Sabía que Pedro estaba casi recuperado de sus heridas porque cada día atosigaba a mi tío Jose para que me facilitara información sobre su estado. Yo deseaba verlo con todas mis fuerzas para comprobar de primera mano que estaba bien y que no me guardaba rencor por ninguna de sus lesiones, pero por más que lo intentara, no había manera.
Había tratado de colarme en la habitación de Pedro decenas de veces, pero el maldito gorila de la puerta siempre me pillaba. Pensé, para variar, en ser sutil y mandarle un mensaje con uno de sus amigos o compañeros de clase, pero la maldita bruja lo había encerrado a cal y canto como siempre hacía, incluso impidiendo toda visita a su habitación.
Mi último recurso fue mandarle un mensaje oculto entre los regalos, uno que para él no pasara desapercibido. Mensaje que no sabía si había llegado a sus manos porque yo aún no había recibido respuesta.
Todas las noches que me quedaba en casa de mis abuelos, lloviera, hiciera frío o calor, dejaba la ventana de mi habitación abierta para él. Luego pasaba la noche en vela esperándolo y finalmente, cuando notaba el frío de mis manos vacías al despertar por la mañana, sabía que Pedro no había estado allí.
Esa noche, al igual que otras, intenté permanecer despierta mientras no dejaba de contemplar el hueco de la ventana que siempre dejaba abierta. Finalmente, el cansancio acumulado pudo conmigo y mis ojos se cerraron sumiéndome en un profundo sueño. Sonreí cuando, en mitad de mi sueño, unos cálidos brazos me rodearon. Y sólo cuando una conocida mano tomó la mía, abrí los ojos y parpadeé asombrada, sin poder dejar de admirar el rostro de Pedro, que finalmente había vuelto a mí.
—Paula, si sigues durmiendo con la ventana abierta vas a enfermar.
—Pero tú no estabas aquí —repliqué, recordándole la razón por la que esa ventana permanecía abierta desde nuestra infancia.
—Ahora sí —dijo, abrazándome más fuerte. Y cuando acogió mi rostro entre sus fuertes brazos y se negó a enfrentarse a mi mirada, intuí que algo pasaba y que esa visita no era un reencuentro para nosotros, sino una despedida.
—Me tengo que ir, Paula —anunció, reteniéndome con más fuerza a su lado, como si no quisiera que las palabras que decía fuesen ciertas. Luego añadió el motivo por el que se alejaba de mí, riéndose con amargura de su propio destino—. Mi abuelo, después de todos estos años, me reclama a su lado. Quiere comenzar a instruirme en los negocios para convertirme en su sucesor y mi madre lo apoya por completo, tentada por su dinero. Mi padre simplemente no opina de este asunto y yo no tengo voz ni voto en toda esta cuestión.
—¡Pues escápate! ¡El año que viene cumplirás dieciocho, yo puedo ocultarte y…! —comencé a planear, desesperada, hasta que él, como siempre, me sacó de mis fantasías para mostrarme la realidad.
—¿Y dónde lo harás, Paula? ¿Dónde me esconderás? ¿En el jardín de tu abuelo? ¿En la casa del lago? ¿En el garaje? Si cuando niños no nos funcionaban esos escondites, ahora menos. No obstante, tengo un plan —añadió, tras ver mi intranquilidad—: Voy a ser todo los que ellos quieren que sea, hasta que pueda ser yo mismo.
—¡Pero ¿qué mierda de plan es ése?! —exclamé, indignada por sus extrañas palabras y su escasa explicación.
—Uno muy bueno —dijo Pedro sonriendo mientras besaba mi frente con ternura para intentar calmar mi temperamento; algo que, estúpidamente, hice entre sus brazos—. Pero necesito que me prometas que confiarás en mí, que no me olvidarás y que me esperarás.
—¿Durante cuánto tiempo? —pregunté, asombrada con las exigencias que me pedía mientras se proponía alejarse de mi lado.
—No lo sé —declaró tristemente mientras pensaba en el mañana, alejándose ya un poco de mí.
Decidida a volver a ver la sonrisa de mi amigo, que no tardaría en perder estando con su familia, me levanté de la cama y mientras paseaba por la habitación, comencé a establecer mis propias condiciones para ese acuerdo si de verdad pretendía que yo me decidiera a esperarlo.
—Pedro, no pienso esperarte hasta que me salgan canas. Así que, dentro de tres años, por el día de mi cumpleaños, te esperaré aquí. Y si no nos encontramos será el momento de olvidarte, porque sin duda tú ya me habrás olvidado.
—Eso no pasará nunca, Paula —dijo, negando rotundamente esa posibilidad.
—Quiero que me escribas y que me llames todos los días —exigí, volviéndome tan mandona como siempre.
—Lo haré —prometió Pedro, dejando asomar a sus labios esa sonrisa que tanto había añorado volver a ver en su triste rostro.
—Y que nunca te fijes en otra.
—Sólo pensaré en ti.
—Y por último…, quiero más tiempo para estar a tu lado… —dije finalmente, derrumbándome junto a él en mi cama.
—Eso, por desgracia, es algo que no tenemos —musitó Pedro, mirando nervioso su reloj, haciéndome saber con ello que el tiempo de nuestro encuentro se acababa.
—Ni sueñes que voy a decirte que te quiero... —anuncié, cerrando mis ojos para no llorar—. Y menos aún ahora que te vas —añadí, antes de que mis lágrimas ahogaran mis palabras.
Cuando abrí mis ojos, Pedro se encontraba sobre mí, con sus profundos ojos negros observándome, conociendo perfectamente la verdad que intentaba ocultarle.
—Yo también te quiero, Paula —dijo antes de darme un último beso que, sin duda, debería de haber sido uno de los primeros en nuestra historia de amor.
Yo me resistí a dejarlo marchar intentando provocarlo con ese beso como él me había enseñado en una ocasión, pero Pedro, tan implacable como siempre, soltó mis manos de su cuello y, besando cada una de ellas, me prometió:
—Cuando vuelva a ti dentro de tres años quiero escuchar ese «te quiero» y recibir ese beso que no te he dejado darme —declaró, provocando que me sonrojara al hacerme saber que él había entendido que yo quería ofrecerle mucho más que un beso en esa despedida.
Mientras se acercaba a la ventana para desaparecer de mi vida durante mucho tiempo, no pude evitar interponerme en su camino para hacerle una última advertencia.
—Vas a estar muy solo.
—No, siempre te llevaré aquí —replicó Pedro, poniendo mi mano en su pecho, donde su corazón latía tan deprisa como el mío.
Sin poder resistirme, me acerqué más a él y susurré a su oído:
—Recuerda que para poder volver conmigo tendrás que ser un chico muy malo… —después, tras morder sensualmente su oreja como castigo, lo reté—: ¿Será capaz de ello un niño tan bueno como tú?
Después de mis provocadoras palabras, Pedro me agarró fuertemente entre sus brazos y, tras acercarme a su cuerpo, me arrebató un beso como sólo lo hacían los más canallas. Besó mis labios, los mordisqueó con suavidad exigiendo que mi boca se abriera y, cuando lo hizo, su lengua me invadió, devorándome, reclamándome una pasión que apenas comenzábamos a explorar. Sólo cuando mi mente estuvo lo bastante aturdida por sus demandas, él me soltó y, antes de alejarse de mí, susurró unas palabras a mi oído tan provocativamente como yo había hecho segundos antes.
—No te preocupes, aprendo rápido.
Luego me besó con dulzura, como haría un buen chico, y desapareció de mi lado, dejándome tan confusa como siempre con su actitud, sin saber si cuando volviéramos a encontrarnos querría a mi lado a un buen chico o uno tan malo como planeé estúpidamente en mi infancia.
¡Pero a quién quería engañar! Cuando volviéramos a encontrarnos yo tan sólo lo querría a él, fuera como fuese. Aunque eso era algo que me negaba a decirle hasta que el tiempo hubiera pasado y él regresara a mi lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario