jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 85

 


—Creía que después de frotar esa pared durante más de una hora te percatarías de que ese tipo de pintura no se quita tan sólo con agua y jabón — anunció Paula a la espalda del atareado hombre que seguía frotando persistentemente esa pared.


—Entonces, ¿me puedes decir para qué mierdas estoy haciendo esto? — exclamó Pedro, sulfurado, a la vez que dejaba caer el cepillo al suelo.


—Es tu castigo por hacer un grafiti lamentable en el local del señor Sanders. Además, hay que limpiar la pared antes de pintarla mañana, así me ahorras esa tarea.


—¡Fantástico! ¡Otro castigo irracional! Pero éste al menos no viene en la maldita lista... —murmuró Pedro para sí, harto de las torturas a las que lo sometía esa familia.


Y cuando Pedro se volvió hacia Paula, decidido a renunciar a su disfraz, se quedó sin habla al observar cómo esa rebelde boquita saboreaba un polo de limón. Sin poder evitar recordar cómo eran las caricias que esa castigadora lengua podía proporcionarle, Pedro trató de mirar hacia otro lado. Pero entonces sus ojos toparon con la camiseta que Paula, debido al calor, o simplemente porque quería torturarlo, se había anudado a la altura de su ombligo, provocando que su escote fuera más prominente y que su liso estómago se mostrara mejor.


—Y cuéntame, Poppy, ¿qué haces en Whiterlande? Y lo más importante, ¿cómo de malo puedes ser? —preguntó Paula sensualmente mientras se sentaba en un pequeño banco cercano y estiraba sus largas y sugerentes piernas que, enfundadas en unos pantalones muy cortos, suponían toda una tentación.


—He venido para encontrarme con alguien —dejó caer Pedro. E intentando evitar el tema, se acercó a Paula y se agachó junto a ella, poniendo su boca muy cerca de los labios de Paula para añadir provocativamente—: En cuanto a cómo de malo puedo ser, sólo tienes que decirme cuánto de malo quieres que sea...


Y cuando Pedro avanzó hacia ella dispuesto a conseguir su rendición con uno de sus besos como siempre había hecho en el pasado, topó en su camino con un impertinente polo de limón que Paula colocó en su boca para detener su avance.


—No quiero que me traigas ningún problema, así que podríamos decir que no quiero que seas un chico malo.


—¡No me jodas, Paula! —exclamó Pedro, enfadado porque todo lo que había hecho no hubiera servido para nada. Y furioso, le dio un rudo mordisco al polo de limón para calmarse y evitar dejar salir su ira hacia la persona inadecuada.


—Ésa es una intimidad que tú y yo nunca tendremos, porque no nos conocemos en absoluto, ¿verdad, Poppy? —repuso burlonamente Paula, moviendo tentadoramente el polo de un lado a otro, provocando a Pedro para que confesara la verdad.


—Bueno, en verdad yo..., tú... —dudó Pedro, sin saber si debía explicar quién era. Pero como si Paula ya supiera la verdad y quisiera seguir un poco más con ese juego, acalló su boca nuevamente con el helado.


—Sé que eres el hombre que rompió la ventana de mi habitación la otra noche, y aunque todavía no he recibido ninguna explicación ni disculpa por ello, te perdonaré si me dices que has aprendido la lección y no volverás a hacerlo — dijo Paula, mirando fijamente los profundos ojos negros de ese desconocido. Y ante sus ojos volvió a aparecer una vez más la persona que amaba.


—No puedo prometerte eso porque volvería a hacerlo, ya que no tengo ningún lugar a donde ir…


Paula se sintió tentada de abrazar de nuevo a ese hombre que tanto la necesitaba, pero recordando sus frías palabras y su distante actitud del pasado, apretó fuertemente sus puños y se resistió a ello.


—Pues entonces tendrás que arreglar la ventana de mi abuelo y pedirle disculpas a él —sentenció Paula, retándolo con la mirada a continuar con su ridícula tapadera, esta vez simulando delante de alguno de sus parientes. Aunque después de ver «la ayuda» que su primo Nicolás le había prestado, Paula no dudaba de que alguno de los Lowell tenía algo que ver con la nefasta apariencia actual de Pedro—. Te veo este domingo en casa de mis abuelos —concluyó Paula, intentando dejarlo a solas con la pared. Pero antes de que ella se alejara, Pedro le preguntó a gritos, tratando de ganar algo más de tiempo junto a ella:

—¿Quieres que te lleve a tu casa en mi moto?



No hay comentarios:

Publicar un comentario