Los días para los dos amigos de la infancia que finalmente se convirtieron en amantes pasaron con demasiada rapidez. Pedro y Paula intentaron recuperar años de tiempo perdido en apenas una semana. Sin salir de esa habitación, que se convirtió en su refugio, cedieron a todos los deseos y fantasías que los habían perseguido durante tanto tiempo y dejaron de lado las serias conversaciones que les harían volver al mundo real, en el que aún no podían estar juntos.
Entrelazados entre las blancas sábanas que habían sido testigo de su pasión, Pedro se atrevió a pronunciar las palabras que lo separarían una vez más de la mujer que siempre llevaría en su corazón, por más lejos que se hallara. Su Paula, la niña que en el pasado había sido su amiga y su confidente, esa chica que un día guardó todos sus secretos, que conoció sus miedos y sus defectos. La mujer que ahora deseaba y que, definitivamente, siempre tendría su corazón, se acurrucaba desnuda entre sus brazos resistiéndose a oír lo que en esos instantes él estaba decidido a pedirle, que no era otra cosa que más tiempo para poder cumplir su deseo de estar a su lado.
—Necesito que me esperes un poco más, Paula —declaró Pedro, resintiéndose a dejarla marchar cuando ella comenzó a debatirse entre sus brazos.
—¿Más tiempo? ¿Por qué? Si ambos queremos estar juntos, ¿se puede saber por qué narices debemos esperar más tiempo? —interpeló Paula, indignada, mientras se apartaba de Pedro. Y arrebatándole las sábanas de la cama, las enrolló sobre su desnudo cuerpo para comenzar a pasearse nerviosamente por la habitación, intentando evitar oír las decenas de explicaciones lógicas que Pedro le daría cuando su corazón no admitía ninguna excusa racional, porque lo único que quería era permanecer junto a él.
—Paula… —comenzó Pedro, tratando de iniciar un digno discurso mientras observaba el inquieto caminar de Paula y se pasaba nerviosamente una mano por sus cabellos—. Yo aún no he finalizado la universidad y tú apenas acabas de terminar el instituto. Necesito más tiempo para alcanzar mi meta y tú necesitas averiguar qué quieres hacer con tu vida.
—¡Quiero estar a tu lado! —replicó Paula contundentemente, como si nada más importara, mientras con su firme mirada le exigía la misma respuesta—. Pero, al parecer, eso es algo que tú ya no quieres —dijo Paula, furiosa, mientras que de sus ojos escapaba alguna airada lágrima que proclamaba su descontento.
—¿Que no quiero estar junto a ti? ¿Cómo puedes decir eso, Paula? — exclamó Pedro, abandonando su relajada posición sobre el lecho para interponerse rápidamente en el camino de la mujer que una vez más pretendía alejarse de su lado.
Sin importarle su desnudez, Pedro cogió la mano que Paula siempre le tendía en todo momento y, enlazándola con la suya, la llevó hasta su acelerado corazón.
Con su otra mano alzó el lloroso rostro que Paula intentaba ocultar, y tras limpiar alguna de sus lágrimas con las yemas de sus dedos, se dispuso a abrir su corazón ante la chica que siempre había amado.
—Mi meta eres tú, Paula. Si quiero alcanzar a mi abuelo, si quiero llegar a ser como él e incluso superarlo es porque sé que solamente así mi familia me dejará en paz y yo podré, por fin, estar a tu lado. Sólo un poco más, Paula, un poco más de tiempo… ¿Qué son unos pocos años más frente a toda una vida juntos?
Ante esas palabras, Paula acalló a regañadientes cada una de sus impacientes quejas que sólo querían ceder ante su infantil deseo de estar siempre junto a Pedro.
—Dos años más, Pedro. Lo que tardes en terminar tu carrera. Y esta vez no me conformaré con recibir una simple llamada o una carta. ¡Quiero todos tus días libres sólo para mí! —exigió Paula, enfrentándose a su amigo con su resuelta mirada, haciéndole saber que nada de lo que dijera la haría desistir de esta decisión.
—Lo intentaré —anunció Pedro con una sonrisa en los labios, satisfecho por haber conseguido de Paula el tiempo que necesitaba para cumplir con su objetivo.
—¡No, de eso nada! No lo intentarás; lo harás o te olvidarás de mí. Y no sueñes con que te estaré esperando la próxima vez —exigió Paula mientras se zafaba del agarre de Pedro y se acomodaba la sábana de su cuerpo como una toga mientras se dirigía a la cama, igual que si de una diosa griega se tratase.
—¿De verdad no me esperarás, Paula? —preguntó Pedro, sin saber si la próxima vez que corriera a su encuentro la ventana de Paula estaría cerrada para él.
—No, porque la próxima vez iré yo a por ti —anunció pícaramente la chica que siempre lo había tentado, dejando caer la sábana que ocultaba las delicias de su desnudo cuerpo, haciéndole correr a su lado una vez más.
Tras cogerla en brazos y tirarla sobre la cama ignorando sus grititos indignados, Pedro se colocó sobre ese desnudo cuerpo que tanto lo tentaba y susurró al oído de esa mujer lo que nunca había podido negar desde que la conoció.
—Te quiero, Paula —confesó una vez más, mientras sus cálidos ojos sólo podían admirar a la atrevida mujer de la que siempre estaría enamorado.
—Aún no pienso decirte que te amo, Pedro —contestó Paula con determinación mientras retaba a Pedro con su traviesa mirada a que preguntara el motivo de esta rebeldía.
—¿Y cuánto tiempo tendré que esperar para oír esas palabras de tus labios? —preguntó Pedro, bastante molesto
—Tanto como tú me hagas esperar a mí —respondió beligerantemente Paula, amargando un poco su victoria.
—Entonces, si no puedo arrebatar esa confesión de tus labios, tendré que hacerlo de tu cuerpo —concluyó Pedro con una ladina sonrisa en sus labios mientras sus manos comenzaban a recorrer las suaves curvas de su amante y acallaba las posibles protestas con un beso. La rebelde Paula muy pronto se rindió ante él, confesando lo que sus labios negaban con cada una de las respuestas que su cuerpo daba al hombre del que, sin apenas darse cuenta, un día se enamoró.
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