jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 9

 


Ser un chico malo no era tan fácil como yo creía cuando tenía siete años y Paula me propuso ese reto por primera vez, y ahora, que tenía nueve años, la cosa no había cambiado demasiado.


A pesar de los ruegos que le había hecho a mi madre en más de una ocasión, ella seguía insistiendo en vestirme con unos pantalones de pinza y molestas camisas que me agobiaban, sobre todo cuando iban acompañadas por esa maldita pajarita que continuamente arrancaba de mi cuello a la menor oportunidad.


Yo no era demasiado popular en el colegio, y el hecho de que mi única compañía en el recreo fueran los libros no me hacía destacar demasiado. Bueno, fúltimamente también me acompañaba en los descansos Nicolas, un chico rubio de ojos azules un año menor que yo, que estaba en mi misma clase porque era un cerebrito; encima daba la casualidad de que era el primo de Paula, por eso sabía cosas interesantes de ella, y por este motivo, lo dejaba que me siguiera.


Además, con su mente superdotada podría ofrecerme algún buen consejo para conseguir mi objetivo, aunque el que yo le hiciera caso o no ya era otra cuestión…


Pedro, perseguir a los matones de la clase para ver cómo se comportan es una mala idea, pero copiar su forma de ser para enfrentarte a ellos es simplemente una locura —susurró Nicolas en nuestro escondite, desde donde veíamos cómo dos niños de nuestra clase intimidaban a otro de nuestros compañeros.


—¿Y entonces cómo narices voy a aprender a ser un chico malo si no? — pregunté, cada vez más decidido a hacerme con el título de matón de la clase para atraer la atención de Paula.


—Eso no es ser malo, es ser despreciable —señaló Nicolas, cada vez más molesto con las risas que esos chicos dirigían hacia el niño al que habían acorralado y que comenzaba a temblar, nervioso.


—¿Es que acaso tienes miedo? —le pregunté, retando a mi amigo con la mirada a que me siguiera en ese juego que ni yo mismo me imaginaba cómo terminaría. Aunque cuando vi los golpes que esos dos comenzaban a propinar a la pared, amenazadoramente, tuve una clara idea de ello.


—¡Claro que sí, ese niño nos saca dos cabezas! —respondió Nicolás, señalando a uno de los matones.


—Pero es un poco canijo, tal vez si unimos nuestras fuerzas...


—Y el otro es tan grande como un oso —continuó Nicolás, señalando al segundo niño, bastante corpulento y difícil de derrotar en una pelea, intentando echar abajo mis sueños de victoria—. Es normal que tenga miedo, Pedro. Lo que no son normales son tus estúpidas ideas para tus descabellados intentos de conquistar a mi prima —me recriminó Nicolas, colocándose las gafas en su lugar mientras me reprendía con la mirada.


—Bueno, ¿piensas ayudarme o no? —pregunté a mi amigo, decidiendo que era el momento preciso de hacerme notar cuando esos dos alzaron sus puños hacia su víctima.


—Sólo pienso intervenir en el momento oportuno para salvar tu culo, ni un segundo antes ni un segundo después. Si algo temo más que a esos dos son las reprimendas que mi madre me dedicará si me meto en líos.


—De acuerdo, pero serás mi apoyo y luego le contarás a Paula todo lo que ocurra —exigí, decidido a quedar bien ante Paula.


—Sí, sí, lo que tú digas... —se despidió Nicolás, agitando una de sus manos.


Aunque no me animó demasiado que poco después sumergiera su nariz en uno de sus libros de historia que tanto lo distraían. No obstante, yo me mantuve firme y caminé hacia mi objetivo.


—¡Eh, vosotros! —grité con decisión, aunque mi voz salió un poco chillona.


Tal vez por el miedo.


Como vi que nadie me prestaba atención, volví mi rostro hacia Nicolás, que me señaló con discreción que me acercase un poco más y fuera más atrevido, así que cuando estuve lo suficientemente cerca de ellos, le di unos golpecitos en el hombro a uno de los matones y declaré, con firmeza:

—¿Podríais hacer el favor de dejar de pegar a mi compañero? Me molesta muchísimo vuestro comportamiento, no creo que sea el más adecuado para unos niños de vuestra edad.


Cuando los niños se volvieron hacia mí se quedaron boquiabiertos. Creía que los había impresionado, así que volví mi rostro hacia donde estaba Nicolás para ver si mis palabras habían sido las adecuadas.


Supe que no lo había hecho bien cuando Nicolás se llevó una de sus manos a la frente, ofuscado. Y mientras yo me preguntaba cuál había sido mi error, Nicolás se pasó un dedo por su cuello para después indicarme que mirara detrás de mí. Descubrí que mis palabras no les habían intimidado en absoluto cuando mi rostro recibió el primer puñetazo.


Sabiendo que muy pronto recibiría la ayuda de mi amigo, intenté hacer frente a los matones. Pero yo ni siquiera sabía dar un buen puñetazo, y ellos jugaban demasiado sucio para un chico tan bueno como yo.


Cuando me creía vencido, ya que yo me mantenía hecho una bola en el suelo evitando sus patadas, oí el grito airado de una niña que no tardé en reconocer:

—¡¿Qué está pasando aquí?! —chilló Paula, exigiendo a su primo Nicolas una explicación.


Y el muy condenado, como me había prometido, se apresuró a contarle a Paula todo lo que había sucedido hasta ese momento, aunque los hechos no me dejaran en una posición demasiado buena ante ella.


Pedro ha pedido con mucha amabilidad a esos matones que dejaran de golpear a un niño al que estaban intimidando y ha tomado muy convenientemente su lugar.


—¡Pero tú eres idiota! —gritó Paula, moviéndose hacia mí sin importarle nada que los dos matones se interpusieran en su camino.


Dejando de esconderme de mis miedos en la lamentable posición en la que me hallaba, me levanté del suelo para enfrentarme con dignidad a las reprimendas de Paula, hasta que esos molestos niños se interpusieron en su camino.


—¡Mocosa, esto no es de tu incumbencia! ¡Vete de aquí! —declaró despectivamente el más alto, que tenía cara de conejo, ganándose una enojada mirada de Paula.


—¡Sí, eso! ¡Vuélvete a tu castillo, princesita! —se burló el más tonto de los dos, señalando el primoroso vestido que Paula vestía y que detestaba.


Y ése fue el preciso momento en el que Paula y yo cerramos nuestros ojos ante tan desacertado comentario a la vez que hacíamos un gesto de dolor a la espera del caos que no tardaría en desatarse sobre ese pobre idiota.


Tras un sonoro grito de guerra, Paula cogió carrerilla y le dio un cabezazo en el estómago al más gordo de los matones, haciéndolo rodar por el suelo. Yo, por supuesto, intenté defenderla, y sacando fuerzas me enfrenté al otro niño para que no atrapara a mi amiga. Intenté darle puñetazos y patadas, pero era demasiado débil y siempre acababa en el suelo. Además, estaba muy preocupado por mi amiga, aunque al parecer ella sabía defenderse muy bien, ya que el otro niño no tardó en acabar de rodillas y suplicando cuando un revuelo de lazos se abalanzó sobre él y no cesó de propinarle mordiscos, tirones de pelo y múltiples patadas en sitios bastante indecorosos. Cuando Paula le hubo dado una lección al gordo, se volvió hacia mí victoriosa y al verme en aprietos me dijo, retándome:

—¡Juegas demasiado limpio, niño bueno!


Tanto me enfurecieron sus palabras que pateé ciegamente a mi contrincante, dándole de lleno en sus partes, haciendo que por una vez fuese él quien acabara dolorido en el suelo frente a mí y sin poder levantarse, declarándome vencedor de esa trifulca.


—Aunque vas aprendiendo —musitó Paula dándome su aprobación, para luego poner sus brazos en jarra, y dirigiéndose con gesto furioso a los dos matones que aún permanecían derrumbados en el suelo, comenzar a reñirlos.


Supuse que les recriminaría y alabaría mis cualidades, algunas de las que sin duda habría sido consciente en esa pelea, así que me quedé boquiabierto cuando Paula comenzó su discurso:

—Sé que Pedro es un niño muy molesto, un metomentodo, un listillo, un incordio, un pesado y un nenaza llorón que no sabe pelear, pero…—comenzó Paula, tras lo que hizo una pausa para continuar exponiendo el motivo por el que ella me defendía siempre—: ¡Que os quede clarito que le daré una lección a cualquiera que se meta con él, porque sólo yo puedo vapulearlo! —finalizó, señalándome con un dedo mientras yo permanecía asombrado ante las razones que había dado.


»Así que ya sabéis: ¡no volváis a meteros con él u os daré una paliza! ¿Tenéis algo que decir? —preguntó amenazadoramente Paula, dirigiéndose a esos temidos matones que yacían a sus pies.


Me enfadé mucho ante sus palabras, porque me presentaban más como un saco de boxeo que como un amigo, así que cuando una pequeña ráfaga de viento alzó su vestido y nos permitió a todos ver sus braguitas llenas de lacitos en mitad de su acalorado discurso, no pude evitar interrumpirla para meterme con ella.


—No me puedo creer que tus bragas también sean de lacitos... —manifesté ante todos, haciendo que la furia de Paula se volviera contra mí. Por suerte, como me prometió mi amigo Nicolas, él estaba allí para intervenir en el momento adecuado y retuvo a Paula dándonos tiempo tanto a mí como a los matones para escapar antes de que su ira se desatase.


Supuse que las cosas no habían salido como yo pensaba y que no había conseguido el título de matón cuando, al volver a clase, mis compañeros me miraban dirigiéndose los unos a los otros unas sospechosas risitas.


Después de tomar asiento junto a Nicolas le pregunté, un poco molesto:

—¿Por qué no irrumpiste antes en la pelea?


—Porque hasta que enfadaste a Paula no me necesitabas.


—Me estaban dando una paliza..


—Hecho con el que habrías aprendido a dejar de hacer el idiota, Pedro. Pero cuando Paula está de por medio es otra cuestión, ya que nunca aprendes — señaló mi amigo sin dejar de pasar las páginas de su libro.


—Las cosas no han salido como yo pensaba, ¿verdad? —pregunté, derrumbándome en mi pupitre.


—Para nada —contestó Nicolás sin prestar demasiada atención a mis quejas, a las que ya estaba acostumbrado.


—Bueno, ¿y quién se ha llevado ahora el título de matón de la escuela? — pregunté, con la intención de continuar con mi descabellada idea en otro momento.


—¿No es obvio después de que esos dos idiotas huyeran despavoridos? — contestó mi amigo, haciendo una pausa que por un instante me dio esperanzas, hasta que su rostro lució una de esas maliciosas sonrisas que tanto me fastidiaban—: Paula —anunció finalmente, destrozando mis esperanzas por completo.


—¡Vaya! ¿Y yo qué papel tengo en este momento?


—¡Ah, no te preocupes! Has conseguido parte de tu objetivo: ya no eres catalogado como un «niño bueno» —declaró Nicolás. Y tras cerrar su libro me mostró una vez más esa socarrona sonrisa que tanto detestaba y me reveló que, a pesar de lo que yo creía, las cosas podían empeorar.


—Ahora simplemente eres «la princesita en apuros».


—¡Mierda! —maldije, golpeando mi frente contra la mesa. Algo que no dudé en repetir cuando mi amigo me dio un toquecito consolador en la espalda mientras pasaba por mi lado y me decía jovialmente:

—¡Alégrate, Pedro! Por lo menos a partir de ahora nadie osará meterse contigo.


—¡Jo! ¡Esto es más difícil de lo que yo pensaba! —suspiré frustrado. No obstante, no me rendí ni desistí de mi idea de llegar a ser un niño malo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario