jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 96

 


—Pobre chico… No me puedo creer lo que le han hecho —murmuró mi tía Victoria mientras observaba a Pedro intentando ayudar a mi padre con la ventana.


—¡Se lo merecía! —dijo rencorosamente mi madre después de soltar con violencia un inmenso bol de puré de patatas sobre la mesa que habíamos colocado en el jardín.


—¡Pero esas pintas! —volvió a negar mi elegante tía, mientras señalaba los verdes cabellos de Pedro. «Y eso que no sabe lo que tiene en el culo», pensé maliciosamente mientras seguía su conversación desde un rincón disfrutando de mi refrescante limonada a la vez que intentaba escaquearme del trabajo.


—Eran parte de la lista de Paula —declaró con contundencia mi madre, que mostró una satisfecha sonrisa después de volver a admirar los llamativos cabellos de Pedro.


—¿Estás segura de que Paula especificaba que su chico ideal debía tener el pelo verde?


—No, pero yo sí especifiqué a Alan que lo hiciera sufrir antes de arrastrarlo de vuelta a Whiterlande.


La sonrisa que había mantenido en mi rostro hasta entonces a causa de sus bromas se borró en un instante después de escuchar esas palabras: si lo que decía mi madre era cierto, Pedro no había venido hacia mí por su propia iniciativa, sino obligado por mi protector padre. Eso me llevaba a pensar que Pedro no era el hombre que yo creía.


Me había alegrado muchísimo al volver a verlo, al encontrar nuevamente en él a ese chico del que me enamoré, pero con mi alegría olvidé lo más importante: preguntarle por qué había vuelto a mi lado, y ahora que sabía la respuesta no me gustaba en absoluto. En un principio creí que mi padre o algún otro de los entrometidos miembros de mi familia le habría hecho llegar esa lista a Pedro, y él, como siempre, habría tratado neciamente de convertirse en ese tipo de chico que yo siempre le recordaba que no podría alcanzar jamás. Pero después de conocer que esa lista solamente había servido para torturar a un hombre que nunca tuvo la intención de volver junto a mí me enfadé mucho. Y no sólo con la persona que no había tenido las pelotas necesarias para venir a buscarme, sino también con mis padres por meterse en algo que no les concernía.


Mientras mi tía Monica se adentraba alegremente en el jardín transportando un postre que mi tía Victoria intentó apartar a un lado con disimulo, yo dirigí una fría mirada a mi madre y ella, tan perspicaz como siempre, se percató de que algo ocurría y se acercó a mí.


—¿Qué te ocurre, Paula? —preguntó mi madre.


—Papá y tú me habéis hecho mucho daño…, tanto o más que el que me haya podido hacer ese hombre —dije, señalando al cobarde que nunca se merecería mi amor.


—Pero hija, ¿de qué estás hablando? ¿Qué pasa, Paula? —preguntó mi madre con preocupación, tratando de abrazarme para consolarme al ver las lágrimas que comenzaban a derramarse por mi rostro a pesar de que yo no quisiera mostrarlas.


—¿Por qué te entrometiste, mamá? ¿Por qué tuviste que obligar a papá a que fuese a traerlo de vuelta? ¿Por qué no dejaste que fuese Pedro quien decidiera volver por su propio pie, o que no lo hiciera nunca?


—Porque entonces no sé cuánto hubiéramos tenido que esperar, cariño, y no estaba dispuesta a verte sufrir más… Ahora todo está bien y...


—¡No, mamá, no lo está! Aún no lo comprendes, ¿verdad? Mi padre hizo mil locuras por ti y nadie lo obligó a ello, te demostró con cada una de sus acciones que te amaba por encima de todo y de todos... pero ¿qué me ha demostrado Pedro, si cada uno de sus gestos ha sido por obligación o incluso por miedo a mi familia?


—Paula, no creo que ningún hombre se deje hacer lo que tu padre y tus tíos le han hecho si no te amara.


—¡Pero eso es algo que nunca sabré, mamá! Y todo gracias a ti, ¿verdad? — pregunté mientras me alejaba de ella sin importarme hacerla llorar, porque en esta ocasión me dolía demasiado para escuchar sus excusas—. Gracias por todo, madre —finalicé fríamente.


Y sin piedad alguna, le di la espalda y me dirigí hacia el hombre que, aunque hubiera cumplido con todos los requisitos de mi lista, nunca sería el que yo necesitaba porque en ningún momento lo había hecho por mí.


Cuando lo hallé se encontraba junto al teléfono del salón con una enorme sonrisa de satisfacción, como si todos sus sueños se hubieran hecho realidad y no necesitara nada más, cosa que me jodió bastante, ya que todos los míos se habían roto en un solo instante.


—Paula, ¿qué te ocurre? —me preguntó con preocupación después de percatarse de mi expresión. Por un momento me recordó a aquel protector chico que siempre me perseguía, pero apartando mis recuerdos, me enfrenté a la realidad.


—¿Viniste tú solo a Whiterlande o te arrastró mi padre hasta aquí? —le pregunté sin más preámbulos, a la espera de la confirmación que volvería a romper mi corazón en mil pedazos.


—Bueno, tu familia tuvo que ver, pero...


—¿Te obligaron mis familiares a cumplir con todos los requisitos de esta estúpida lista? —interrogué, mostrándole la vieja nota que había guardado en el bolsillo de mis vaqueros, tal vez para darme esperanzas cada vez que estaba con él, unas esperanzas que ahora había perdido por completo.


—No de la forma en que tú crees. Si me dejas que te explique… —pidió Pedro, rogándome ser escuchado. Pero al igual que él nunca había tenido tiempo para mí, ahora era yo quien no lo tenía para sus excusas.


—¡Cuando esta estúpida lista desaparezca ya no habrá nada entre nosotros y podrás volver a tu casa, a tus negocios, a tus rígidos trajes y a tu fría familia! — dije, decidida a romperla ante sus ojos. Pero unas fuertes manos detuvieron firmemente las mías cuando intenté partir ese papel para arrebatármelo, mientras unos decididos ojos negros que nunca había podido olvidar me reclamaron a la vez que sus brazos me rodeaban.


Desesperada por deshacerme de esos engañosos brazos, forcejeé con él, algo que Pedro aprovechó para abrazarme más fuerte contra su cuerpo a la vez que me decía:

—Paula, entre tú y yo siempre habrá algo más que esa lista, porque, aunque en ocasiones me haya equivocado contigo, yo nunca he dejado de amarte desde el primer día que te conocí.


—Te odio... —susurré como única respuesta a sus palabras. Y aunque cuando era pequeño, estas palabras apenas le habían afectado, el Pedro adulto se puso rígido y me dejó marchar mientras sus apenados ojos me mostraban cuánto daño le había hecho.


—Yo también te quiero, Paula —repitió, como siempre hacía.


Mientras yo intentaba alejarme de él y de cada una de sus mentiras, sus palabras me hicieron vacilar.


—Si tan sólo me dejaras explicarte... —suplicó, haciendo que no pudiera resistirme a mirar una vez más el rostro del hombre al que amaba.


Y cuando vi ante mí a ese hombre que me miraba más anhelante que nunca mientras rogaba por una oportunidad, corrí para alejarme de Pedro, ya que si me quedaba a su lado cedería ante él una vez más sin importarme si sus palabras eran mentira o no. Y ése era un error en el que no podía permitirme volver a caer otra vez.




No hay comentarios:

Publicar un comentario