jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 50

 


Pedro debió de sospechar de la bonita sonrisa con la que Paula lo despidió, y más después de ver lo molesta que estaba con las marcas que él había dejado sobre su cuerpo. Podía haber intentado disculparse con Paula y decirle que había sido un descuido fruto de la apasionada noche que habían vivido, pero él mentía muy mal y Paula siempre lo pillaba. Además, ambos sabían que no era verdad y que si Pedro había dejado la blanca piel de Paula marcada con su deseo era solamente por el placer de reclamarla como suya ante cualquier otro que pudiera verlo.


La venganza de Paula ante su pecado fue silenciar el despertador, provocando que Pedro tuviera que darse una acelerada ducha y vestirse precipitadamente por el camino. Como consecuencia, las asombradas miradas seguidas de rumores y cuchicheos lo perseguían por la oficina, sin duda criticando su tardanza. O eso era lo que él creía hasta que llegó a la reunión de directivos de esa mañana y éstos comenzaron a acribillarle con preguntas bastante absurdas acerca de su vida privada, una cuestión que estaba decidido a mantener en la más estricta intimidad, y más aún al detectar la mirada reprobadora de su abuelo, que no dejaba de perseguirlo desde que entró en la sala.


Intentando avanzar algo en el trabajo, Pedro suspiró de frustración ante una nueva y ridícula cuestión que nada tenía que ver con esa reunión. Y una vez más, trató de esquivar la pregunta mirando con frialdad a todos los hombres que lo rodeaban buscando centrarlos nuevamente en sus importantes tareas.


—Por última vez, señor Carter, no pienso decirle el nombre de la chica con la que pasé la noche —contestó Pedro, tremendamente molesto. Y antes de que volviera a alzar las manos añadió—: ¡Y no, no pienso darle su número de teléfono! Y ahora, ¿hay alguna cuestión más que quieran hacerme? —expuso Pedro. Tras ver una decena de manos levantadas, especificó—: Que esté relacionada con el proyecto que tenemos entre manos.


Tras su aclaración, sólo quedaron dos manos alzadas, lo suficiente como para comenzar con la reunión.


Al finalizar la exposición de su proyecto, los hombres salieron de la sala felicitándolo por su gran hazaña. Pero dado que la mayoría de ellos lucían una licenciosa sonrisa en sus rostros, Pedro comenzó a sospechar que sus alabanzas iban dirigidas hacia otra cosa distinta a su trabajo.


—¿Se puede saber qué demonios les pasa hoy a todos? —protestó Pedrobastante molesto con el comportamiento que habían mostrado los directivos esa mañana, mientras se derrumbaba despreocupadamente en una de las sillas sin darse cuenta de que una de esas escrutadoras miradas aún seguía fija sobre él.


—Creo, Pedro, que te pareces a tu padre más de lo que deberías… —opinó Hector Alfonso mientras lo reprendía desde su privilegiado sillón en la cabecera de la mesa.


—No, no lo creo, abuelo. Mi padre y yo somos muy distintos —aseguró Pedro, sabiendo que su padre y él buscaban cosas muy distintas en las mujeres.


—Las pruebas hablan por sí solas —se jactó Hector, señalándole a Pedro la zona del cuello donde, sin que él se hubiera percatado, habían estado dirigidas todas las miradas.


—¿Qué? —preguntó Pedro mientras se dirigía a uno de los espejos que adornaban esa sala. No tardó en encontrar en su reflejo la respuesta a todas esas impertinentes preguntas y groseras insinuaciones que le habían dirigido esa mañana—. ¡Mierda, Paula! —susurró, mientras observaba la enorme marca que se extendía por su cuello, algo que su estirada camisa y su regia corbata sólo habían podido tapar parcialmente.


—Yo que tú tendría cuidado con el tipo de compañía que frecuentas, Pedro, sobre todo si en el futuro quieres llegar a ocupar esta silla —dijo Hector mientras se dirigía hacia la salida.


—¡Yo no soy mi padre! —exclamó Pedro, furioso porque alguien comparara su dura vida de sacrificio y trabajo con la de ese vividor.


—Como tú digas, pero opino que alguna de las personas que te rodean es una mala influencia para ti. Y la pregunta apropiada en este momento es: ¿piensas deshacerte tú de ella o tendré que encargarme yo? —amenazó Hector, haciendo que Pedro cerrara con impotencia los puños a ambos lados de su cuerpo, sabiendo que las amenazas de su abuelo nunca eran en vano.


—Esto es algo que nunca volverá a ocurrir —declaró firmemente Pedrointentando desviar la atención de su abuelo hacia otro lado que no fuera Paula, la única de la que no estaba decidido a deshacerse en su camino hacia el éxito.


—Eso espero —se despidió Hector con una engañosa sonrisa en su rostro que no hizo demasiado por tranquilizarlo.


Apenas dos horas después de esa reunión, sin que Pedro sospechara cómo comenzaban a moverse los hilos de su destino, Hector tenía sobre su mesa toda la información relacionada con el nombre que le había oído susurrar a su nieto.


Y abriendo la carpeta que le permitiría conocer más a esa mujer, murmuró:

—Veamos quién es esa tal Paula Chaves…




No hay comentarios:

Publicar un comentario