—¿Qué? ¿Veis algo? —preguntó Juan a esas dos curiosas y chismosas mujeres que, ocupando toda la ventana que daba al patio trasero, no lo dejaban espiar nada de lo que estaba ocurriendo en su casa.
—No, aún no ha pasado nada. Pero espero sinceramente que ese muchacho no regrese. Por más que mi hijo se empeñe en traer de vuelta a ese joven, no debería obligarlo a estar junto a Paula. Eso solamente será peor para ella —dijo Penélope, intentando que su nieta no cometiera los mismos errores que un día cometió ella misma al enamorarse de un hombre que no la merecía.
—Yo sí espero que regrese —replicó Juan con un tono bastante malicioso mientras limpiaba cuidadosamente su escopeta de perdigones en el sofá que se había apropiado, ya que esas dos no le dejaban sitio junto a la ventana.
—¡Tú a callar! —exclamó Sara, tras lo que añadió—: Y te recuerdo que esa escopeta está confiscada.
—No creo que ese chico venga ya a estas horas.
—Parece que no conoces a tu hijo, Penélope; si Alan dijo que Pedro llegaría hoy, es que Pedro llegará hoy al pueblo. Y ten por seguro que si lo trae de vuelta es porque ha visto en él algo que lo hace merecedor de Paula, de lo contrario Alan sería perfectamente capaz de dejarlo tirado en la cuneta —manifestó Sara, acordándose del persistente niño que había perseguido a su Eliana.
—Sí, Sara, conozco a Alan muy bien. Y también conozco su forma de sobreproteger a las personas que quiere. Por eso me preocupa que traiga de vuelta a ese muchacho. Alan es capaz de hacer cualquier cosa con tal de no ver las lágrimas de su pequeña. Y si la tristeza de Paula se debe a la ausencia de ese joven, mi hijo es muy capaz de arrastrarlo hasta aquí sólo para que Paula recupere su sonrisa. Y eso no está bien.
—No creo que Alan llegue a esos extremos, ya es un hombre hecho y derecho...
Antes de que Sara terminara de alabar al maduro hombre que era su yerno, un coche algo envejecido que reconoció de inmediato hizo su aparición frente a la casa de los Lowell. Y tras una breve y rápida parada, abandonó en la puerta una carga que otros dos irresponsables individuos sacaron apresuradamente del maletero.
—¿Decías? —preguntó irónicamente Penélope viendo cómo el joven era arrojado hacia la puerta de la casa con total despreocupación para luego ser abandonado a toda prisa por las personas que lo habían acompañado en su viaje de regreso a Whiterlande, un viaje que ninguno de los presentes supo reconocer si habría hecho de buena gana.
—Bueno, tengo que reconocer que tu hijo no ha madurado demasiado. Pero, al parecer, los míos tampoco —comentó Sara.
—Bien, ¡listo! Así pues, ¿ha vuelto ese chico o no? —preguntó Juan, sujetando fuertemente su escopeta por si Sara intentaba volver a escondérsela antes de que tuviera la oportunidad de aleccionar a ese muchacho.
—Pues la verdad, Juan, no sé qué decirte... —contestó Sara mientras contemplaba detenidamente a ese chico para asegurarse de que su yerno y sus hijos habían traído finalmente al hombre indicado.
—Yo diría que ése es Pedro Alfonso, pero la verdad es que tengo mis dudas... —declaró Penélope mientras observaba a ese raro muchacho y su extraña apariencia, mostrando las mismas dudas que su amiga.
—¡Quitaos de en medio, que ya me he puesto las gafas! —dijo Juan, exhibiendo una de las debilidades que le acarreaba la edad y que no le agradaba mostrar.
Y cuando al fin Juan Lowell se hizo un hueco en esa ventana y pudo contemplar detenidamente la apariencia de ese hombre, no pudo evitar compadecerse de él.
—Pero ¿qué te han hecho, chaval? —exclamó asombrado al tiempo que observaba lo retorcidos que podían ser su yerno y sus hijos a la hora de vengarse —. Esos pelos verdes… —Juan negó con la cabeza mientras decidía volver a guardar la escopeta, ya que con lo que ese muchacho llevaba encima ya tenía bastante. Pero eso fue hasta que Pedro, en vez de tocar a la puerta, tuvo la ocurrencia de subir por el árbol hasta la habitación de su nieta y, al encontrar la ventana cerrada, romperla en mil pedazos.
—¡Mi ventana nueva! ¡Yo lo mato! —gritó Juan, furioso al ver la acción de Pedro. Sara y Penélope tuvieron que retenerlo con firmeza para que Juan no hiciera uso de su escopeta y le diera a Pedro la bienvenida de la manera en la que algunos lo creían merecedor.
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