jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 76

 


Después de mirarme una vez más en el espejo de la habitación y no reconocerme en absoluto, me volví hacia las maliciosas risitas que me contemplaban para dejarles claro que, estuvieran de acuerdo o no, ese maldito punto de la lista quedaría tachado.


—¡Qué! ¿Ya estáis satisfechos? —me encaré con cada uno de ellos, cada vez más molesto a causa de la ridícula manera en la que había cambiado mi aspecto solamente para intentar cumplir con unas absurdas expectativas.


—No sé yo... —susurró maliciosamente Jose Lowell mientras daba vueltas a mi alrededor—. El pendiente en la oreja no está mal, a pesar de que lloraras como un bebé. Te queda bien, pero esos pelos no me acaban de convencer… ¿Se supone que tu pelo debe ser… verde? —preguntó socarronamente para tocarme las narices.


—¡Es rubio, rubio platino! ¡Lo dice aquí claramente! —exclamó Daniel, ofendido, aclarándolo todo al mostrar las instrucciones que había seguido al pie de la letra. Instrucciones en chino.


—¿Desde cuándo sabes chino? —interrogó Jose, alzando una de sus cejas en dirección a su hermano.


—No hace falta, sólo hay que seguir los dibujitos, ¿los ves? Esto se mezcla con esto y… ¿o era con esto otro? Bueno, da igual. Se remueve todo y se echa en el pelo y ya está.


—Ahora me explico por qué es verde —repuso Jose entre carcajadas mientras palmeaba amigablemente mi espalda a pesar de que lo estuviera fulminando con la mirada.


—¿No creéis que ya he sufrido bastante por mis errores? —exploté, enfrentándome al más despiadado de todos ellos, el hombre que había venido a buscarme para darme una lección.


—Creo que, a pesar de haber tachado todas las exigencias de esta lista, aún no has terminado con ella —y tendiéndome ese ajado papel, Alan Chaves me exigió —: Añade lo que, en tu opinión, le falta a esta estúpida lista, y ten en cuenta que sólo si me satisface tu respuesta podremos comenzar con nuestro viaje de vuelta a Whiterlande.


Furioso, le arrebaté al señor Chaves la hoja donde Paula había apuntado cada una de las chifladuras que se le pasaban por la cabeza durante su niñez, cuando quería tener junto a ella al chico más malo de todos. Después recordé cómo había renunciado finalmente a cada una de esas estúpidas exigencias y se había quedado conmigo. Y tras reflexionar brevemente, agregué el único punto de la lista que ella merecía que se cumpliera y que yo, con mi egoísmo, aún no le había concedido.


Tendiéndoselo al señor Chaves de vuelta, esperé su veredicto y, tal vez, algunas palabras de reproche que me recriminaran que yo no era el más adecuado para cumplir ese requisito, ya que había errado con anterioridad. Pero él solamente se levantó de su lugar, y después de anunciarles a los demás que ya estábamos listos para volver a casa, colocó nuevamente ese papel entre mis manos.


—En verdad, espero que éste lo cumplas... —dijo, depositando nuevamente en mí la confianza que me concedió cuando era niño.


—Yo también… —susurré, comenzando mi viaje sin poder dejar de leer ese punto una y otra vez. Una condición que, aunque fuera la más complicada de todas, era yo quien había decidido añadirla, ya que Paula no merecía menos de mí.


—«Que te ame por encima de todo y no te abandone nunca» —leí en voz baja, dispuesto a concederle en esta ocasión lo que siempre me había reclamado y que yo, necio de mí, había pospuesto una y otra vez. Hasta ahora.




No hay comentarios:

Publicar un comentario