jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 29

 


—¡Por fin llegué! —exclamó Pedro tras pasar un montón de horas en un interminable viaje, consiguiendo acudir al encuentro acordado con la impetuosa mujer en la que no podía dejar de pensar ni por un minuto.


Tras trepar por el familiar árbol por el que había subido innumerables veces en su infancia, dudó si la ventana que siempre lo esperaba abierta habría permanecido así ante su tardanza, pero a pesar del retraso, ésta estaba entreabierta invitándolo a entrar una vez más al cobijo de esa estancia.


Sin hallar ningún obstáculo en su camino, ni ninguna atrevida sorpresa por parte de Paula, Pedro pensó que, tal vez, el paso de esos tres años habría convertido a su amiga en una chica más paciente y menos alocada. No supo cuánto se equivocaba hasta que fue demasiado tarde y se encontró con otra más de las traviesas acciones de su amiga que acabaron de sorprenderlo, mostrándole que, a pesar de los años, ella seguía siendo esa irreflexiva niña que una vez conoció.


Como siempre había hecho desde niño, Pedro atravesó la oscura habitación que conocía de memoria y se acercó con sigilo a la cama. No le hizo falta encender la luz de la estancia para detectar dónde se hallaba Paula: debajo de varios edredones, se apreciaba un gran bulto donde ella permanecía oculta dándole la espalda a su visita, quizá un poco molesta ante su retraso, ya que esa mano que siempre lo aguardaba, en esa ocasión no estaba allí.


—¡Paula! ¡Paula! ¡Soy yo! —susurró Pedro en mitad de la noche, a lo que ella le respondió con un estruendoso ronquido, sin duda haciéndose la dormida.


Pedro no dudó a la hora de acercarse a su querida amiga, y queriendo acabar con su enfado, se adentró en la cama y la abrazó con fuerza por encima de los gruesos edredones que envolvían su cuerpo, que la hacía parecer dos personas en vez de la delicada chica que realmente era.


Luego, sin esperar la respuesta de Paula ni ninguna muestra de cariño, que nunca le daría cuando estaba enfadada, Pedro susurró a su espalda una disculpa esperando que con la sinceridad de sus palabras un simple perdón bastaría para calmar su enojo.


—Perdón por mi retraso, Paula. A pesar de la promesa que te hice, no fui capaz de llegar antes, pues mi familia me retuvo.


—Humm… —Pedro oyó un ronco murmullo, señal de que comenzaba a despertarse.


—Tal vez ahora podríamos seguir por donde lo dejamos aquel día en el que tuvimos que separarnos, porque yo aún te quiero tan desesperadamente como lo hacía hace tres años. Me has hecho tanta falta….


Y cuando Pedro buscó la mano de Paula descubrió dos cosas: primero, que su amiga tal y como le prometió, no lo había esperado; y segundo, que su primera confesión de amor había sido dirigida a un hombre.


—¡Ahhh! ¿Qué coño…? Pero ¿qué haces tú aquí? —gritó Pedro, disgustado al ver a su amigo Nicolas saliendo de debajo del grueso edredón.


—Yo también te he echado de menos, Pedro, pero no sé cómo decirte esto sin herir tus sentimientos: yo no te amo. Aunque aún podemos seguir siendo amigos, ¿eh? —bromeó Nicolas entre bostezos mientras encendía la luz de la mesita de noche para ponerse sus gafas y observar a su sorprendido amigo, que intentaba recomponerse de la sorpresa.


—¡Esto nunca ha ocurrido y tú nunca has estado aquí! ¿Queda claro? — susurró amenazadoramente Pedro mientras fulminaba a Nicolas con una de sus miradas.


—Por mí vale, pero creo que no deberíamos ocultarle lo nuestro a Paula ahora que has vuelto —se carcajeó Nicolas una vez más.


—¿Se puede saber dónde está Paula? ¿Y qué haces tú en su habitación?


—Paula se ha ido a la ciudad con sus amigas. Una semana de despiporre donde celebrará su mayoría de edad por todo lo alto a pesar de las quejas de la familia. Nos ha dejado a todos bien claro que ya es mayor para hacer lo que le dé la gana y que no hay nada que la retenga aquí. Eso nos lo dijo bastante molesta a todos los miembros de la familia cuando intentamos detener su locura, aunque ahora que lo pienso mejor, creo que era un mensaje dirigido a ti —dijo Nicolas ante la incomodidad que mostraba su amigo al ver que otro más de los secretos que guardaba junto a Paula era descubierto—. Luego, mi querida prima se apiadó de mí y de la fiesta de pijamas que estaba celebrando mi hermana Teresa aquí en casa de los abuelos y me cedió amablemente su habitación, pero sólo después de prometerle que dejaría la ventana abierta para, según ella, ventilar la estancia por la noche —explicó Nicolas—. Es obvio que debí desconfiar ante tanta amabilidad. Después de todo, se trata de Paula. »Y ahora, ¿me podrías explicar qué haces tú en la habitación de mi prima, y por qué sospecho que ésta no es la primera vez que la visitas aquí? —exigió Nicolas a su amigo, tan protector como todos los Lowell a la hora de salvaguardar a Paula.


Suspirando, resignado a no recibir más información del paradero de Paula si no confesaba alguno de sus secretos ante su amigo, Pedro se sentó en el frío suelo. Y mientras desviaba su mirada y mesaba con nerviosismo sus cabellos, se atrevió a revelar algo más de sí mismo a otra persona que no fuera Paula.


—Creo que siempre que te quedabas aquí con tu prima podías escuchar los gritos de mis padres cuando discutían, ¿verdad? Era así siempre, cada día, continuamente. Paula siempre fue mi refugio para huir de ellos cuando era niño y poder soportar esa tortura. Cuando crecí, no pude, ni quise, separarme de ella. Y ahora, a pesar de la distancia, Paula lo sigue siendo todo para mí.


—¿Y qué hacíais en este cuarto? —preguntó Nicolas con un tono recriminatorio en su voz.


—¡Joder, Nicolas! ¡Nada! Tan solo éramos niños... —respondió Pedroenfadado, levantándose molesto del suelo ante tan ofensiva pregunta.


—¿Y después? ¿Cuándo ya no erais unos niños? —insistió Nicolas, alzando atrevidamente una de sus cejas, ya que conocía demasiado bien el loco enamoramiento que su amigo siempre había tenido por su prima.


—No nos dio tiempo a hacer nada, nos separaron demasiado rápido. Y ahora que volvíamos a encontrarnos, mi familia me separa de ella otra vez y yo no sé dónde buscarla... —declaró Pedro, preocupado, sin dejar de pasear nerviosamente por la habitación.


—Yo sí, pero te advierto desde ya que no te va a gustar en absoluto —anunció Nicolas, dejando caer sobre la cama un folleto que había encontrado entre las cosas de su prima, que detallaba las intenciones de Paula, dispuesta a embarcarse en otra más de sus locuras.


—¡La madre que la parió! —exclamó Pedro, arrugando entre sus manos el folleto de ese pecaminoso lugar. Y, totalmente decidido a acabar con los planes de celebración de Paula, buscó su teléfono para contactar con ella. Pero al ver que se había quedado sin batería, apremió a su amigo para que lo acompañara.


—¡Vístete, que nos vamos!


—¡Uf! ¿Por qué yo? —se quejó Nicolas, sabiendo que nada podría librarlo de acompañar a su amigo en las locuras que llevaba a cabo cada vez que corría detrás de Paula.


—Porque eres mi mejor amigo, porque tú conoces el itinerario de Paula y porque como yo coja el coche después de dos días sin dormir, seguro que tengo un accidente… ¡así que te toca conducir! —replicó Pedro, lanzándole las llaves de un lujoso BMW a Nicolas, que las recogió al vuelo.


—Qué conste que sólo lo hago porque eres mi amigo y porque al fin me has confesado lo mucho que me quieres —bromeó Nicolas mientras seguía los pasos de Pedro y saltaba por la ventana, recibiendo como única respuesta un amenazador gruñido al rememorar ese vergonzoso instante.


—Oye, ¿se puede saber por qué no usas la puerta en vez de bajar por aquí?


—¿Es que acaso quieres que le expliquemos a toda mi familia que te habías colado en esta habitación en busca de Paula, que me encontraste a mí en su lugar y que decidimos ir en su busca para evitar que cometiese alguna estupidez? —inquirió Nicolas y, tras ver la cara de espanto que puso su amigo al imaginarse enfrentándose al interrogatorio de todos los Lowell, musitó—: Ya lo suponía…


—Pero ellos se preocuparán por tu ausencia, no son como mi familia.


—No te preocupes, Pedro. En esta casa apenas se puede tener intimidad. Seguro que el bichejo de Ramiro no tarda en enterarse de lo que estamos haciendo y ya se inventará alguna historia por la que luego nos sobornará con creces, ¿verdad, Ramiro? —dijo Nicolas, alzando un poco la voz, tras lo que la curiosa naricilla del interpelado, que había estado espiando toda la conversación de los dos amigos, se asomó por la ventana con una sonrisa calculadora, seguramente reflexionando sobre cuánto podría sacar de cada uno de ellos.


—¡Pues vamos! ¡Tenemos que llegar cuanto antes para entrar en este lugar! —indicó Pedro con decisión, señalando el folleto que llevaba en su mano.




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