—¡Será hija de p…! —maldijo Paula cuando, una semana después de la marcha de Pedro, la víbora de su madre le envió un anuncio de la elegante fiesta anual que los Alfonso celebrarían, donde se haría público el nuevo cargo de Pedro y su compromiso, un compromiso que sin duda no sería con ella a pesar de que Pedro le hubiera hecho una promesa y le hubiera regalado un anillo.
Paula intentó contactar con Pedro para pedirle una explicación, pero por más que insistió, no logró dar con él. Furiosa ante una nueva estratagema de la bruja y de la molesta familia de Pedro, Paula no dejó de maldecir entre dientes mientras se paseaba nerviosamente por la cocina sin saber qué hacer para salvar a Pedro de los descabellados planes que su familia tenía para él.
—¡Bruja despiadada! Otra vez quieres tocarme las narices —exclamaba Paula, colérica, mientras caminaba de un lado a otro de la cocina donde su madre, una vez más, intentaba enseñar a cocinar a su tía Monica algún delicioso postre sin conseguirlo en absoluto—. ¡Pero ésta es la última vez que lo alejas de mí! —concluyó Paula furiosamente mientras apretaba con fuerza ese odioso anuncio entre sus manos—. Ahora lo que me falta es planear cómo secuestrar a Pedro, y…
—¿Qué está maquinando ahora? —preguntó Monica a Eliana, sin atreverse a interrumpir las furiosas maldiciones de Paula.
—Creo que la madre de Pedro ha vuelto a inmiscuirse en su relación. ¿Cuándo aprenderá que lo mejor es no meterse entre ellos dos? —contestó Eliana mientras negaba con la cabeza ante el necio comportamiento de esa mujer.
—¡Ah! Y eso lo dice una mujer que envió a su marido a que trajera de vuelta a ese chaval, maniatado si hacía falta —recordó Victoria con ironía mientras se obligaba a degustar una de esas galletas, algo que dejó por imposible tras el primer bocado que, sin duda, dañó su fino paladar para siempre.
—¡Eso era muy distinto!
—¿Por qué? —preguntó tímidamente Monica.
Y mientras Victoria y Monica esperaban una respuesta racional por parte de Eliana, ésta las sorprendió una vez más cuando dejó de lado sus perfectos modales para anunciar:
—¡Porque ese muchacho me estaba tocando las narices! Además, yo no lo maniaté: lo hizo Alan. Que tal vez yo le diera la idea, no significa nada, la verdad es que no hacía falta que se tomara mis palabras al pie de la letra…
Y a la vez que Eliana intentaba excusar su comportamiento, Paula mostraba que era digna hija de su madre mientras planeaba en voz alta otro más de sus descabellados planes.
—… lo ato, lo amordazo y lo meto en el carrito de la lavandería que tiene el servicio de catering, y luego…
—Sabéis que el secuestro es ilegal, ¿verdad? —preguntó Victoria mientras alzaba impertinentemente una de sus cejas, preguntándose si no se vería obligada finalmente a tener que defender a madre o hija ante un tribunal.
—¡Pero es que era la única opción! —protestó Eliana a la vez que su hija exclamaba victoriosamente para sí:
—¡Sin duda el secuestro es la mejor opción! ¿Eh? ¿Qué ocurre? —preguntó Paula con extrañeza cuando se dio cuenta de las reprobadoras miradas que estaban fijas en ella.
Y cuando Eliana comenzó a reprender a su hija a propósito de sus locuras, Monica y Victoria se miraron entre ellas, atónitas porque Eliana reprochara a su hija las mismas acciones que ella había cometido con anterioridad, intentando darle una lección.
—¡Pero mamá, es que no hay otra forma de salvar a Pedro! Ahora sólo tengo que averiguar cómo adentrarme en esa fiesta y… —continuó tramando Paula mientras ignoraba las protestas de su madre ante su descabellado plan.
Y mientras madre e hija se gritaban mutuamente sin escucharse la una a la otra, Victoria recogió el anuncio a la fiesta que se le había caído a Paula, y tras ojearla con detenimiento dijo:
—Paula, ¿y por qué en lugar de planear tanto no decides entrar por la puerta principal a esa fiesta y simplemente reclamas lo que es tuyo delante de todos? ¿O es que tienes miedo de enfrentarte a la familia de Pedro?
—Los Alfonso nunca dejarían entrar a Paula Chaves a una de sus deslumbrantes celebraciones —dijo Paula con tristeza mientras recordaba el frío ambiente que siempre rodeaba a Pedro en esos eventos, un ambiente del que ella se había alejado cuando estaba junto a él en la ciudad y al que él nunca le había permitido entrar.
—No, a Paula Chaves tal vez no, pero a una representante de los Wilford nunca le cerrarían las puertas —anunció Victoria mientras sacaba una invitación al evento de su caro bolso de marca.
—¡Gracias, tía Victoria! —gritó Paula, eufórica, mientras le daba un gran abrazo.
—Y haznos un favor a todos: nada de secuestros.
—¡Vale, pero no te prometo nada más! —acordó Paula mientras subía hacia su habitación para hacer su maleta luciendo una maliciosa sonrisa que mostraba que estaba tramando alguna de las suyas. Algo que, mientras fuera por amor, en esa familia estaba permitido.
—Creo que esa fiesta va a ser algo digno de admirar este año. No me cabe la menor duda de que nadie va a aburrirse en ese evento. ¡Qué pena que yo haya perdido mi invitación! —anunció Victoria mientras veía cómo su sobrina corría al encuentro de su amor tan alocadamente como hacían todos los Lowell en alguna que otra ocasión.
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