Varios días después de la llamada que le hice a Nicolás todo estaba dispuesto para mi viaje. Había cerrado la mayoría de los negocios que estaba llevando a cabo en esos momentos, y los proyectos a largo plazo que debía revisar quedaron en manos de hombres de confianza. Mis maletas estaban hechas, mi piso cerrado, el anillo que quería colocar en la mano de Paula permanecía dentro de su estuche en mi bolsillo y mis ganas de recuperar a la mujer que amaba me animaban a seguir adelante en esa locura. El último obstáculo para emprender mi viaje sería indudablemente el más difícil de superar de todos. No obstante, no iba a permitir que nada más me impidiera conseguir lo que quería, porque tanto Paula como yo ya habíamos esperado demasiado tiempo para el amor.
—¿Me puedes explicar qué significa esto? —preguntó mi abuelo mientras observaba la carta que había dejado en su despacho, donde le informaba de que me tomaba las vacaciones de las que no había disfrutado en años.
—He decidido tomarme el descanso que creo merecer —respondí sin tomar asiento, poniéndome a la par de mi abuelo en esa disputa que estaba decidido a ganar.
—¿Y por qué justamente ahora? —insistió mi abuelo, sospechando que tramaba algo.
—Necesito aclarar mis ideas sobre varias cuestiones, entre ellas, qué es lo que quiero hacer con mi vida de cara al futuro —anuncié con firmeza, a pesar de que mi abuelo no le concediera importancia alguna a mis palabras, tal vez porque para sus planes no le convenía escucharme en absoluto.
—Creía que tu futuro ya estaba bastante claro, Pedro: el año que viene anunciaremos tu nuevo cargo como mi sucesor ejecutivo y tú te encargarás de dirigir esta empresa de la mejor forma posible, bajo mi supervisión, por supuesto —especificó mi abuelo, aclarándome que solamente sería un conveniente monigote al que pretendía manipular desde las sombras para seguir aferrado a su puesto en la empresa.
—Me pregunto por qué nunca nadie me ha preguntado lo que quiero y siempre dais por hecho lo que deseo... —repuse, haciendo que mi abuelo frunciera el ceño, disgustado ante mis palabras.
—Porque es evidente que cualquiera desearía este cargo y esta posición y, por supuesto, todas las ventajas que conlleva —declaró mi abuelo, levantándose del sillón mientras me lo ofrecía tentadoramente.
—¿Estás totalmente seguro de eso, abuelo? —le pregunté, haciéndolo dudar por unos instantes, ya que lo que me estaba ofreciendo no me tentaba en absoluto y él se dio cuenta.
—Creo que tienes razón, Pedro. Necesitas desconectar un poco para aclarar tus ideas y restablecer tus prioridades. Te prepararé un viaje a una de nuestras villas en Europa y...
—No, abuelo. En esta ocasión necesito estar solo. Gracias por tu ofrecimiento, pero ya he planificado yo mismo mi viaje.
—Vayas a donde vayas tienes que disponer de las adecuadas medidas de seguridad, Pedro. Ya sabes lo importante que es tu nombre y los enemigos que éste trae consigo... —me recordó mi abuelo, aunque no sabía si lo hacía porque estaba preocupado por mi protección o simplemente porque, como siempre, deseaba mantenerme vigilado.
Pero esta vez yo estaba preparado y no permitiría que nadie se interpusiera en mis planes de correr tras Paula para recuperarla.
—Ya me he encargado de eso también, abuelo: he llamado a la empresa que se encarga de nuestra seguridad y me han enviado un joven escolta que no destaque tanto como los rígidos hombres con los que solemos contar. Quiero descansar y no llamar demasiado la atención allí donde vaya, como hago usualmente.
—¿Y eso por qué?
—Porque antes de desaparecer por completo bajo ese pesado cargo que me ofreces quiero volver a ser Pedro, no uno más de los poderosos Alfonso, sino yo mismo. Aunque sea durante un corto período de tiempo —dije, sabiendo que eso era algo que mi abuelo no podía negarme, ya que una vez él mismo estuvo en esa misma situación.
—De acuerdo, Pedro. Te concederé ese descanso que al parecer tanto necesitas para tomar fuerzas y hacerte cargo de tus responsabilidades más tarde —cedió mi abuelo con un suspiro de resignación, sin dejar de demostrar su descontento—. Pero antes, haz pasar a ese muchacho que has contratado para que mantenga una conversación con él sobre lo que espero de su trabajo. Y espero que no sea pelirrojo… No sé por qué, pero tu madre tiene una manía especial a los escoltas que tienen el pelo de ese color —me advirtió mi abuelo que, por una vez, no era tan inteligente como presumía y al cual mi astuta madre había superado, pues ella sabía que los Peterson, esos llamativos pelirrojos que formaban parte de la familia de mi amigo Nicolás siempre me ayudarían a llevar a cabo mis locuras, aunque sólo cuando estuviera bajo su protección.
—No te preocupes, éste no es pelirrojo —contesté antes de abrir la puerta para dejar pasar a mi nuevo escolta que, por su ceño fruncido y la amenazante mirada que me dirigió, no parecía estar muy de acuerdo con la idea de protegerme.
Un Nicolas tremendamente serio, enfundado en un traje negro y llevando unas gafas de sol que escondían sus irónicos ojos azules, se adentró con paso firme en el despacho del poderoso Hector Alfonso, mi abuelo. Pero a él, como a todos los Chaves, el poder o el dinero no lo impresionó lo más mínimo.
—¿Tiene usted alguna experiencia previa como escolta? —preguntó mi abuelo sin preocuparse de preguntarle su nombre o de presentarse ante un nuevo empleado, ya que ésas eran cosas que a mi abuelo no le importaban.
—Sí, durante años he protegido a un hombre de negocios bastante importante —respondió Nicolás con voz firme, para añadir en un susurro que sólo yo escuché—: A pesar de que éste sólo fuera un quejica llorón.
—¿No es usted algo joven para desempeñar este trabajo? —continuó mi abuelo, intentando amilanarlo, pero Nicolas no era de los que se dejaran intimidar.
—Sí, pero estoy altamente cualificado. Empecé muy pronto en este trabajo. Se puede decir que llevo toda la vida protegiendo a alguien —dijo, volviendo su cabeza levemente hacia mí. Y cuando mi abuelo apartó un momento su mirada para observar un documento que tenía delante de él en su escritorio, me dirigió una recriminadora mirada culpándome de ello.
—¿No le parece algo repentina la asignación de este trabajo? No creo que haya usted dispuesto del tiempo necesario para conocer las rutinas de su protegido ni las normas que la familia Alfonso exigimos de nuestros empleados.
—En efecto, estaba a punto de tomarme unas vacaciones cuando alguien me ha reclamado para este trabajo y no he podido negarme. Es todo un reto que afrontaré con toda mi profesionalidad —declaró Nicolás, dirigiéndome una de esas amables y falsas sonrisas suyas, lo que me hizo temer por la revancha que se tomaría al haberse visto obligado a cambiar sus planes ante mi inoportuna petición.
—Como comprenderá, tengo que medir si es usted el hombre adecuado para la protección de mi futuro heredero. El salvaguardar a Pedro de cualquier daño, incluidos los derivados de sus caprichos, es algo que deberá tener en cuenta en todo momento y por encima de todo.
—No se preocupe, señor Alfonso, estoy acostumbrado a tratar con personas muy caprichosas y de difícil trato —dijo Nicolas con cierto retintín.
—Si no te importa, Pedro... —me pidió mi abuelo mientras me señalaba la puerta mostrándome que quería cierta privacidad para tratar con Nicolás antes de decidir si era el acertado para acompañarme en ese viaje.
Aunque más bien intentaría sobornarlo para que vigilara todos y cada uno de mis pasos, informándole de todo lo que hacía, algo que no me convenía en absoluto en mi regreso a Whiterlande.
Preocupado, miré la rígida postura de mi abuelo que, una vez más, tomaba asiento detrás de su enorme escritorio. Me pregunté si Nicolas sería otra más de las personas que mi abuelo lograba mover a su antojo, pero mientras me dirigía hacia la salida, vi una sutil y socarrona sonrisa en el rostro de mi amigo y supe que él, al igual que todos los miembros de su alocada familia, era alguien que nunca se dejaría manejar.
Inquieto, me paseé delante de la puerta del despacho de mi abuelo varias decenas de veces antes de que finalmente ésta se abriera y mi amigo saliera de ella para dirigirme un semblante serio que no dejaba entrever nada de lo que había ocurrido en esa reunión.
—¿Qué ha pasado? ¿Has conseguido el trabajo? ¿Podemos salir ya de viaje? —pregunté, nervioso. Ante lo que Nicolás se limitó a responderme con una pérfida sonrisa.
—Caminemos.
Después de ver los múltiples ojos curiosos que nos seguían por la oficina, supe por qué me pedía Nicolas un poco de tiempo para responderme. No obstante, la satisfecha sonrisa que mostraba mientras me hacía esperar me llevó a pensar que estaba disfrutando.
Tras salir del imponente edificio, sede del imperio de la familia Alfonso, seguí los pasos de mi amigo pese a que debería ser justo al revés, ya que se suponía que Nicolás era mi guardaespaldas.
Caminamos un buen trecho hasta quedar bastante alejados de la lujosa calle que rodeaba mis oficinas. Incluso el muy maldito tuvo la insolencia de pararse en un puesto de perritos calientes y de disfrutar de un rápido bocado antes de contestar. Y sólo cuando hubo terminado de comer, haciéndome pagar su almuerzo, se dignó a dirigirme la palabra y a relatarme lo que había ocurrido.
—Tu abuelo me ha sobornado para que te espíe en tu viaje.
—Me lo esperaba… Y dime, ¿qué ha hecho cuando lo has rechazado?
—No lo he rechazado —replicó, quedándose tan pancho ante mi boquiabierto rostro—. ¡Dios! ¡Por una vez me van a pagar por cuidarte! —exclamó, alzando los brazos al aire—. ¡Y no sabes cuánto! —dijo, mientras mantenía la vista desenfocada pensando en algo, probablemente en qué se gastaría el dinero.
—¡Pero creí que ibas a ayudarme! —exclamé, confuso y enfadado ante la traición de mi único amigo.
—Y lo estoy haciendo; si no hubiera aceptado el soborno, tu abuelo no habría tardado ni un segundo en deshacerse de mí. De este modo te concedo la libertad que quieres, me gano un buen dinerito extra y le cuento a tu abuelo lo que me dé la gana.
—¿Crees que tendremos algún problema con la seguridad? —pregunté, consciente de que mi abuelo podría mandar a alguien más detrás de mí si no estaba satisfecho con Nicolás.
—No te preocupes, lo tengo todo controlado… —repuso, alzando su dedo pulgar a la vez que me dirigía una de sus maquiavélicas sonrisas, lo que me hizo sospechar que allí ocurría algo raro. Y antes de que pudiera indicarle lo intranquilo que me dejaban sus imprecisas palabras, un coche bastante destartalado se detuvo junto a nosotros, tres tíos enmascarados salieron de su interior y me cogieron en volandas mientras me ataban de pies y manos. Cuando estaban a punto de amordazarme, dirigí la mirada hacia mi protector, que seguramente estaría luchando para salvarme, pero para mi asombro, el bastardo se estaba pidiendo otro perrito caliente.
—¡Nicolas, que me secuestran! —exclamé, aterrorizado.
Y como siempre había hecho, él me protegió a su manera:
—Tú déjalos, así se cansarán antes. A su edad no creo que tengan demasiadas energías para hacer el tonto —declaró Nicolás, haciéndome ver que conocía a esos desaprensivos sujetos que no tuvieron piedad alguna al meterme un calcetín sucio en la boca antes de amordazarme.
Y mientras me metían en el maletero del coche, reconocí sus voces y caí en la cuenta de quiénes eran esos alocados personajes que habían venido a por mí.
—Chaval, ¿acaso no te dije que no se hace llorar a las mujeres? Hemos venido a aleccionarte —notificó la voz de la persona en la que más había confiado durante mi niñez—. Ahora sólo depende de ti el que aprendas algo — concluyó Alan Chaves mientras pegaba en mi frente un viejo papel con la infantil letra de Paula, que acabé reconociendo como esa lista en la que ella me pedía lo imposible. Y mientras el maletero se cerraba, recordé cuando yo era ese niño que estaba dispuesto a todo por cumplir ese imposible. Tan sólo por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario