jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 28

 


—No vas a venir, ¿verdad, Pedro? —pregunté en voz alta en medio de esa fría habitación, cuya ventana había permanecido abierta durante toda la noche.


»¿Es que acaso has olvidado nuestra promesa? —volví a preguntarme en voz alta, mientras una solitaria lágrima rodaba por mi rostro.


»Quizá debería haberte recordado nuestra cita... —murmuré, rememorando las contadas ocasiones en las que habíamos hablado la semana anterior, en las que yo le recordaba a Pedro mi cumpleaños, pero nunca la importante cita que concertamos en el pasado, tal vez por mi deseo de querer creer que para él ese día era tan importante como para mí y que lo habría guardado en su corazón como yo había hecho en el mío.


Pero al parecer, me equivoqué. De modo que, dispuesta a cumplir la promesa que le hice a un hombre al que había esperado tal vez demasiado, me dispuse a olvidarlo.


Cuando me levanté del frío suelo tapada con una simple manta, reconocí en mi interior lo impulsiva que eran mis acciones en ciertas ocasiones. Y más aún cuando se trataba de Pedro, así que marqué su número de teléfono con la intención de contactar con él para darle una oportunidad. Pero después de escuchar una decena de veces su contestador, me limité a dejar un breve y contundente mensaje con el que le dejaría claro lo que pensaba hacer a partir de ese momento:

—Adiós, Pedro —anuncié, poniendo fin a la llamada y a la larga espera de tres años. Y después de esto me decidí a celebrar el cumpleaños más loco y desenfrenado que había vivido, uno por el que si Pedro estuviera a mi lado, me reprendería con uno de sus sermones más severos.


Qué pena que él no estuviera allí para verlo y que yo ya no quisiera escuchar las palabras de un hombre que, con el paso de los años, se había convertido en un mentiroso…



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