jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 100

 


Casi me quedé afónica mientras gritaba decenas de maldiciones hacia el hombre que me había tendido una trampa, según él, «para que escuchara sus palabras». 


Aunque la verdad era que se lo estaba pasando en grande mirándome las tetas. 


Sería muy fácil para mí salir de ese aprieto en el que me encontraba, tan sólo tenía que decirle a Pedro que estaba dispuesta a escucharlo y cuando me liberara, ignorar cada una de sus mentiras. Pero el problema era que Pedro nunca había sido fácil de ignorar, y sus palabras siempre me habían acabado convenciendo de que le diera una nueva oportunidad, aunque no se la mereciera.


—¿Estas dispuesta a escucharme o quieres pelearte un poco más con la ventana? —dijo él, bajando una vez más mi camiseta para enfrentarse a mi furioso rostro.


—Prefiero seguir peleándome con esta ventana, gracias —respondí con decisión. Aunque cambié de opinión de inmediato al ver que Pedro pretendía volver a cubrir mi rostro con la camiseta.


Suspirando un tanto frustrado por mi comportamiento, Pedro me dejó por imposible. Y tras mesarse sus cabellos una vez más, intentó que escuchara las decenas de excusas que yo no quería oír.


—Quiero que sepas que cuando tu padre y tus tíos vinieron a por mí, yo ya venía de camino a Whiterlande para recuperarte, y si permití que me hicieran esto para cumplir con los requisitos de esa estúpida e infantil lista tuya fue solamente para tener la oportunidad de acercarme a ti. ¿De verdad crees que alguien que no te quisiera pasaría por esto? —preguntó Pedro en referencia al desaliñado aspecto que había tenido tras seguir los consejos de mis familiares, haciendo que mi corazón se acelerara ante la posibilidad de que sus palabras fueran ciertas. Pero como no quería volver a llevarme una decepción ni que me volvieran a romper el corazón, puse mis manos sobre mis oídos mientras tarareaba infantilmente una canción para intentar ignorarlo.


—¡La, la, la, la, la…!


Cansado de mi pueril comportamiento, Pedro apartó mis manos de mis oídos, y mirándome con firmeza, me reveló algo que tal vez antes se hubiera sentido avergonzado de pronunciar en voz alta, pero que ahora no le importaba con tal de recuperarme.


—Cuando me dejaste, estuve muy perdido y realmente solo —dijo, convirtiéndose ante mis ojos en ese chico que siempre esperaba bajo mi ventana.


—¡No quiero escuchar tus mentiras! —le grité, intentando recordar cada una de las veces que me había hecho daño con sus promesas incumplidas.


—Bien, pues entonces escucha la verdad —anunció con decisión mientras me liberaba de la ventana, tan cansado como yo de esa ridícula situación.


Cuando me encontré frente a Pedro, fui una vez más blanda de corazón, y aunque no estaba dispuesta a quedarme junto a él para escuchar sus excusas, sí pensé que le debía una explicación antes de alejarme.


—Tus palabras siempre parecen sinceras al principio, Pedro, pero luego, con el paso del tiempo, se van volviendo falsas hasta que llegan a convertirse en una gran mentira que puede llegar a hacer mucho daño —dije, recordando el pasado, decidida a dejarlo hasta que sus palabras me detuvieron al revelarme la parte de esa historia que yo siempre había ignorado simplemente porque él había guardado silencio.


—Te vi cuando pintabas aquel muro con ese hombre. En decenas de fotografías que mi abuelo había obtenido de un investigador privado y que puso delante de mí en medio de sus burlas, haciéndome dudar de ti. Y luego en persona, cuando reuní el suficiente valor para seguirte.


—¿Por qué nunca me lo dijiste? —pregunté, comprendiendo la razón de la frialdad de Pedro en el pasado, cuyas dudas lo habían alejado de mí.


—Tuve miedo de hablar de ello o de preguntarte, por si la verdad me dolía demasiado. Con él reías, jugabas y te lo pasabas bien…, conmigo sólo llorabas. No quería perderte y, al final, sin darme cuenta, fui yo mismo el que te alejó de mí.


—Yo nunca te he engañado, Pedro. Daniel Baker solamente fue la persona que me prestó un lienzo en blanco para expresar todo lo que sentía. Y si reía, jugaba o lloraba mientras lo pintaba era únicamente porque ese cuadro era para ti, para que te fijaras en lo que nunca veías y dejaras de mentirme tanto a mí como a ti con excusas que hacían mucho daño.


—Nunca pretendí mentirte, Paula, y siempre he intentado cumplir con cada una de mis promesas —dijo él, tratando de retenerme una vez más a su lado.


—¿Ah, sí? ¡Dime una sola de las promesas que me has hecho a lo largo de los años que hayas mantenido! —le reté. Y sabiendo que no había ninguna, me dispuse a alejarme de él. Pero cuando pasaba a su lado, Pedro me retuvo con decisión y enlazando una de sus manos con la mía, como cuando éramos niños, me dijo:

—Siempre te querré, y aunque me dejes, yo siempre te llevare grabada en mi corazón —declaró, colocando a continuación mi mano sobre su pecho, donde su corazón siempre latiría por mí, un lugar en el que ahora podía apreciar el tatuaje de una brújula que me mostraba lo perdido que había estado en el tiempo que habíamos permanecido alejados.


—Haces trampa al recordarme las palabras que me dijiste la primera vez que nos separamos —lo reprendí con un hilo de voz mientras sentía que mis lágrimas escapaban de mis ojos, ya que sabía que ésa era una verdad que nunca podría negar y una promesa que él nunca había dejado de cumplir a pesar del paso de los años.


Pedro, ante mi poco femenino llanto, solamente sonrió y besó mi mano, que en ningún momento había soltado.


—¿Me escucharás ahora? —preguntó con suavidad mientras me dirigía hacia el sofá del salón, donde nos sentamos. Y abrazados como en nuestra infancia, comenzamos a contarnos lo mal que lo habíamos pasado el uno sin el otro, mientras nuestras enlazadas manos hacían la silenciosa promesa de no separarse nunca. Una promesa que tal vez a la mañana siguiente se haría tan difícil de cumplir como a lo largo de todos los años que nos habían separado.




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