—Tu madre sigue enfadada. No le gusta que corras detrás de ningún hombre, aunque éste sea Pedro —comentaba Alan mientras ayudaba a su hija a meter las maletas en el viejo coche que se había comprado hacía poco.
—Papá, me ha enseñado un anillo de compromiso y...
—Y no ha tenido tiempo para venir a ponerlo en tu mano, cariño. ¿Estás segura de que te quiere?
—¡Papá, es Pedro! —exclamó Paula, pretendiendo con esas palabras excusar una vez más la ausencia de ese hombre a la vez que intentaba explicar la locura que la llevaba de nuevo a correr detrás de él.
—Ese hombre no es el mismo chico que me pedía continuamente consejos en el porche de tus abuelos para lograr enamorarte, hija. Paula, aunque no quieras darte cuenta, Pedro ha cambiado mucho, y yo, al igual que tu madre, no quiero que te rompan el corazón.
—Papá, ¡tengo que intentarlo! Siempre que pretendo olvidar a Pedro vuelvo a ver en él uno de esos tiernos gestos que me recuerdan al chico del que me enamoré y recuerdo lo mucho que él siempre me ha necesitado.
—¿Estás totalmente segura de que te sigue necesitando igual que antes? — preguntó Alan mientras fruncía pensativamente el ceño sin querer permitir que su hija se alejara de su protectora familia.
—No, papá, ahora me necesita más. Su familia es fría, muy fría. Nunca he visto en ellos ni una pizca de cariño hacia Pedro y no me puedo imaginar lo solo que ha estado durante estos años. Todo lo que lo rodea es tan falso… —confesó Paula, haciendo que su padre la abrazara con cariño para recordarle que él siempre estaría allí—. Papá, tengo que ir para recordarle a Pedro cómo ser un chico malo —bromeó Paula mientras dejaba los protectores brazos de su padre para buscar sus comprensivos ojos, pidiéndole su apoyo para la locura en la que se embarcaba.
—Cariño, pienso que ese chico hace mucho tiempo que dejó de ser un niño bueno, lo que pasa es que tú eres la única que lo sigue viendo como tal.
—Creo que tengo que darle una última oportunidad antes de decidirme a abandonarlo por completo, de lo contrario, tal vez un día me arrepienta.
—Ese chico no te merece en absoluto, pero dado que ya eres demasiado mayor como para encerrarte en tu habitación como a mí me gustaría, sólo quiero que sepas que, ocurra lo que ocurra, tu familia siempre estará aquí…, y además, que tu abuelo al fin ha encontrado su vieja escopeta de perdigones, así que si ese estúpido se atreve a hacerte llorar, podremos encargarnos de él.
—Gracias por tu apoyo, papá —dijo Paula mientras abrazaba efusivamente a su padre a la vez que sentía que se le escapaba alguna que otra lágrima de despedida—. Mamá no bajará, ¿verdad? —susurró al oído de su padre antes de abandonar su cariñoso abrazo.
—Tu madre puede ser muy cabezota en ocasiones, ¡¿verdad, Doña Perfecta?! —gritó Alan en voz alta mientras señalaba con la cabeza la ventana de la habitación desde donde su mujer intentaba ocultar inútilmente que los estaba espiando—. Cuando te marches, esa exasperante mujer me exigirá que le relate palabra por palabra todo lo que hemos hablado… Tal vez, para cabrearla, le acabe contando alguno de mis partidos.
—Papá, ¿por qué mamá no me entiende y tú lo haces tan bien? —preguntó Paula, apenada porque su madre no estuviera nunca de acuerdo con sus acciones.
Alan alzó el rostro de su hija, y tratando de disculpar el infantil comportamiento que en ocasiones tenía Eliana, intentó que Paula entendiera a su madre un poco más.
—Porque te pareces demasiado a mí, cariño. Cuando quieres a alguien, pones todo tu corazón en ello y no te das por vencida incluso cuando ya no quedan esperanzas. Sé por experiencia que ese tipo de amor puede ser muy doloroso y que sólo te rendirás con ese chico cuando te haya roto el corazón, y eso es algo que tu madre no quiere que te ocurra.
—No permitiré que nadie me haga daño, papá —declaró Paula, decidida.
—¡Ésa es mi chica! —exclamó Alan jovialmente mientras la dejaba marchar.
Y mientras la veía alejarse, Alan mantuvo en su rostro una alegre sonrisa que sólo duró hasta que Paula ya no pudo verlo. Entonces, pasó a mostrar una gran preocupación al recordar que, en ocasiones, las personas que más amamos son las que más daño pueden llegar a hacernos.
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