jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 107

 


Mientras mi abuelo me conducía hacía un nuevo evento al que había insistido en ir a pesar de no estar del todo recuperado, no podía dejar de alabar una nueva empresa que había surgido y con la que deseaba hacer tratos. Que ésta fuera mía me llenaba de orgullo y me llevaba a mostrar una satisfecha sonrisa por lo que había logrado sin que mi abuelo lo supiera.


—Esa nueva empresa de seguridad, The Trojan Eliminators, es asombrosa… Si tan sólo dejaran de resistirse a nuestras propuestas y firmaran con nosotros, yo la convertiría en sublime. Pero los dueños se niegan a reunirse conmigo, no sé por qué. Se resisten a trabajar con nosotros. No lo entiendo, ¡si con un pequeño empujón de nuestra compañía podríamos llevarlos hacia la cima! —declaró algo molesto, sin saber que tenía a uno de ellos delante de él.


—¿Estás seguro de que quieres reunirte con los propietarios de una empresa tan pequeña, abuelo? —pregunté, esperando conocer la opinión sincera de mi abuelo acerca de lo que yo había creado con mi propio esfuerzo, hallando mi propio lugar sin que otros me lo señalaran.


—¿Bromeas, muchacho? ¡Claro que quiero hacerme con un trozo de esa empresa! Mientras correteabas por ahí detrás de aquella chica como un adolescente sin control de sus hormonas, salieron al mercado. Y después de unos pocos días de actividad ya han conseguido cuantiosos contratos y resultados asombrosos. Son unos visionarios, y su programa de encriptación de datos es excepcional, según me comentan mis asesores más expertos… Si consiguiera que se asociaran con nosotros podríamos lograr cosas fantásticas.


Por una vez noté que mi abuelo se sentía orgulloso de mí, aunque no fuera realmente consciente de que sus halagadoras palabras iban dirigidas hacia mi negocio.


Sonreí complacido, perdonando un poco las exageraciones sobre su enfermedad hasta que llegamos a una de esas sobrecargadas fiestas, una de la que no tuve dudas de que el invitado de honor era yo tras recibir alguna que otra felicitación. Sin duda, mi abuelo había decidido que era el momento de que me convirtiera en su sucesor. Entonces pensé que al fin había llegado el momento de aclarar delante de todos quién era yo.


—¿Qué es esto, abuelo? —pregunté bastante molesto al hombre que durante más de una semana había estado ingresado en el hospital haciendo que me preocupara por su salud y que, milagrosamente, se había recuperado ese día para asistir a una fiesta.


—Es un elegante evento que los Alfonso celebramos todos los años, Pedrodonde ofreceré a los asistentes dos buenas noticias: en primer lugar, hoy anunciaremos que tú ocuparás mi cargo. Quería esperar un poco más, pero creo que es el momento más adecuado para ello, aunque supongo que tendré que dirigir todavía algunos de tus pasos antes de dejarte solo; y por supuesto, en segundo lugar, también daremos a conocer tu compromiso con Liliana Allister, que será una maravillosa esposa para ti y un buen empujón para nuestra compañía al aliarnos con su grupo empresarial familiar…


—No —me negué, provocando el asombro de mi abuelo con mi rotunda y firme negativa, y cuando nuestros ojos se encontraron, supe que había comprendido que en esta ocasión nada ni nadie podría hacerme cambiar de opinión o manipularme. A pesar de ello, lo intentó.


Ignorando mis palabras, se dirigió al atril que estaba preparado para su anuncio. En un principio pensé dejarle decir lo que quisiera para luego desmentir ante todos cada una de sus palabras y tal vez dejarlo en el ridículo que se merecía por intentar manejarme a su antojo.


Pero luego recordé todas las veces que me había ayudado calmando el genio de mis padres, aunque sólo fuera con su dinero; los regalos que me había enviado en ciertas ocasiones, sacando de mi rostro una sonrisa aunque nunca los recibiera personalmente de él; así como los conocimientos y experiencias que me había transmitido desde que comencé a acompañarlo en esa empresa, guiándome con paciencia, queriendo mostrarme todos los aspectos de ese frío mundo de los negocios y cómo podía desempeñarme en él.


—No mereces quedar en vergüenza, viejo... —susurré mientras observaba el avaro rostro de mi madre, que me miraba seguramente pensando en lo que valdría cuando ocupara ese puesto, y la despreocupada persona de mi padre, que nunca estaría allí para mí, aunque sí detrás de alguna que otra joven falda.


Decidido a hacerme oír, me coloqué junto a mi abuelo. Y tapando el micro con mi mano, acabé con toda posibilidad de que pudiera anunciar lo que quería, apagándolo y dejándole muy clara mi postura.


—No, abuelo, no voy a ser tu sucesor y, definitivamente, no me voy a casar con esa mujer.


—Pero ¿qué dices, chico? ¿Es que de verdad estás renunciando a mi puesto? ¿Sabes lo que vas a perder si sigues adelante con esa locura de decisión? —me recriminó en voz baja, tan decidido como yo a salirse con la suya.


Los susurros comenzaron a rodearnos, pero se terminaron cuando un escándalo aún mayor atravesó la multitud congregada en la fiesta para dirigirse hacia mí.


—No, abuelo, sé lo que estoy ganando —declaré, sonriendo a la decidida mujer que venía a mi encuentro.


—Creía que eras tan ambicioso como yo, pero ya veo que, como tu padre, te conformas con poco... —dijo mi abuelo con maldad, intentando encasillarme en un lugar en el que nunca encajaría porque yo no era como mi abuelo ni como mi padre: simplemente era yo mismo.


—Al contrario, abuelo: soy aún más ambicioso que tú. Por eso no sólo quiero triunfar en los negocios, sino también en el amor. No pienso renunciar a nada. Toma, quizá algún día pueda incluso llegar a ser una dura competencia para ti — le dije mientras le tendía a mi asombrado abuelo la tarjeta de mi empresa, mostrándole todo lo que había conseguido por mí mismo.


El atónito rostro de mi abuelo terminó mostrando una expresión de absoluta incomprensión cuando Paula llegó hasta mí y, sin molestarse en presentarse, me agarró de mi rígida corbata para tirar de ella reclamando un beso que dejara bien claro ante todos quién era ella en mi vida.


Cuando terminó de besarme dejando en mi rostro una sonrisa un poco idiota, Paula dirigió su firme mirada hacia mi abuelo y, sin soltar mi corbata, declaró:

—Lo siento, señor Alfonso, pero Pedro no puede ser su sucesor porque, definitivamente, es un chico muy malo. Y es sólo mío...


A continuación, cogió mi mano con seguridad, y como siempre había hecho, me rescató de ese frío lugar donde mi familia me encerraba. Y esta vez, sin mirar atrás, salí de esa jaula de oro que llevaba grabado mi nombre para no volver nunca más.


Mientras me alejaba, escuché las carcajadas de mi abuelo que me demostraban que no estaba tan enfadado como yo pensaba, concediéndome esperanzas para volver a tratar con él algún día. Aunque en esa ocasión sería bajo mis propios términos.


De fondo, la chillona voz de mi madre exigía una explicación. Y cuando mi abuelo contestó a sus exaltadas palabras me enseñó que me comprendía mejor de lo que yo había imaginado.


—¡Hector, haz algo! —reclamaba mi madre mientras señalaba nuestra marcha.


—No puedo hacer nada, Susana, ya que Pedro ha decidido volver a su hogar.


—¡¿Y se puede saber dónde está ese maldito lugar?! ¡¿En la mansión, en su apartamento, en las oficinas...?! —preguntó mi madre, histérica.


—Allá donde esté ella... —respondió mi abuelo, con un tono algo nostálgico en su voz.


Y fue entonces cuando comprendí que finalmente, tal y como siempre había deseado, había logrado superar a mi abuelo, ya que yo había conseguido en mi vida todo lo que en un momento él ambicionó en su pasado. Pero al contrario que él, yo me negué a dejar algo importante en mi camino y había vuelto una y otra vez a por ello, aunque en ocasiones pudiera llegar a perderme.


—Te amo —dije a Paula en cuanto salimos de ese lugar, recordando lo que sería siempre lo más importante en mi vida.


—Te quiero, Pedro —contestó Paula. Y una vez más, tirando de mi rígida corbata para acercarme hacia ella, me mostró el camino hacia sus labios y me besó con todo su amor, guiándome hacia un corazón que siempre me había esperado tan sólo para confesarme su amor.




No hay comentarios:

Publicar un comentario