—Vengo en representación de los Wilford —dije mientras entregaba con firmeza mi invitación, intentando que no se notara demasiado mi nerviosismo y esperando que, de un momento a otro, me sacaran por la puerta de esa refinada sala donde el lujo y la ostentación se exponían sin medida alguna. Pero, para mi sorpresa, eso no sucedió: al parecer, mi elegante vestido de noche negro, que era tan caro como mi coche, o mi moderno peinado, por el que mi tía Victoria pagó a un exclusivo salón de belleza un poco menos de lo que yo ganaba al mes, los engañó por completo.
Paseándome con el aire despreocupado que mi tía me había aconsejado que mostrara para no desentonar, cogí una copa de champán de la que bebí a pequeños sorbos mientras no dejaba de mirar por todas partes para localizar al hombre al que había ido a buscar para arrebatárselo a su familia delante de sus narices, dejándoles bien claro que en esta ocasión no pensaba devolvérselo.
Llevaba varios días en la ciudad preparándome para ello. Había llegado acompañada de mi tía Victoria y no dudé ni un momento en seguir todas y cada una de sus indicaciones, muy dispuesta a convertirme en la mujer adecuada para estar junto a Pedro sin que nadie me cuestionara. Pero mi tía me enseñó que lo que Pedro necesitaba no era que otros me aprobaran, sino que él lo hiciera, y eso era algo que sólo podía conseguir siendo yo misma.
Mi equivocado pensamiento de que yo debía cambiar para adaptarme a lo que exigía la familia de Pedro tanto como Pedro lo había hecho al venir a por mí se esfumó en cuanto mi tía me mostró cuánto me quería al aconsejarme que fuera yo misma y mantuviera la cabeza bien alta mientras evitaba sentirme intimidada por unas vacías miradas de reproche que no significaban nada, porque, en verdad, lo que unos desconocidos pensaran de mí nunca debería afectarme ni importarme en lo más mínimo, ya que lo único que me importaba era Pedro.
Acompañada por una Wilford, las lujosas boutiques me abrieron sus puertas mientras los exclusivos salones de belleza me recibieron con los brazos abiertos.
Cuando pasé por ese hotel cuyo restaurante me había negado la entrada en una ocasión, me sentí cohibida. Pero la firme mano de mi tía me invitó a adentrarme en ese ambiente.
Después de llevar varios días rodeada de estiradas y frías personas que apenas cruzaban sus miradas para dirigirse palabras vacías e hipócritas, creí estar acostumbrada a ello hasta que un impertinente grupo de arpías de chillonas voces se cruzó en mi camino y una rubia molesta con la que ya me había cruzado antes se fijó en mí:
—¿Quién eres y qué haces aquí? —preguntó altivamente la rubia de bonita figura, pretendiendo intimidarme mientras se dirigía hacia mí.
Resistiendo las ganas de mandarla a la mierda, contesté tan altivamente como hacía mi tía con los molestos parásitos que la incordiaban.
—No creo que deba importarte quién soy. Y sobre qué hago aquí, es evidente: he sido invitada a asistir a esta celebración.
Me pareció que me había lucido con mi respuesta hasta que esa molesta mujer volvió a abrir su boca dispuesta a molestarme.
—Te lo he preguntado para evitarte la vergüenza, ya que no encajas aquí en absoluto —dijo, señalando mi moderno peinado consistente en un elegante y complicado recogido que se veía un poco extravagante por las llamativas mechas de color morado de los dos mechones que quedaban sueltos enmarcando mi rostro.
—No te preocupes por mí, solamente he venido a por alguien.
—Espero que no sea a por Pedro Alfonso, ya que es mi prometido y tú, definitivamente, no estás a su altura —replicó la rubia, mirándome con desprecio de arriba abajo mientras sus amiguitas acompañaban sus insultos con unas molestas risitas.
—Entonces, ¿él te ha entregado un anillo como éste? —pregunté con descaro mientras me regodeaba con su asombro y el silencio de las molestas risitas, que se acallaron para murmurar a su espalda.
—Su familia me comprará uno el doble de caro y…
—¡Ah, vaya! Creí que querías casarte con Pedro, no con su familia…, pero no te preocupes: su familia es toda tuya, yo me quedo con él —respondí con una sonrisa satisfecha, decidida a alejarme de esa arpía muy orgullosa de mí misma porque, a pesar de todo, había mantenido mi genio a raya y no había perdido la compostura. O eso creí hasta que la malnacida simuló un falso tropiezo y derramó su fría copa de champán sobre mi hermoso vestido, acabando de lleno con toda mi paciencia.
—¡Uy, lo siento! Qué torpe soy… He tropezado —dijo falsamente la víbora, viendo su acción recompensada por el coro de maliciosas risitas de las cabezas huecas que la acompañaban.
Hasta ahí llegaron mis buenos modales y las distinguidas formas que tanto me había costado mantener. En el momento en el que bajé mi cabeza, haciendo pensar a todas que estaba llorando cuando en verdad me estaba aguantando las ganas de pegarles una paliza, un camarero pasó a mi lado y no dudé en retenerlo para, a continuación, coger, no una copa, sino la botella abierta que llevaba y derramarla con la mayor parsimonia posible por encima de la cabeza de la molesta mujer que había osado arruinar mi caro vestido mientras le decía delante de los atónitos invitados:
—¡Uy, querida, perdona! Es que yo también soy muy torpe…
Luego le di un golpecito al culo de la botella para asegurarme de que estaba bien vacía y, sin más, la dejé en las manos de esa boquiabierta arpía mientras me alejaba en busca de lo que había ido a buscar antes de que me echaran.
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