No podía quedarme allí. No podía permanecer al lado de una persona que ya no conocía, de un hombre que reclamó mi cuerpo con una frialdad total, sin amor; con pasión, pero sin ningún sentimiento que se interpusiera en su camino.
Un amante que sólo quería de mí mi rendición incondicional y no mi cariño no era la persona de la que me enamoré. Ese frío hombre de negocios al que su familia había educado tan bien había acabado por desterrar por completo al chico que yo amaba, ese niño bueno con el que yo siempre había jugado ya no podría salir nunca más a divertirse conmigo, a intentar ser un chico malo sólo para mí, a perder la compostura para emularme… porque él y yo no perseguíamos las mismas metas.
Pedro se había alejado de mí, no con la distancia, que ya hacía tiempo que habíamos solucionado viviendo juntos, sino de una manera muy distinta que por más que me empeñara, yo no podía superar.
Las cosas que nunca nos habían importado cuando éramos pequeños comenzaban a convertirse en una barrera entre nosotros: la familia, el dinero, la posición social o el poder. Ésas eran cosas que yo estaba dispuesta a desechar para estar junto a él, pero Pedro no sentía lo mismo y ya estaba harta de ser la única que corriera hacia él y de esperarlo.
Ese «te quiero» que nunca había salido de mis labios, pero que albergaba en el fondo de mi corazón, me dolía más que nunca al no haber tenido la oportunidad de pronunciarlo en voz alta. Porque para Pedro nunca había habido un momento indicado para que estuviéramos juntos, mientras que para mí ese momento adecuado para demostrarle mi amor había sido siempre. A pesar de que me negara a decirle que lo amaba, jamás me había reprimido a la hora de expresarle mi amor de decenas de formas distintas, y aún ahora que me marchaba, intentaba de nuevo que se diera cuenta de lo que sentía mientras acariciaba la pared en la que había plasmado, para todo aquel que quisiera verlo, mis sentimientos por un hombre cuyos ojos ya no me veían.
—¿Te marchas? —me preguntó Daniel, admirando la obra que habíamos creado juntos.
—Sí, ya no tengo nada que me retenga aquí, así que vuelvo a casa.
—¿Y ese hombre del que estabas enamorada? —me preguntó Daniel, algo confundido.
—Ya no existe.
—¿Estás totalmente segura? —insistió Daniel, tan soñador como siempre, tratando de que mi historia de amor tuviera un final feliz a pesar de que siempre coqueteara conmigo.
—No lo sé, pero sinceramente, me he cansado de esperar —respondí. Y sin derramar ni una sola lágrima más por el hombre por quien ya había llorado demasiado, me despedí con una sonrisa de ese niño que siempre sería mi primer amor, para quien había creado ese mural donde quedarían grabados para siempre todos mis sentimientos.
—Adiós, mi chico malo… —me despedí, y sin mirar atrás, me marché decidida a seguir mi propio camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario