evitar que los otros le infligieran.


Toda esa maldita reunión había sido un desastre. Sólo podía pensar en Paula, y en vez de aclarar las cosas en cuanto llegué a casa, me puse a contestar a sus reclamaciones con furiosas respuestas que sólo la dañaron más. Pero es que odié que Paula me pidiera explicaciones de la presencia de otra mujer cuando ella no me las daba sobre ese hombre que me ocultaba y que todavía no sabía lo que significaba en su vida.


Resuelto a averiguarlo, alcé mi rostro para buscar la verdad. Pero cuando mis ojos se encontraron con los suyos no pude evitar atraerla hacia mis brazos para que nuestros labios se unieran, recordándole una vez más lo que ambos sentíamos. Sin embargo, a pesar del amor que guardaba en mi corazón, había demasiadas preguntas sin contestar como para pretender ocultarlas detrás de un simple beso. Con desesperación, intenté atraer a Paula hacia mis brazos y alejarla de esa puerta que representaba para mí su abandono.


Mis besos no mostraban amor en esos instantes, sino mi decisión de no dejarla marchar y la desesperación por mantenerla a mi lado. Invadiendo su boca con mi avasalladora lengua, exigí una respuesta a mis avances, y cogiéndola en brazos, la alejé de esa puerta tan temida por mí para llevarla hasta mi cama y tumbarla en ella sin abandonar ni por un segundo el dulce sabor de sus labios.


Sin esperar a escuchar sus protestas contra mis impetuosas acciones, la despojé con celeridad de su burdo jersey. En el momento en el que Paula intentó apartarme de ella me sentí rechazado, y eso era algo que no estaba dispuesto a permitir, así que me deshice de mi corbata, até sus manos con ella, y de un solo tirón las alcé por encima de su cabeza para dirigir su pasión hacia donde yo quería. Tan manipulador como siempre, yo sabía dónde debía tocarla y qué hacer para que su cuerpo se rindiera a mí y estallara su deseo.


Mis besos acallaron sus protestas, y sus enojados forcejeos pronto fueron apaciguándose cuando comencé a acariciar su cálida piel exigiendo la pasión que siempre nos embargaba. Ella no tardó en responder a mi beso, y tan excitada como yo, su lengua reclamó la mía en esa danza de pasión.


Sin cesar en mis caricias, deslicé lentamente mi mano por su cuello, descendiendo por su escote, decidido a eliminar cualquier obstáculo que se interpusiera en mi camino. Así, me deshice con rapidez de su sujetador de encaje. Con un simple gesto desabroché el cierre delantero de esa prenda y pude mimar esos sugerentes pechos que para mí representaban toda una tentación.


Con mi mano agasajé cada una de sus turgentes cumbres, e incitado por los gemidos que dejaba escapar de su boca, torturé sus enhiestos pezones con pequeños pellizcos, haciendo que su cuerpo se arqueara reclamando más de mis caricias.


Cuando sus pezones estuvieron lo suficientemente sensibles como para que un leve roce de mi lengua la hiciera gritar de deseo, mi mano continuó descendiendo para esta vez introducirse entre sus piernas, buscando la húmeda evidencia de su deseo.


Sin abandonar su boca ni permitir que me tocara, desabroché sus pantalones y deslicé mi mano atrevidamente por el interior de sus braguitas. Su húmeda feminidad me recibió, y mis dedos acariciaron con calma la zona más sensible de su cuerpo, haciéndola gritar.


Decidido a escuchar esos excitantes sonidos que mis labios acallaban, abandoné su boca solamente para deslizar mis besos por su cuello y seguir bajando mientras mi lengua probaba el dulce sabor de su desnuda piel.


En el instante en el que llegué a sus pechos, donde las erizadas cumbres de sus senos esperaban mis caricias, me dediqué a devorar con gran deleite cada uno de ellos a la vez que hundía profundamente uno de mis dedos en su interior, para hacerle gritar mi nombre.


Mientras mi lengua lamía lentamente sus sensibles pezones y mis dientes jugueteaban con ellos, otro más de mis dedos se adentró en ella, abriéndola más ante mí y mi deseo.


Mi otra mano, que aún sujetaba sus brazos lejos de mí otorgándome así todo el control de la situación, dejó de retenerla y descendió por su cuerpo uniéndose a la tortura y el placer con la que mi boca agasajaba sus senos. En cuanto Paula comenzó a marcar un ritmo propio sobre mi mano buscando su placer sin que nada más le importara, mi boca comenzó a descender por su cuerpo y mis manos dejaron de acariciarla para despojarla del resto de sus ropas.


Finalmente, desnuda frente a mí, Paula representaba un jugoso manjar al que no podía ni quería resistirme, así que abrí sus piernas y, sin piedad, hundí mi lengua en ella, haciendo que gritara mi nombre hasta el éxtasis. Sus manos atadas se agarraron a mi cabeza mientras yo, sin misericordia, la hacía llegar al orgasmo con mi lengua y con mis impetuosos dedos, que la penetraban una y otra vez.


Únicamente cuando sus manos comenzaron a tirar de mis cabellos para apartarme de su sensible cuerpo y ella reclamó un descanso, me alejé de Paula.


Pero mi erguido miembro me exigía que me hundiera en su interior, algo que estaba más que dispuesto a hacer para demostrarle que yo era el único hombre para ella. Así pues, sin molestarme siquiera en quitarme la ropa, simplemente desabroché mis pantalones y saqué mi erecto miembro de su encierro para hundirme en ella de una profunda embestida.


Paula emitió un gritito, asombrada por mi agresiva respuesta, y cuando intentó alejarme de su lado una vez más, sólo tuve que alzar sus atadas manos por encima de su cabeza para acabar con sus protestas.


Hundiéndome en ella con decisión, la hice mía, imponiendo un ritmo al que ella no pudo negarse, unos besos que ella no rechazó, unas caricias ante las que su deseo nuevamente despertó. Cuando sus caderas se alzaron buscándome, yo incrementé el ritmo de mis profundas embestidas hasta que me dejé llevar hacia el clímax gritando su nombre.


Pero cuando la pasión nos abandonó y yo busqué sus ojos con una satisfecha sonrisa, lo único que hallé fueron unas silenciosas lágrimas y una pregunta que me rompió el corazón.


—¿Pedro?


Negándome a mirarla, simplemente la abracé e intenté evitar tener que contestar a unas preguntas para las que en ese momento no tenía respuesta, susurrándole:

—Durmamos.


A la mañana siguiente, todo lo que había tratado de evitar, lo que había ignorado, lo que había apartado de mi mente por miedo, me golpeó de repente haciendo que me percatara de todos y cada uno de mis errores. No tuve que abrir los ojos siquiera para saber lo que mis vacíos brazos ya me anunciaban: que Paula se había ido de mi lado y que, esta vez, tal vez fuera para siempre.





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