En dos años podían suceder muchas cosas y las personas poco a poco cambiaban. Y más aún cuando la distancia se extendía entre ellos.
Paula había ido de un trabajo a otro desde que terminó el instituto, todos ellos temporales y sin importancia, algo que no le había proporcionado más satisfacción que el poco dinero que ganaba. Su madre le insistía continuamente en que fuera a la universidad, un tema por el que sostenían muchas discusiones de las que su padre se abstenía de intervenir, por lo que eran sus abuelos quienes representaban un desahogo para ella cuando, cada vez que podía, se escapaba a su ruidoso hogar donde casi todos los fines de semana se reunían sus primos.
Sara la mimaba como siempre con sus espléndidas galletas, mientras que Juan era el único que la entendía cuando le cedía alguno de los locales o viviendas que había comprado recientemente para reformar y vender, proporcionándole una pared blanca donde desahogar todos los sentimientos que se agolpaban en ella desde hacía dos años.
Ese día era la fecha en la que Pedro y ella debían encontrarse, y Paula sentía que ésa era una cita a la que él llegaría tarde de nuevo. A lo largo de esos dos años habían pospuesto muchas citas por trabajos, tanto de la universidad como del sofocante imperio que algún día le tocaría dirigir; eran muchas las llamadas que él se había olvidado de realizar y los mensajes que no había contestado, y a cada momento que pasaba, Paula notaba que la distancia entre ellos aumentaba, y no por los kilómetros que los separaban, sino porque Pedro se estaba olvidando de ella poco a poco. O al menos eso era lo que demostraba con sus acciones.
Desde el nuevo puesto de trabajo que había conseguido en un viejo videoclub, posiblemente el último que quedaba en pie en todo el pueblo, Paula fulminaba con la mirada a su teléfono una vez más, el cual había sido relegado a permanecer debajo del mostrador para no caer en la tentación de volver a mirarlo otra vez para comprobar si su esquivo amigo había contestado a sus mensajes o si, como últimamente hacía, la había ignorado.
Dispuesta a ser ella la que lo hiciera esperar en esa ocasión, se cruzó de brazos y pagó su mal humor con algunos de los clientes a los que debía atender, simplemente porque ellos estaban más cerca de ella que el hombre al que deseaba gritar todo su resentimiento.
Mientras miraba enfurecida a algún que otro depravado de la sección para adultos, que intentaba disimular la película que estaba a punto de alquilar, a los niños que le tocaban todos los títulos y le dejaban los estantes desordenados o las viejas taimadas que le cambiaban el precio de los artículos, observó a su primo Nicolás entrando en el local.
Dado que un sabiondo como él era más partidario de la lectura que de ver películas, Paula dedujo que había entrado allí para verla a ella y, posiblemente, para transmitirle algún mensaje de su amigo Pedro, al que ella había decidido ignorar.
Resuelta a espantar a todos los clientes para mantener privada su conversación sobre el hombre que amaba y odiaba por igual, Paula leyó en voz alta el título de la película que el temeroso señor Pinkerton se había atrevido a alquilar tras algún que otro titubeo.
—¡Ah, señor Pinkerton, muchas gracias por alquilar La guarra de las galaxias, todo un clásico del cine para adultos! ¡Vuelva a nuestro videoclub cuando quiera para alquilar más películas guarras! ¡Gracias! —gritó Paula jovialmente y a todo pulmón mientras le daba el cambio y una bolsa con su película.
Tras escuchar el anuncio de Paula y ver las miradas de reprobación que recibía, el pobre hombre salió corriendo como alma que lleva el diablo. A continuación, la madre que no sabía qué alquilar tapó los oídos de su hijo y lo arrastró hacia fuera mientras el chiquillo no dejaba de preguntarle si podía alquilar esa película de naves espaciales, mientras que, por su parte, la vieja cotilla que no cesaba de tocarle los precios a Paula ni se inmutó y siguió a lo suyo...
—No creo que dures mucho en este trabajo tampoco, Paula —señaló Nicolas, apoyándose despreocupado en el mostrador cuando llegó junto a su prima.
—Sólo he seguido la política de la empresa: agradecer al cliente la adquisición de su producto es algo obligatorio.
—¿Y también lo es gritar el obsceno título de la película que había alquilado?
—Eso es un extra que tiene este trabajo —replicó Paula, sonriendo maliciosamente a Nicolás—. ¿Y bien? ¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Tú también vas a llevarte algún título guarrillo para pasar el fin de semana, primo?
—No, vengo a hablarte de un quejica que no ha parado de llamarme molestándome incansablemente con sus lloros porque alguien no le coge el teléfono.
—Ah… Prefiero seguir hablando de películas guarras, Nicolas.
—Yo también, pero como Pedro me ha llamado más de veinte veces en lo que va de día y no deja de incordiarme, será mejor para todos que cojas de una vez ese maldito teléfono y te comuniques con ese pesado.
—¡Pues mira por donde que ya te ha llamado a ti hoy más de lo que lo ha hecho conmigo en lo que va de año! A ver si al final va a ser que le gustas tú más que yo...
—Paula… —reprendió Nicolás a su prima, un poco harto de que esa pareja siempre lo metiera en medio de sus asuntos—. Como no contestes a ese teléfono voy a tener que leerle a Pedro algunos de los vergonzosos secretos de tu diario para que me deje en paz.
—¡Ja! No cuela, guardo mi diario muy bien, en un escondite que tú nunca...
—Debajo del colchón de tu cama en casa de los abuelos, dentro de una vieja lata de galletas.
—Pero ¿quién...?
—Ramiro —contestó Nicolás, haciéndole ver a Helena que no iba de farol.
—¡Rata inmunda! ¡En cuanto le ponga las manos encima se va a enterar! — gritó Paula con furia. Finalmente, cediendo al chantaje de su primo, acabó haciendo lo que había querido hacer durante toda la mañana: saco el móvil de debajo del mostrador y miró sus mensajes.
En todos ellos, un cada vez más preocupado Pedro se disculpaba una y mil veces haciéndole saber que, como ella sospechaba, tampoco llegaría a tiempo a esa cita que había esperado desde hacía tanto.
Furiosa con su primo, que le había obligado a enfrentarse a algo que no quería ver, y con Pedro, porque le fallaba nuevamente, sonrió con falsedad a su pariente a la vez que le mostraba el dedo corazón para, a continuación, hacerle una foto con su teléfono y mandarla como única contestación a ese hombre que no dejaba de poner excusas a su retraso.
—¿Qué? ¿Ya estás contento? Al fin he contestado a sus mensajes —dijo Paula, molesta, mirando airadamente a su primo.
—Por mí vale —declaró despreocupadamente Nicolas mientras apagaba su teléfono, seguramente para no recibir más fastidiosas llamadas de su amigo—. Pero yo que tú miraría sus mensajes; hoy parecía más nervioso de lo usual, como si tuviera algo importante que decirte.
—Sí, que no podremos vernos a causa de su trabajo, de sus responsabilidades, por todo lo que rodea a su apellido y blablablá… Francamente, Nicolas, ya estoy harta de esperar.
—Tienes razón, Paula. No merece la pena esperar por ese tonto que sólo piensa en ti desde que erais pequeños, que no ha dejado de perseguirte desde la infancia, que te ha protegido en multitud de ocasiones, que va en contra de su estirada familia sólo para estar contigo, que...
—¡Está bien! ¡Está bien! ¡Contestaré a sus mensajes cuando salga del trabajo! Pero que ni sueñe con que voy a devolverle sus llamadas, porque no se lo merece —respondió Paula, cediendo ante las palabras de su convincente primo únicamente porque le recordó que Pedro seguía siendo el impertinente y molesto niño que una vez la enamoró.
Nicolás dejó a Paula enfurruñada detrás del mostrador y se dirigió hacia la salida; sólo cuando estuvo lejos de la furiosa mirada de su prima, que le echaba en cara que hubiera conseguido que cediera ante Pedro una vez más, sacó su teléfono y lo encendió de nuevo para atender a la llamada de su amigo.
—Tendrás que comunicarte con ella por mensajes, ya que se niega a hablar contigo —anunció Nicolás sin dejar hablar a su amigo, y antes de que sus interminables quejas comenzaran a asediarlo recordándole lo importante que era ese día para él, Nicolás declaró con contundencia—: ¡Alégrate de que haya conseguido que conteste a tus mensajes después de cómo te has comportado! Aunque no me hago responsable de lo que pueda llegar a decir... —Tras esto, Nicolas colgó, preguntándose cuándo dejarían esos dos de meterlo en medio de su relación, y de paso, en un sinfín de problemas.
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