A la mañana siguiente me desperté en ese viejo sofá arropada por una manta que Pedro habría colocado sobre mí antes de irse. Sin molestarme en buscar mis ropas, me puse la camiseta que él había llevado la noche anterior y fui en su busca, porque, aunque habíamos aclarado todas las dudas y malentendidos que nos rodeaban, aún quedaban muchas cosas que hablar entre nosotros. Lo encontré en el exterior de la casa, ataviado solamente con sus pantalones, un espectáculo digno de contemplar, así que recorrí mi mirada por su firme torso y sus torneados bíceps mientras él paseaba nerviosamente de un lado al otro dando órdenes por teléfono.
Cuando me vio me dirigió una sonrisa antes de proseguir con su conversación. En ese instante, el Pedro frío y severo al que había abandonado y el Pedro amable y enamorado se entremezclaban en él, convirtiéndolo en alguien nuevo que sin duda tenía que conocer.
Pedro y yo habíamos evolucionado mucho a lo largo de los años, pero nuestro amor era algo que prevalecía, por más que nosotros cambiáramos. Decidida a decirle ese «te quiero» que durante tanto tiempo me había guardado y que Pedro siempre había deseado escuchar, me dirigí hacia su maltrecha bolsa de viaje y rebusqué entre sus pertenencias algo que el siempre preparado Pedro no habría olvidado traer consigo si de verdad había venido a Whiterlande con la intención de recuperarme.
Y efectivamente, así era. No tardé nada en hallar una pequeña cajita perteneciente a una cara joyería que guardaba el anillo que durante tanto tiempo yo me había negado a llevar, tal vez por miedo, o tal vez por sentirme insegura hacia el hombre que estaba a mi lado. Pero de lo que nunca había llegado a dudar era de lo mucho que quería a Pedro y de que quizá ya era hora que se lo demostrara.
Colocándome el anillo en el dedo correcto, contemplé lo bien que me quedaba. Y sin importarme demasiado el valor de esa joya, pero sí el hombre que me lo había regalado, me dirigí hacia él para decirle esas palabras que Pedro siempre buscaba cuando corría a mi lado y que yo nunca había terminado de pronunciar para él, aunque estaba segura de que mis gestos habrían delatado mis sentimientos en más de una ocasión.
Mientras me dirigía hacia la entrada para salir al jardín, oí mi inoportuno teléfono móvil. Pensé en ignorarlo, hasta que recordé que mi molesta familia sin duda estaría esperando alguna noticia mía. Entonces corrí hacia él, ya que si no contestaba seguramente se presentarían ante la puerta de Pedro para ver cómo estaba y, de paso, fastidiarnos el momento.
—¿Hola? ¿Paula? ¿Estás con Pedro? —preguntó con apremio mi primo Nicolás sin molestarse en saludar.
—Creo que después de que tú y los demás le ayudaseis a atraparme, ésa es una obviedad con la que no deberías molestarme, primito… —repliqué, molesta por la interrupción.
—Sabíamos que Pedro lograría atraparte, Paula. Lo que dudábamos era durante cuánto tiempo podría retenerte. Creo que incluso se han hecho apuestas sobre ello.
—¿Qué es lo que quieres, Nicolas? —pregunté, cortando de lleno sus bromas que en ocasiones podían llegar a ser bastante irritantes.
—No sé si sabes que el abuelo de Pedro está en el hospital y que él se está haciendo cargo por teléfono de los negocios de su empresa simple y llanamente porque no quiere volver a dejarte. Acabo de recibir una llamada comunicándome que el viejo ha empeorado y que Pedro tiene que regresar.
—Vaya… No lo sabía, no me ha dicho nada.
—Tal vez no quiera presionarte para que lo perdones y sólo quiera recibir tu perdón cuando estés preparada para ello. Ya sabes cómo es Pedro en ese aspecto: no quiere nada que no esté seguro de haberse ganado, y pienso que, desde que comenzó este viaje, él opina que tu cariño es algo que todavía no cree merecer.
—Lo sé —contesté, recordando cómo Pedro no se daba cuenta de lo mucho que le importaba a mi familia o a mí misma. Posiblemente porque nunca había recibido de los suyos ese cariño que deberían haberle entregado durante su infancia y porque no comprendía por qué razón debían amarle otros cuando su propia familia no lo hacía.
—¿Qué piensas hacer? —me preguntó mi primo, tan protector con Pedro como podía llegar a serlo conmigo.
—Mostrarle por qué lo quiero... —declaré, más segura que nunca de decirle a Pedro ese «te quiero» que tantos años había guardado en mi corazón.
—¿Y después? ¿Lo dejarás marchar?
—No lo sé —contesté apenada al saber que tendría que hacer una vez más lo que no quería y debía separarme de Pedro para dejarlo regresar junto a su fría familia.
Sin terminar de contestar a las persistentes palabras de mi primo, colgué el teléfono para luego esconderlo entre los viejos cojines del sofá para que nadie más osara interrumpirnos, ya que antes de que Pedro se alejara, tenía que recordarle que era mío, así como cada uno de los motivos por los que tenía que regresar a mi lado.
Sorprendiéndolo como me gustaba hacer, corrí hacia él y salté sobre su espalda para que me cogiera a caballito. El duro y frío empresario no dudó en soltar su móvil y dejarlo caer al césped para agarrarme con fuerza. Y negándose a soltarme, rio conmigo a causa de nuestras infantiles acciones mientras me llevaba a casa, dispuesto a una vez más a jugar conmigo como siempre hacía cada vez que lo tentaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario