jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 32

 


—Podrías hacer un esfuerzo por perdonarlo. Después de todo, se trata de Pedro —sugirió Elisa mientras se acomodaba en el moderno sofá de esa elegante suite en la que se encontraban, de la que nadie podría dudar que se trataba de un magnífico intento de soborno.


—Te puedo asegurar que nosotras ya lo hemos hecho... —anunció Amelia desde el ostentoso jacuzzi que había en mitad de la habitación.


—Sí…, ese chico sí que sabe cómo pedir perdón… —añadió Connie mientras degustaba un exquisito bombón del enorme montón de presentes que habían llegado a todas horas desde que ocuparon esa habitación.


—No voy a perdonarlo con tanta facilidad —negó Paula mientras miraba molesta el suntuoso lujo que la rodeaba.


Paula consideraba que una simple y sincera disculpa le habría llegado mucho más que el despliegue de dinero y poder que en esos instantes la abrumaba, recordándole lo diferentes que eran. Ese detalle le permitió a Paula averiguar que, con la distancia y el paso del tiempo, Pedro había aprendido finalmente algo de su familia: él parecía haber comenzado a pensar, como ellos, que el cariño era algo que podía comprarse si se tenía dinero suficiente.


—¿De verdad no vas a perdonarlo? ¡Nos ha sacado de una habitación en la que prácticamente dormíamos apiladas como sardinas en lata y ha hecho que nos trasladen a una carísima suite que sólo pisan las celebridades! —exclamó Elisa, asombrada ante la empecinada idea de Paula de rechazar una y otra vez los regalos de Pedro.


—Sólo nos trasladamos aquí porque fuisteis más rápidas que yo y me impedisteis rechazar esta habitación al saltar sobre mí para taparme la boca cuando el director del hotel vino a informarnos del obsequio de Pedro mientras durara nuestra estancia en este lugar.


—¡Bueno, vale! ¡Ya está! ¡Estoy harta de escuchar tus quejas! ¿Qué es eso tan terrible que ha hecho Pedro para que no puedas perdonarlo? —interrogó Amelia, molesta, mientras salía del jacuzzi.


—¡Eso! ¡Yo también quiero saberlo! ¿Se ha acostado con otra chica? — preguntó Elisa, preocupada.


—¡No! —respondió Paula, indignada.


—¿Entonces ha sido con un chico y te ha dicho que rompe contigo esa extraña relación que teníais y que éste es el premio de consolación? —intervino Connie, alarmada, creando su propia versión de la historia de su amiga.


—Pero ¡qué dices! ¡No! —contestó firmemente Paula ante la absurda y fantasiosa pregunta.


—Bueno, de acuerdo… Entonces, dinos: ¿cuál es el terrible pecado de Pedro que no puedes perdonar?


—Llegó tarde a nuestra cita —susurró Paula, decidida a que sus amigas no oyeran su respuesta y para que esas fervientes admiradoras de Pedro no la regañaran.


—¿Cómo dices? ¿Que llego qué…? —pidió Amelia, exigiendo una respuesta clara.


Y ante la presión de las tres miradas que la perseguían a la espera de una contestación, Paula cedió al fin y confesó la falta que, a sus ojos, había cometido su amigo.


—¡Llegó tarde! ¿Vale? ¡Llegó tarde a nuestra cita!


Los anonadados rostros de sus amigas, cuyas bocas aún no habían terminado de cerrarse, contemplaban asombradas a Paula, mostrándole que para ellas esa tardanza no era algo inexcusable. Pero es que ellas no habían tenido que esperar durante tres años a la persona que amaban, teniendo que conformarse con breves conversaciones telefónicas a distancia que lo único que le mostraban era lo mucho que se estaba alejando Pedro de ella cuando su vida estaba cada vez más ocupada por las responsabilidades que su familia le imponía.


Cuando alguien llamó a la habitación, Paula aprovechó para ignorar a sus amigas, que aún la contemplaban con asombro, y fue a abrir la puerta. Tras hacerlo, fue ella la que quedó boquiabierta ante el nuevo y estrambótico presente de Pedro: al igual que cuando eran niños, el diablillo que había dentro de su amigo no había podido evitar salir a jugar ante las provocaciones de Paula, lo que quedaba demostrado por el llamativo oso marrón de casi dos metros de alto que tenía ante sí con un ceño fruncido que manifestaba un gesto de enfado. Y por supuesto, llevaba la característica pajarita en torno a su cuello que siempre le recordaría a Paula de quién provenía ese llamativo regalo.


—En serio, Paula, no sé lo que has hecho para que Pedro esté tan loco por ti, pero si no te quedas con él, pásale mi número de teléfono porque a mí no me importa esperar —opinó Amelia después de anudarse una toalla a la cintura mientras conducía a los empleados del hotel para que dejaran el enorme oso en la habitación de Paula sin molestarse siquiera en pedir su consentimiento.


—Por lo pronto, hemos decidido que esta noche te vamos a dejar sola para que reflexiones si de verdad quieres seguir enfadada con Pedro o no, ya que muy pronto acabará nuestra semana de vacaciones en la ciudad y seguramente Pedro tendrá que volver a la universidad —anunció Elisa, recordándole que gran parte de su enfado se debía realmente al hecho de que, muy pronto, Pedro volvería a alejarse de su lado.


—Yo que tú no desaprovecharía el tiempo con estúpidos berrinches, Paula. Es obvio que Pedro se arrepiente de haber llegado tarde a esa cita. Aunque lo importante es que, al fin y al cabo, llegó, ¿no? —le recordó Connie, haciéndole ver a Paula lo mucho que había hecho ese chico para encontrarse con ella, a pesar de que Paula ya no lo estuviera esperando.


—Pero… —intentó decir Paula, quedándose sin excusas para defender su empecinamiento en no perdonar a Pedro. Algo que sus tres amigas ignoraron mientras salían de la habitación, muy dispuestas a arreglar la desordenada relación de su amiga, aunque sólo fuera para poder quedarse en esa habitación unos cuantos días más.



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