Tras bajar precipitadamente por el árbol que había escalado un millón de veces para llegar hasta Paula, mis pasos trastabillaron a causa de mi temor a que el más peligroso de los Lowell y su escopeta hiciera su aparición.
Finalmente, acabé llegando al firme suelo con mi trasero antes que con los pies, y mientras intentaba levantarme, el cañón de una escopeta acabó debajo de mi garganta, anunciándome que era demasiado tarde para evitar a Juan Lowell.
—Por fin has llegado… —dijo, fulminándome con sus fríos ojos azules, demostrándome que mi lamentable disfraz no lo había engañado. Y mientras apartaba poco a poco su arma de mí, añadió—: Pero llegas tarde, muy tarde para mi gusto.
—Yo… lo siento... —me disculpé, sin saber qué debería decir para que ese hombre bajara su arma por completo.
—No hay excusa para hacer llorar a una mujer. Todavía no sé si has aprendido esa lección —dijo, señalándome la ventana desde la que había sido expulsado por Paula, para luego pasar a dirigir su escopeta hacia una parte aún más alarmante de mi persona, que me hizo temer por mi descendencia—. Dime muchacho, ¿a qué has venido? —exigió Juan Lowell, sin que sus viejas manos temblaran lo más mínimo ante la idea de dispararme.
—A recuperarla —respondí con sinceridad, enfrentándome con valor a esa firme mirada que me exigía una respuesta.
—Sabes que no te va a ser nada fácil, ¿verdad?
—Créame, ya lo sé —contesté mientras señalaba el ridículo cambio de aspecto al que me había sometido sólo por ella—. Además, ahora ni siquiera me reconoce. Y la verdad, tengo miedo de decirle quién soy porque, o acaba dándome otra paliza, o se reirá de mí, y ninguna de las dos opciones es demasiado favorecedora para un reencuentro.
Después de mirar con detenimiento mi apariencia, Juan Lowell dejó de apuntarme con la escopeta y me preguntó maliciosamente antes de decidirse a bajarla del todo:
—Dime, ¿conociste a los amigos de Mary?
—Sí, unos tipos bastante peligrosos que me hicieron pagar todas las deudas de esa tal Mary. Y aunque les señalé una y otra vez que no estaba relacionado con esa persona, me mostraron unos argumentos muy contundentes que no pude rebatir —le contesté, señalándole el moretón que persistía en mi ojo, además de algún que otro rasguño—. Tras conocer a esas cuestionables compañías me quedé sin dinero y en propiedad de un vehículo horrendo que me hace desear que me lo roben —continué, quejándome una vez más de esa desastrosa motocicleta.
Finalmente, el abuelo de Paula pareció quedar complacido con mi sufrimiento y bajó su arma para tenderme su mano y ayudarme a levantarme del suelo. A continuación me preguntó, como si nada hubiera pasado.
—¿Dónde te quedarás, chaval?
—No lo sé. Pensé quedarme en casa de Nicolás, pero parece que mi protector ha desaparecido una vez más.
—No te preocupes, chaval, yo te ayudaré —dijo Juan Lowell, golpeando alegremente mi espalda. Y no pude evitar que un estremecimiento de temor recorriera mi cuerpo al volver a oír esas palabras procedentes de un Lowell.
No hay comentarios:
Publicar un comentario