jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 44

 


Tras despertarme solo en una fría cama, eché mucho de menos a mi querida Paula. Aunque después de mirar dónde había dejado esa pajarita que había formado parte de mi regalo de cumpleaños no pude evitar sonreír a pesar de su ausencia al recordar todos los juegos que habíamos llevado a cabo entre las sábanas.


Más tarde, cuando dejé de soñar con que ella seguía entre mis brazos, me duché y me vestí, recomponiendo mi digno aspecto de experimentado empresario, tal y como se esperaba de mí, un miembro de los Alfonso, y me dirigí hacia el bar para desayunar con mi familia.


Cuando llegué me encontré a mi padre coqueteando descaradamente con una de las camareras, como siempre, sin importarle demasiado que mi madre estuviera a su lado. Ella lo fulminaba con la mirada, pero no porque le molestara el hecho de que su marido le fuera infiel, sino porque quería mantener las apariencias de ser esa familia perfecta que nunca seríamos.


En cuanto mi madre me vio dirigirme a su mesa no se quedó sentada como habitualmente hacía sino que, para mi total asombro, se dirigió hacia mí para abrazarme de un modo tan inesperado que no supe cómo reaccionar ante esa muestra de cariño tan poco propia de ella.


Conociéndola como la conocía, no respondí a su gesto, que de niño me habría emocionado, pero ahora que había crecido ya hacía mucho que no necesitaba. Y así, me quedé quieto, esperando una explicación ante esa sorprendente muestra de afecto.


—¿Qué es esto, madre? ¿Un abrazo a tu hijo? Eso no es nada usual en ti. ¿A quién pretendes engañar ahora simulando que somos una familia? ¿A mi abuelo? ¿A alguno de sus espías? —pregunté, tan cínico como siempre, riéndome de esa falsedad que en otras ocasiones me había hecho mucho daño, pero que ahora ya no me importaba.


—Alguien me dijo que esto era lo que necesitabas, pero sin duda se equivocó —respondió mi madre. Y tan digna como siempre, se dio la vuelta para volver a su asiento. Yo, por mi parte, no pude evitar mostrar una sonrisa mientras susurraba el nombre de la única persona que era capaz de enfrentarse a mi madre y escupirle la verdad a la cara.


—Paula… —susurré mientras me sentaba a la mesa, algo que el agudo oído de mi madre pareció escuchar.


—¿Qué hacía esa mujer en tu habitación? —me recriminó mi madre, furiosa, porque otra más de sus jugarretas no hubiera funcionado y yo no hubiera olvidado a Paula entre los brazos de otra.


—¿No querrás preguntar mejor qué hacía ella en mi cama en lugar de la mujer que me mandaste?


—¡Bah, hijo mío! Eso solamente fue un pequeño regalo por tu cumpleaños. Esa mujer era mucho más guapa y distinguida que esa salvaje, sin ninguna duda. Nunca comprenderé por qué siempre la prefieres a ella.


—Porque ella me da lo que necesito, madre.


—Sí, ya… cariño —dijo mi madre, pronunciando esa palabra con un tono desdeñoso que me demostraba una vez más que sería imposible recibir eso de ella—. Hay muchas otras mujeres que pueden darte ese cariño que dices necesitar, Pedro. Eres rico, tu apellido es famoso y serás el sucesor de los Alfonso. Nunca te faltará de nada, no tienes por qué rebajarte con esa mujer que jamás estará a tu altura.


Cerrando los ojos, dejé escapar un suspiro de exasperación ante las absurdas ideas de mi madre, que a pesar de los años transcurridos no me conocía en absoluto.


—Madre, ese cariño del que hablas sería un sentimiento falso y artificial que no necesito ni deseo para nada. Para eso ya tengo a mi familia. Lo que yo necesito es algo que hace mucho tiempo dejó de interesarte, no sé por qué pretendes ahora hacerme ver que te importa.


—Muy sencillo: porque una persona bastante molesta que no sabe mantenerse en su lugar me ha dicho que es la única que puede darte lo que necesitas.


—Ahora mismo no preciso de ese «amor de madre» que intentas aparentar falsamente, ya he crecido y he aprendido a no esperar nada de ti —dije mientras me levantaba de la mesa, dispuesto a terminar de una vez con esa estúpida conversación en la que mi madre al fin parecía interesarse por mí después de tantos años—. ¡Ah! Y esa persona que tanto desprecias sí que sabe dónde está su lugar: a mi lado —terminé, decidido a hacer todo lo que estuviera en mi mano para que un día nadie pudiera poner pega alguna a que Paula permaneciera junto a mí.



No hay comentarios:

Publicar un comentario