jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 74

 


Bueno, el primer paso para aparentar ser un chico malo fue resuelto con celeridad la noche anterior, algo que comprobé después de levantarme con una gran resaca y la mente un tanto borrosa y noté que me quemaba la piel en el pecho y en el brazo. Tras alzar mi camiseta descubrí sendos tatuajes: una brújula sobre mi pecho, a la altura del corazón, y una cadena en el brazo izquierdo, que me daba un aspecto bastante intimidante. Al parecer, el señor Lowell había hallado ese local de tatuajes de henna al que quería llevarme, aunque no le había importado demasiado entretenerse una y otra vez por el camino mientras hacía memoria para localizarlo al tiempo que degustábamos los diversos fuertes licores que encontrábamos a nuestro paso. Y para mi desgracia, en nuestro camino había muchos bares, así que seguramente caí inconsciente antes de llegar al lugar.


Por suerte, mis acompañantes se habían comportado decidiendo no burlarse de mí ordenando que me hicieran algún diseño vergonzoso. O eso pensaba hasta que entré a darme una ducha y vi el reflejo de mi trasero en la mampara de cristal, donde una llamativa mariposa tatuada se reía de mí.


Tras pasar una hora restregando la esponja a lo largo de mi glúteo, que me dolió como mil demonios cada vez que lo frotaba, decidí dejar por imposible el borrar ese denigrante tatuaje mientras rogaba que se borrara antes de que volviera a encontrarme con Paula y ésta pudiera burlarse de mí, ya que yo tenía serias dudas de que un «chico malo» tuviera una mariposa adornándole el culo.


Con la toalla enrollada en torno a mi cintura y miles de preguntas agolpándose en mi mente, salí del baño dispuesto a encontrar a alguien que me explicara lo que había ocurrido la noche anterior.


—¿Me puede decir alguien por qué me duelen tanto estos tatuajes de pega, si no están hechos con aguja y tinta? —increpé a los sujetos con los que compartía la estancia. Y cuando cada uno de ellos comenzó a abandonar lentamente la habitación intentando disimular que no estaban huyendo de mí, comencé a sospechar—. ¿Sabéis cuánto tardará en irse el dibujo que algún graciosillo ha encargado que me hicieran en el culo? Porque por más que frote no se borra... — insistí.


Y cuando todos esos adultos y responsables individuos abandonaron la habitación empujando a Nicolas hacia mí para que me dijera lo que quería saber, comencé a temerme lo peor.


Por supuesto mi gran amigo, que no era de los que huían, fulminó con su mirada la puerta tras las que probablemente se encontrarían apilados esos cotillas, y tras emitir un gran suspiro de resignación, me repitió lo que solía decirme:

Pedro, ¿cuántas veces tengo que decirte que no sigas ninguno de sus consejos?


—Entonces, los tatuajes… —balbuceé, aterrado.


—Son de verdad —confirmó mi amigo, provocando que me precipitara rápidamente hacia el cuarto de baño para intentar ver con más detenimiento lo que tenía en mi trasero mientras me acordaba en términos no muy elogiosos de cada uno de los tipos que habían decidido prestarme su ayuda para tratar de recuperar a Paula, algo que cada día que pasaba estaba más lejos de lograr, sobre todo si esos tres seguían concediéndome su inestimable asistencia.


—¡Mierda, Paula! ¿Por qué tenías que elegir esto…? —me quejé mientras leía una vez más ese maldito trozo de papel que arrugaba entre mis manos. Pero a pesar de odiarlo con toda mi alma, no podía tirarlo ni destruirlo porque entonces sería como renunciar a ella. Y eso era algo que nunca me podría permitir.




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