jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 34

 


Había estado recibiendo durante horas estrambóticos regalos de Pedro, un hombre que al parecer nunca sabía cuándo era suficiente. El único que no le devolví fue ese estúpido y gigantesco oso, por dos motivos: uno, me era imposible cargarlo yo sola por la puerta; y dos, me recordaba demasiado al antiguo Pedro, a mi compañero de juegos que parecía haber desaparecido para dar paso a un hombre que no sabía pedir perdón.


Por la noche desistí de continuar llamando a mis amigas ya que me saltaban continuamente sus buzones de voz, por lo que algo deprimida me dispuse a irme a la cama de esa fría y solitaria habitación. Como era mi costumbre, dejé la ventana de mi cuarto abierta.


Aunque sabía que nadie podría entrar en mi habitación, situada en el piso vigésimo, era algo innato en mí dejar esa vía de escape para Pedro. Esa ventana abierta era nuestro secreto, nuestra señal de que, siempre que él me necesitara, yo estaría ahí para él. Algo que, al parecer, a Pedro ya no le hacía falta.


Dudé por unos instantes si cerrarla o no, ya que ese hombre que me había seducido con su atrevimiento en el club de strippers no me había enamorado como hizo el joven amigo que lo daba todo por estar a mi lado. Luego miré el enorme oso que ocupaba casi toda la cama y pensé que ese chico aún podía estar ahí, así que me cobijé entre las sábanas abrazando al gigantesco peluche mientras añoraba la visita del que había sido un molesto niño que siempre me importunaba.


En mitad de un bonito sueño en el que volvía a ser una revoltosa niña que jugaba con su serio vecino, alguien me arrebató la suavidad del oso que ocupaba mi cama. Yo protesté hasta que oí unas cuantas maldiciones y sentí la calidez de una mano que nunca podría olvidar.


—¡Estás helada! ¿Se puede saber por qué narices has dejado abierta la ventana de tu habitación? —me reprendió Pedro, preocupado como siempre hacía cuando yo cometía alguna imprudencia.


—Porque no estabas aquí —susurré, negándome a abrir los ojos y que el Pedro al que yo amaba volviera a desaparecer para ser sustituido por un extraño.


—Mírame, Paula; soy yo, Pedro…, estoy aquí contigo —anunció mientras me acogía entre sus cálidos brazos.


—No, cuando abra los ojos desaparecerás y ante mí sólo tendré a un hombre al que ya no le importo, que ya no me necesita y al que le basta y le sobra con su dinero.


—¿Que no te necesito? ¿Que no me importas? —exclamó Pedro, apartándose de mí con enfado—. ¿Sabes lo que tuve que hacer para poder llegar a nuestra cita, cuántas reglas de mi estricta familia rompí, los milagros que tuve que hacer en la sala de juntas o el interminable viaje que emprendí para estar a tu lado a pesar del sueño o el cansancio? ¡Tú eres lo más importante para mí, Paula! — finalizó con dulzura mientras limpiaba con cálidos besos las lágrimas que escapaban de mis ojos ante el amargo recuerdo de la espera.


—Y, aun así, llegaste tarde —le eché en cara, abriendo finalmente mis ojos al sentir a mi lado al chico al que tanto había añorado.


—Perdóname, lo intenté todo para llegar a tiempo, pero no fue suficiente. ¿Esperaste mucho por mí? —inquirió Pedro, besando la mano que retenía enlazada con la suya y que se negaba a soltar.


—Tres años y toda una interminable noche.


—Te resarciré por esa noche, por cada una de las noches que estuvimos separados, pero no me alejes más de ti —suplicó mientras acariciaba dulcemente mi rostro apartando de él mis revueltos cabellos.


—Si te dije que no te esperaría, ¿por qué me buscaste? —pregunté, resuelta a averiguar que pretendía Pedro de mí.


—Porque sé que, aunque lo niegues, tú siempre me esperarás —repuso Pedroseñalando esa ventana entreabierta que siempre delataría lo que guardaba en mi corazón.


—No me hagas esperarte más, Pedro; no sé si podré soportarlo de nuevo —le pedí, perdonándolo y atrayéndolo hacia mí para darle aquel beso por el que habíamos aguardado tanto tiempo, aunque aún me resistí a confesarle ese «te quiero» que había preservado con tanto celo en mi corazón.


Pedro no tardó en contestar a los avances de mis dubitativos labios respondiendo con un beso tan dulce como el primero que nos dimos. Sus labios buscaban los míos con leves caricias, sus dientes me mordieron suavemente tentándome a entregarme a él, y cuando mi boca se abrió, él me avasalló con su impaciente lengua hasta encontrar mi respuesta. Con sus besos, Pedro me mostraba su anhelo, su cariño, su deseo, su miedo a perderme y lo que siempre había estado esperando durante esos tres años tras esa ventana: su indiscutible amor.


Mientras nuestras manos se negaban a separarse y seguían entrelazadas buscando ese calor y ese cariño del que nos habíamos distanciado con el tiempo, los besos de Pedro abandonaron mis labios para descender lentamente por mi cuerpo haciendo arder mi piel con cada uno de ellos.


La atrevida mano que quedaba libre comenzó a desabrochar con lentitud los botones de la camisa de mi escueto pijama, que consistía en esa camisa y en mis braguitas, después de prescindir de los pantalones. Cuando terminó con todos los botones, yo me removí inquieta ante la ávida mirada que percibí en sus ojos mientras me contemplaba. Y preguntándome hacia qué maliciosos juegos querría guiarme, me excité a la espera de su próxima caricia.


Luciendo una ladina sonrisa, Pedro acarició despacio mis piernas, subiendo por ellas hasta mis húmedas braguitas, debajo de las cuales no dudó en introducir su mano, haciendo que sus impetuosos dedos me acariciaran buscando mi rendición.


Los leves roces en la parte más sensible de mi cuerpo me hicieron gemir de deleite, y el placer se fue intensificando cuando comencé a mover mis caderas en busca de más de esas caricias. Mis erectos pezones se alzaron excitados, apenas ocultos por la prenda que Pedro aún no había desprendido de mi cuerpo. Pero lo que más me excitó y avergonzó al mismo tiempo fue la intensa mirada de Pedro, que no podía apartar de mí, mientras me hacía delirar entre sus brazos y suplicar por más.


Lo miré sorprendida cuando un avasallador dedo se introdujo abruptamente en mi interior y estableció un ritmo que me hizo enloquecer, sin dejar ni un instante de acariciar mi clítoris, llevándome muy cerca del éxtasis.


Sin saber qué hacer con la mano que tenía libre, me aferré a las caras sábanas de esa cama, mientras mis caderas se movían por sí solas rogando más. Cuando Pedro apartó la camisa con los dientes y comenzó a torturar mis pechos con sus ardorosos labios y sus castigadores dientes, finalmente, sin poder resistirlo, estallé en llamas y grité su nombre.


La audaz mano que seguía debajo de mis braguitas marcó el ritmo de mi rendición e introdujo otro de sus dedos en mi interior, comenzando a moverse con más ímpetu y a proporcionarme el goce que mi cuerpo le reclamaba. Yo grité su nombre, una y otra vez, al mismo tiempo que me estremecía sobre su mano llegando a un sobrecogedor orgasmo. Y sólo cuando mi saciado cuerpo descansaba plácido y satisfecho sobre la cama, él se arriesgó a soltar mi mano para poner una pequeña distancia entre nosotros mientras se deshacía de sus ropas para volver de inmediato junto a mí.


Después de recibir un simple beso en los labios y ver su maliciosa sonrisa, de repente me puso boca abajo sobre la cama. Y susurrándome unas pecaminosas palabras al oído, se dispuso a mostrarme cuánto me había echado de menos.


—Esta noche voy a amarte de decenas de maneras distintas, para que nunca vuelvas a dudar de lo mucho que me has hecho falta y de lo duro que ha sido para mí cada día que hemos estado separados.


Después de confesarme su añoranza con sus palabras, pasó a demostrármela con sus caricias que recorrieron con lentitud todo mi cuerpo; con sus besos, que no dejaron ni un rincón de piel sin adorar; con su atrevida lengua, que osó llegar hasta las zonas más prohibidas de mi cuerpo haciéndome gritar, y finalmente, cuando las sábanas de esa cama se arrugaban una vez más entre mis manos sin ser esta vez suficientes para contener mi pasión, Pedro me colocó de rodillas sobre el lecho y comenzó a acariciarme con sus hábiles dedos mientras me movía buscando llegar a ese infinito placer que Pedro se negaba a darme esta vez.


Mis erguidos pezones se rozaban contra las suaves sábanas haciéndome enloquecer un poco más, y volví a gritar su nombre y a abandonarme ante un intenso orgasmo cuando el duro miembro de Pedro, después de rozarse tentadoramente una y otra vez contra mi excitado clítoris, penetró en mí de una profunda embestida marcando un arrollador ritmo que me hizo delirar.


Creí que mi sensible cuerpo descansaría después de ese último clímax, pero Pedro aún seguía en mi interior, tan fuerte y profundamente hundido en mi cuerpo, que cuando comenzó a moverse con un ritmo más duro en sus embates no pude evitar seguirlo nuevamente a la cúspide del placer, y esta vez fue él quien se abandonó al éxtasis gritando mi nombre.


Derrumbados sobre la cama, nos miramos exhaustos. Nuestras manos volvieron a enlazarse mostrando un sentimiento más profundo que esa simple amistad que nos unía cuando éramos pequeños. Me entró un poco de sueño y pensé en cerrar mis ojos y descansar, pero por lo visto, eso era algo que Pedro no pensaba permitir.


—Definitivamente, esta noche no te dejaré dormir —dijo, colocándome sobre su cuerpo.


—¿Qué haces? —exclamé, sorprendida al ver que su miembro comenzó a excitarse de nuevo con el roce de nuestra piel desnuda.


—Resarcirte por cada una de las noches que me has esperado —anunció Pedro mientras me alzaba sobre él, haciendo que su duro miembro se introdujera en mí—. Si no recuerdo mal, has dicho que han sido tres años y una interminable noche, ¿verdad? Creo que son el mismo número de noches que yo he deseado correr a tu lado, para luego enterarme en el último momento de que no estabas esperándome y habías salido a buscar a otros con quien jugar… —dijo Pedroreprendiéndome una vez más por una de las impetuosas locuras que había llevado a cabo de forma tan irresponsable como siempre.


—Sí, pero… —comencé a quejarme, quedándome sin palabras, cuando él comenzó a moverse nuevamente.


Y no dudé de que nuestro encuentro se prolongaría durante toda una noche en la que Pedro no me dejaría descansar, porque sus lecciones sobre lo que no debía hacer siempre eran interminables. Aunque, ésta sería una reprimenda que recibiría con sumo placer, pensaba mientras comenzaba a cabalgar a Pedro aceptando el reto que me había lanzado para que comenzáramos a jugar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario