—¡No me gusta, mamá! ¡Seguro que está tramando algo! —manifestó Paula, observando a través de la ventana del cuarto que había pertenecido a su tío Jose cómo ese niño, con el que aún estaba molesta, planeaba algo con sus mayores.
—No digas tonterías, Paula. Pedro siempre tiene un comportamiento impecable y…
—Mi padre y mis tíos están involucrados —añadió Paula, cortando el discurso de su madre.
—¡Ah, bueno! Entonces eso ya es otra cosa... —indicó Eliana, asomándose por la ventana para prestar atención a lo que estaban haciendo su marido y sus hermanos.
—¿Qué crees que están haciendo, mamá?
—No lo sé —declaró Eliana, cada vez más intrigada y confundida ante el comportamiento de esos hombres.
—Creo que están planeando algún tipo de juego —anunció Victoria, adentrándose en la habitación con su hija en brazos—. O al menos eso es lo que vi cuando me asomé para anunciarle a Daniel que había llegado.
—No, conociendo a esos tres no están maquinando nada bueno —añadió Monica, acariciando con cariño su barriga mientras observaba desde lejos la maliciosa sonrisa de Jose.
—¿Ves, mamá? ¡Están planeando algo que seguro no me va a gustar! ¡Haz algo! ¡Detén a ese niño y a mi papá, pero ya! —exigió Paula, sin dejar de seguir ni por un momento ninguno de los movimientos de esos sujetos.
—Paula, no tenemos pruebas de que estén haciendo algo en tu contra.
—¡Pues consíguelas! —reclamó Paula, señalando una vez más esa extraña reunión.
—Está bien… —suspiró Eliana antes de dejar a su revoltoso hijo de dos años que llevaba en brazos al cuidado de sus cuñadas para asomarse por la ventana—. Alan, ¿qué estáis haciendo? —preguntó Eliana su marido. —Un plan de juego para Pedro, mi amor —respondió Alan, para volver a sumergirse enseguida en su estrategia.
—A Pedro no le gustan los deportes, mamá —susurró Paula a su madre mientras le daba con el codo para que prosiguiera con el interrogatorio.
—¿Un plan para qué, Alan?
—Para su futuro, querida.
—¿Y eso por qué?
—Porque quiero.
—¿Y cuan…?
—¡Basta ya, Eliana! Tú hiciste una lista en cierta ocasión, ¿no? ¡Pues déjame a mí planificar una jugada para este chaval! —concluyó finalmente Alan, abriendo los ojos a Eliana acerca de los descabellados planes que estaba llevando a cabo en realidad.
—¡¿En serio, Alan?! ¡¿Un plan de juego?! —gritó Eliana, airada.
—Sí, Eliana. Y te advierto de que nada de lo que hagas me hará desistir de ello.
—Mamá, ¿qué están haciendo? —preguntó Paula, cada vez más preocupada al ver a su madre bastante enfurecida cuando se dio la vuelta.
—Tenías razón Paula. Se trata de algo que no te gustará. Pero como a mí tampoco me gusta, vamos a solucionarlo ahora mismo.
Eliana se marchó de la habitación y volvió más decidida que nunca. Tras abrir la ventana, dejó caer por ella un cubo de agua contra esos despreciables sujetos para aclararles un poco las ideas y para arruinar ese papel. Luego, arrojó también el cubo al más despreciable de todos, aunque éste lo esquivó con gran habilidad.
—No te preocupes, Pedro, lo he hecho por tu bien. Nada de lo que mi marido planea acaba bien. Además, siempre ha sido un pésimo estratega.
—Pero te conseguí a ti, ¿no? —preguntó impertinentemente Alan alzando una de sus cejas, con lo que lo único que consiguió fue que Eliana le lanzase un zapato a la cabeza.
—¡Y aún me pregunto por qué! —exclamó ella mientras veía cómo su marido cogía su zapato al vuelo para luego sonreírle ladinamente, dejándole claro que a él nunca le importaría recordárselo.
Eliana sospechó que el Salvaje haría de nuevo alguna de las suyas cuando fue a su encuentro tras entrar en la casa precipitadamente. Sin molestarse en secarse el agua con el que su esposa lo había empapado, Alan acorraló a Eliana en el pasillo, sonriendo, cuando ella intentaba huir. Y sin importarle nada los ojos que estaban fijos en ellos, la cargó sobre sus hombros para susurrarle algo tras propinarle una reprobadora palmada a su trasero.
—Te enamoraste de mí porque a ti siempre te ha gustado mi lado salvaje, Doña Perfecta.
Tras estas palabras, Alan se encerró con su mujer en una de las habitaciones, dejando que los restantes adultos se encargasen de facilitar alguna explicación a su loco comportamiento, mientras los pequeños se preguntaban qué había ocurrido allí.
—¡Ni lo pienses! —advirtió Paula a Pedro, amenazándole, cuando lo vio mirar pensativamente el ridículo comportamiento de su padre al cargar a hombros a su mamá.
Y con un desalentador suspiro, Pedro abandonó la idea de copiar a esos adultos y bajó la escalera descontento, mientras pateaba el suelo y pensaba en lo poco recomendable que sería dejarse aconsejar por esos hombres que eran tan impredecibles como locos cuando trataban con el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario