—¡¿De verdad piensas regalarme este muro cuando lo terminemos?! — preguntó Paula, entusiasmada, sabiendo a quién quería entregarle ese presente.
—Sí, creo que tenías a alguien en mente cuando comenzaste a invadir mi pared y el dibujo ha ido tomando forma definiendo lo que sientes. Aunque estoy un poco molesto, ya que aún no has decidido cómo vas a dibujar esa maldita ventana de la que me has hablado, si abierta o cerrada, lo cual varía cada vez que te cambia el humor. Paula, me has estropeado esta pared con tus indecisos trazos, así que no pienso quedarme con ella. ¿Tienes pensado a quién quieres regalarle tu primera creación?
—¡Eh! ¡Que ésta no es mi primera pintura! —anunció Paula, ofendida.
—¿En serio? —preguntó irónicamente Daniel mientras alzaba una de sus cejas—. Bien, pues dime cómo de extenso es tu currículum...
Paula, sin amilanarse, comenzó a relatar orgullosamente cada uno de los trabajos que había hecho con sus pinturas. Para su desgracia, no muchos de ellos eran demasiado legales.
—Bueno, primero fue en la casa del profesor que me hizo ir a clases de verano; luego está la pared del tendero que quiso timarme, el negocio del primer trabajo en el que me pagaron menos de lo que me merecía y...
—Mejor déjalo, no me impresiones más con tus innumerables delitos y pasa a demostrarme lo que vales con tus trazos, que son...
Y antes de que Daniel comenzara a explayarse con uno de sus discursos sobre el arte que tanto lo apasionaban y que tanto aburrían a Paula, ésta le mostró cuánto había mejorado con el dominio de la brocha. Eso sí, como siempre caracterizaba a su rebeldía, lo hizo en un lugar de lo más incorrecto.
—¿Ves como he mejorado mucho con la brocha? Los círculos son precisos y no me ha temblado el pulso en ningún momento.
—Sí, ya veo lo mucho que has mejorado... —respondió Daniel irónicamente ante la jugarreta de su aprendiz mientras miraba la diana que Paula le había pintado en su cuerpo, admirando su desvergüenza—. Pero… ¿se puede saber por qué has tenido que pintarme una diana en el paquete?
—¿No es obvio? He señalado los encantos de los que tanto presumes para que no pasaran desapercibidos.
—Créeme, ninguna mujer los pasa por alto —se vanaglorió Daniel. Y entrando en el juego de Paula, cogió una de las brochas que estaba a su alcance para comenzar a perseguirla. Mientras la veía correr para ponerse a salvo, Daniel no pudo evitar susurrar apenadamente—: Excepto tú…
Luego se dejó guiar por esa mujer y una vez más se adentró en una de esas divertidas travesuras que tanto le gustaban.
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