jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 10

 

Alan Chaves miraba al niño que tenía junto a él mientras permanecía sentado en el porche de sus suegros, deseando disfrutar de una cerveza con tranquilidad, cosa que parecía que tampoco podría hacer en esa ocasión. Tras decidir interrumpir su momento de relax, intentó comprender la razón por la que un niño tan pequeño, en vez de pensar en juegos y gamberradas como había hecho él mismo a esa edad, no podía dejar de preocuparse por su hija y por un futuro que todavía se encontraba muy lejano.


Tras dar un sorbo a su cerveza, Alan dejó la lata a un lado y esperó el testimonio habitual de ese chaval, para quien se había convertido en un confidente en lo que se refería a su principal preocupación: cómo contentar a la rebelde Paula.


Después de un largo sorbo a su refresco, Pedro suspiró. Y mirando decaído su lata, comenzó con sus lamentos.


—Esta vez tampoco ha funcionado, y eso que lo planeé al milímetro y seguí su consejo al pie de la letra, pero nada…, creo que no está en mi naturaleza eso de ser un abusón —comenzó Pedro, apenado, pensando en lo decepcionado que se sentiría el señor Chaves con él cuando se diera cuenta de que su plan había fracasado.


—¿Cómo que abusón? ¿Qué consejo? ¿Cuándo te he dicho yo eso, Pedro? — le dijo Alan, totalmente confundido, mientras se preguntaba en qué lío se habría metido ahora.


—Usted me dijo que una forma de conseguir el título de malvado era arrebatándoselo a otro. Lo he intentado en el colegio, pero no ha funcionado y me han dado una paliza.


—¡Joder, Pedro! ¡Creía que hablábamos de una película, de un cómic, de superhéroes…, de cualquier cosa menos de la vida real! De lo contrario jamás te habría dado un consejo así —replicó Alan, sintiéndose culpable, ya que un chico tan decente como Pedro siempre saldría vapuleado si se enfrentaba a otros menos buenos, y más aún si lo hacía siguiendo ideas tan descabelladas como aquélla.


—¡Yo le hablaba totalmente en serio y usted creía que era un juego! — reprendió Pedro a su interlocutor, disgustado.


—Ya te dije que no siguieras las sugerencias de mi tío, sus consejos son una mier... —intervino Nicolás, que en ese momento salía de la casa de sus abuelos para reunirse con su amigo en el porche. Sus inadecuadas palabras fueron acalladas por un aleccionador capón de su padre, que lo seguía muy de cerca para incorporarse a esa clandestina reunión de chicos.


—¿Qué te he dicho de esa boca? —regañó Jose, ocupando un lugar junto a Alan. Una reprimenda que sirvió de poco cuando se oyó la opinión de un bocazas que venía detrás.


—Pero si tiene razón: los consejos de Alan son una verdadera mierda — manifestó Daniel, tomando un lugar en la escalera del porche; su hermano y su cuñado lo fulminaron con la mirada.


—¡Vamos a ver, muchacho! ¿Se puede saber por qué quieres ser un bravucón? —interrogó Alan, ignorando a sus amigos e intentando saber por qué razón se imponía ese chiquillo metas tan irrazonables.


—Porque Paula quiere un chico malo…


—¡¿Quééé…?! ¡Por encima de mi cadáver! —gritó Alan, levantándose de repente de su sitio, exaltado al imaginar el tipo de hombre que su adorada hija podría traerle a casa en un futuro.


Y mientras Alan se paseaba indignado por el porche, sus cuñados no pudieron más que incrementar su descontento con sus continuas carcajadas.


—¡Esto es grande! ¡La madre quería un príncipe y la hija…y la hija…! ¡Ja, ja, ja, ja…! —exclamó Daniel, desplomándose en el suelo de la risa al recordar las imposibles metas que Eliana le había impuesto a Alan años atrás.


—Al parecer, Paula te lo va a hacer pasar igual de mal que Eliana, Alan —se burló Jose, socarrón, mientras le dedicaba un brindis con su cerveza al tiempo que no dejaba de reírse de los problemas de su amigo.


—Te recuerdo, Daniel, que tú tienes una hija de un año… y por lo que a ti respecta, José, por lo que he escuchado de Monica, vas a ser padre de una hermosa princesita, así que, más tarde o más temprano, ambos tendréis que pasar por lo mismo que yo —anunció Alan, acabando de lleno con las bromas de sus cuñados, que cuando querían podían llegar a ser muy fastidiosos.


La seriedad que sobrevino a los rostros de esos hombres fue seguida por una decidida determinación cuando rodearon a Pedro y le dijeron:

—¿En qué podemos ayudarte, chaval?


—No lo sé, yo tan sólo soy un niño —confesó finalmente Pedro, tan perdido como siempre.


—Bueno, lo primero de todo es que debes descartar de lleno meterte en peleas —comenzó Alan, intentando alejar a ese chico de problemas.


—O, al menos, aléjate de ellas hasta que sepas defenderte —apuntó Jose mientras acariciaba pensativamente su barbilla, recordando algún que otro golpe que se había llevado en el pasado cuando perseguía el amor de la que actualmente era su querida esposa.


—No creo que mis padres estén interesados en pagarme cualquier tipo de actividad extraescolar que ponga en peligro mi expediente académico —declaró Pedro, cabizbajo.


—¡Puf! —se quejó Nicolas, conociendo demasiado bien a los padres de su amigo—. Lo que pasa es que tus padres no quieren gastarse ni un duro en ti que no sea más que el estrictamente necesario para aparentar.


—No te preocupes, Pedro, eso lo soluciono yo en un santiamén: ¡hala! A partir de ahora ya tienes a tu disposición a unos profesores muy experimentados — manifestó Jose alegremente mientras enviaba un mensaje con su móvil, sin poder evitar sonreír con malicia a la pantalla.


—¡Muchas gracias, señor Lowell! —exclamó Pedro, lleno de entusiasmo.


—No hay de qué, chaval.


—No, en serio: mejor no se las des. ¡No sabes dónde te estás metiendo! — dijo Nicolas mientras fulminaba a su padre con una de sus miradas, sabiendo cuan estrictos serían los profesores de defensa personal que su padre le había buscado.


—Bueno, cambiando de tema… Pedro, lo que tienes que hacer es no dejar que ningún chico se acerque a Paula a partir de ahora —intervino Alan, decidido a que ese niño vigilara a su hija cuando él no pudiera estar cerca de ella.


—¿Y si alguno lo hace?


—Muy fácil: te lo quitas de en medio —sugirió Daniel mientras pasaba un dedo por su garganta.


—Así que, según ustedes, tengo que aprender a defenderme y espantar a los posibles obstáculos. ¿Algo más? —preguntó Pedro, intentando memorizar los sabios consejos ofrecidos por sus mayores.


—Sí, una cosa muy importante: las mujeres necesitan su tiempo, así que no debes presionarla, por lo que no has de pedirle salir a Paula hasta los veinti…Bueno, mejor hasta los treinta —apuntó Alan, intentando hacerse a la idea de que su niña un día crecería.


Este consejo no fue muy bien recibido por Pedro que, aunque era inocente, no era idiota. Su ceño fruncido ante estas últimas palabras de Alan mostraba que no estaba dispuesto a esperar tanto.


—También recuerda que a las mujeres les gustan los regalos bonitos —añadió Daniel.


—Y también las palabras amables, aunque en ocasiones prefieren alguna que otra frase canalla y… —continuó Jose, bombardeando a Pedro con sus descabelladas propuestas.


—¡Esperen, esperen! ¡Creo que es demasiada información y yo… yo no sé! —titubeó Pedro, inseguro, sin saber si pedir ayuda a esos personajes había sido una buena idea.


—¡No te preocupes, chico! Lo que hay que hacer es una estrategia para el futuro. Yo fui quarterback en mi época de estudiante, así que diseñaré un plan de juego para ti —anunció Alan mientras se adentraba en la casa para coger un lápiz y una hoja de papel en la que, a continuación, comenzó a hacer unas anotaciones ininteligibles para Pedro, anotaciones que se volvieron aún más confusas cuando los tres hombres se reunieron alrededor de ese papel para planificar esa aventura.


—Ya te avisé de que no le pidieras consejos a esos tres... —le recordó Nicolas, sentándose junto a su amigo para ver desde lejos cómo esos hombres convertían la vida de su amigo en un caos.


—Entonces, ¿qué debo hacer para conquistar a Paula? —suspiró Pedro en voz alta, verdaderamente preocupado.


—Simplemente no dejes que Paula se olvide de que tú estás ahí. Es posible que se dé cuenta en algún momento de que eres el más adecuado para ella — aconsejó Juan, el abuelo de Paula, mientras se sentaba al lado de Pedro y le tendía un nuevo refresco—. Ya sea siendo tan bueno como tú sabes ser, o tan malo como ella cree que deberías ser, si Paula es lo que quieres no permitas que nadie te aleje de ella.


—Pero ella quiere…


—Algunas quieren a un sapo —dijo Juan, señalando a Alan—. Otras, a un hombre que las valore por encima de todo, aunque se trate de una auténtica calamidad —continuó Juan señalando a Daniel—. Y muchas otras prefieren un príncipe un poco canalla —continuó, ahora señalando a su hijo Jose—. Pero, escúchame bien, Pedro. Todas y cada una de las mujeres en realidad desean lo mismo: un hombre que las ame y que sea capaz de hacer cualquier cosa por su amor. Así que ten sólo eso en mente a la hora de conquistar a la mujer que quieras tener en tu vida en un futuro —finalizó Juan antes de levantarse para revolver los cabellos del niño que siempre acudía a su puerta con un gesto serio y lleno de preocupación en su rostro.


—¿Y usted qué es, señor Lowell? —preguntó Pedro al hombre que se alejaba.


—¿Yo? Un rebelde y un jugador. Mi última apuesta fue la más arriesgada, pero definitivamente valió la pena apostar por el amor. Y a pesar de todo lo que tenía en contra, gané y conseguí todo esto —respondió Juan, sonriendo alegre mientras señalaba a su escandalosa familia, dándole esperanzas a Pedro de llegar a tener algo muy similar en su futuro.





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