Cuando Pedro llegó frente a la puerta que lo separaba de la mujer que más deseaba abrazar, que en esos instantes estaría totalmente desnuda y mojada, apoyó su cabeza contra ella sin saber todavía qué excusa ofrecerle para poder introducirse en esa habitación. La toalla que llevaba en su mano parecía un pretexto demasiado absurdo y poco sutil, mientras que su conciencia le gritaba que hiciera las cosas bien para no perder a la mujer que amaba. Eso lo frenaba a la hora de seguir adelante. No obstante, recordando el provocador guiño de Paula y viendo lo que estaba tardando en ducharse, Pedro se preguntó si no lo estaría tentando como le gustaba hacer en el pasado.
Al final se decidió a dar unos suaves e indecisos toques a la puerta esperando una respuesta negativa:
—¿Necesitas otra toa...
La estúpida excusa que iba a usar para aproximarse a ella murió en sus labios cuando escuchó unos apasionados gemidos que nunca había podido olvidar. Sus manos apretaron con fuerza la toalla que llevaba, tratando de contener las ganas de abrir esa puerta para entrar en el cuarto de baño, con la intención de probar otra vez el dulce y húmedo cuerpo de esa mujer que nunca podría borrar de su mente. Pedro no se decidía a avanzar hacia Paula, pero tampoco a retroceder, y ahí se quedó, de pie, inmerso en una tortura mientras se preguntaba en quién estaría ella pensando para mitigar el deseo de su acalorado cuerpo.
—Hummm, Pedro... —gimió Paula tras esa puerta, haciéndole imposible resistirse más.
Sin importarle que la excusa de la toalla resultara pésima, que él siguiera actuando como un desconocido para ella o que todavía existieran numerosos malentendidos que tenían que aclarar o muchas frases de perdón que tenía que pronunciar, Pedro abrió violentamente la puerta mientras gritaba:
—¡¿Necesitas una toalla?!
Pero Pedro nunca entregaría esa prenda, que inconscientemente dejó caer al suelo mientras su ávida mirada recorría el cuerpo húmedo y desnudo de Paula.
Ella no se ocultó de él, sino al contrario: pisando el frío suelo, se acercó poco a poco a Pedro. Cuando llegó junto a él, lo abrazó íntimamente. Y acercando los labios a su oído, le susurró:
—Te necesito a ti.
Y, como siempre, las palabras de Paula le hicieron perder la compostura y olvidarse de todo.
Estrechándola fuertemente contra él, Pedro agarró con brusquedad su trasero para alzarla sobre su cuerpo y que las largas piernas de Paula lo rodearan. Sin preocuparse por encontrarse aún vestido, se metió con ella bajo la ducha para disfrutar de ese pecaminoso bocado bajo el agua fresca, que tal vez calmaría un poco su deseo, o tal vez lo avivase más después de ver las gotas de agua corriendo sobre la piel de la mujer que deseaba con imperiosa necesidad.
Las impacientes manos de Paula arañaron la espalda de Pedro cuando él, bajo el frío chorro de agua, saboreó uno de sus erguidos pezones metiéndolo impacientemente en su boca. Ella se arqueó, concediéndole más acceso a su cuerpo, haciendo que Pedro la apoyase contra la fría pared y se decidiera a cerrar el grifo a la vez que le lanzaba una provocativa proposición.
—Creo que tendré que secar tu cuerpo de otra manera, ya que la toalla que he traído ahora no sirve para nada —dijo Pedro mientras señalaba la toalla que había caído al suelo mojado, haciendo imposible utilizarla al haber quedado empapada —. Pero no te preocupes: puedo ser bastante imaginativo a la hora de secarte — añadió antes de comenzar a lamer las gotas de agua que caían por su cuello y se deslizaban entre sus desnudos pechos sin importarle nada seguirlas con su lengua.
Las manos de Pedro, tan impacientes como su lengua, no pudieron evitar la tentación de acariciar de nuevo la piel de Paula. Cogiendo tentativamente un seno, pellizcó su erecto pezón a la vez que su boca seguía jugando con el otro, haciéndola gemir de placer a la vez que movía sus caderas en busca de más satisfacción.
Su húmeda feminidad se rozaba contra la dura erección de Pedro, que todavía permanecía encerrada dentro de sus pantalones, mientras la mano que Pedro mantenía en su trasero solamente la empujaba a probar ese goce que buscaba su cuerpo con más impaciencia que nunca.
Decidido a volver a grabar en Paula el recuerdo del éxtasis que sólo él podía darle, la colocó de pie en la ducha. Y cuando ella lo miró confusa, él se limitó a introducir una pierna entre las suyas haciendo que la parte más sensible de su cuerpo quedara sobre su rodilla. A continuación, Pedro la incitó a moverse sobre ella mientras se quitaba su húmeda camiseta para arrojarla a un lado y comenzar con su placentera tortura.
Una de sus manos cogió las muñecas de Paula, aprisionándolas sobre su cabeza para que ella no pudiera tocarlo y que acabara así antes de tiempo, dado que tenía muchas cosas planeadas para ella.
Mientras tanto, su otra mano masajeaba sugerentemente sus senos con leves caricias que en ocasiones se volvían más atrevidas mientras acallaba cada uno de sus gemidos con su boca.
Tan implacable como siempre, Pedro hizo que se abandonara al deseo sin pedir nada a cambio.
Cuando ella se resistió a seguir moviéndose hasta que soltara sus manos, que estaban impacientes por devolverle las caricias que él le ofrecía, Pedro abandonó sus labios y, enfrentándose a los desafiantes ojos de Paula con una maliciosa sonrisa, movió su rodilla hasta rozar su clítoris. Decidido a ganar en ese juego, Pedro le dedicó un mordisquito castigador a cada uno de sus senos hasta conseguir que ella, extasiada, volviera a buscarlo sólo a él.
Pero Paula, tan mala perdedora como siempre, intentó resistirse a Pedro, intentó evitar que sus gemidos de placer salieran de su boca mordiéndose los labios. Y solamente cuando ya no pudo más, decidida a fastidiar a Pedro, gimió el falso nombre que otro le había dado a la persona que tenía delante y que, por más que tratara de ocultarlo, siempre sería el hombre al que ella amaba.
—¡Oh, Poppyyyy...!
—¡No me llames así! —dijo Pedro, enfadado, insistiendo en sus atrevidas caricias que la aproximaban cada vez más al éxtasis.
—¿Por... qué... no? —preguntó Paula entrecortadamente, cada vez más cercana al orgasmo.
—Porque entre nosotros los nombres sobran. Contigo tan sólo soy un hombre... —respondió Pedro, liberando sus manos y recordándole a Paula lo perdido que siempre estaba cuando no se encontraba a su lado.
Paula se rindió al placer mientras sus manos se agarraban a la espalda del hombre que amaba, dejando las uñas señaladas en su piel mientras llegaba al clímax.
Cuando Pedro terminó de jugar con Paula, se deshizo del resto de sus ropas.
Y alzando su lánguido cuerpo para que sus piernas lo rodearan, se adentró en ella de una profunda embestida que la reclamó por completo. Paula lo atrajo más hacia ella, y abandonándose al nuevo placer que la embargaba, lo acogió en su cuerpo abrazándolo con sus piernas y sus brazos. Y sin poder resistirse a revelar una verdad que siempre habría entre ellos, le susurró al oído mientras unas lágrimas de tristeza por todo lo vivido recorrían su rostro.
—Conmigo simplemente eres Pedro. Con tus defectos y tus virtudes, siempre serás el hombre al que am...
Y antes de que Paula terminara de confesar su amor, un amor que Pedro había esperado tanto tiempo que confirmara con sus palabras, él acalló sus labios con un beso, como si esas palabras fueran algo que no se mereciera en esos momentos.
—No vuelvas a dejarme solo, sin ti no soy yo —reclamó Pedro cuando sus labios se separaron.
Unas lágrimas que marcaban su rostro le mostraron a Paula cuán sinceras eran sus palabras, y ese perdón que, aunque aún no hubiera pedido, le rogaba con cada una de sus acciones.
—Mi Pedro… —declaró Paula, encontrando de nuevo ante ella al hombre del que se enamoró.
Y agarrándose con fuerza a sus hombros, Paula se movió sobre el cuerpo del hombre que amaba, exigiendo su pasión.
Marcando un suave ritmo con el que reclamarla, Pedro se adentró en ella una y otra vez, dándole lo que deseaba, cediendo a la ambición de hacer nuevamente suya a la mujer que tanto había necesitado. Cuando las uñas de Paula marcaron una vez más su espalda, requiriendo más de él, Pedro profundizó sus envites mientras aceleraba el ritmo de sus acometidas. Y por fin, ambos se entregaron al éxtasis que invadió sus cuerpos mientras gritaban el nombre del otro.
Unos momentos después, sin salirse de su cuerpo y aún abrazados, Pedro la cargó entre sus brazos para llevarla a su cama. Y mientras Paula se dejaba guiar por esos fuertes brazos que siempre la protegerían, susurró al oído de Pedro:
—¿Y ahora qué hacemos?
La respuesta de Pedro fue simple: acalló sus palabras con un apasionado beso que le dio a entender a Paula cómo terminaría el resto de la noche, aunque no cómo finalizarían su historia de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario