Alan, viendo como ese chaval se esforzaba con tal de satisfacer las exigencias de la lista de su hija, le concedió un respiro y lo llevó a un sitio en el que pudiera emborracharse para desahogarse y olvidarse momentáneamente de todos los problemas que le acarreaba la penitencia que estaba cumpliendo.
Al principio se limitó a quejarse como un llorón por haber perdido a Paula y tener que recuperarla a base de cumplir los deseos de una lista tan imposible como aquélla, pero con la cuarta cerveza empezó a soltar su lengua sobre lo que pensaba verdaderamente.
—Ella sabe que detesto las agujas desde niño, y que hacerme un tatuaje sería algo imposible para mí. ¡Sólo por eso lo ha incluido en esa maldita lista! —gritó Pedro, indignado, haciéndole recordar a Alan los fastidiosos requisitos que su mujer le había exigido años atrás en la suya, con la intención de hacerle desistir de sus intenciones para señalarle que él no era el adecuado para ella.
—Solamente tienes que hacerle ver lo equivocada que está contigo intentando cumplir con cada una de sus exigencias. Así, cuando intente alejarse de ti no podrá ponerte la excusa de que no eres lo que buscaba —dijo Alan, sumido en sus recuerdos.
—¡Pero Paula nunca había huido de mí hasta ahora! —dijo Pedro apenado, recordando cómo lo había abandonado la mujer que amaba.
—Demuéstrale que te has esforzado al máximo por recuperarla, tal vez así te perdone —aconsejó Alan, cada vez más identificado con ese hombre que, aunque no era demasiado rápido reconociendo sus errores, sin duda estaba arrepentido de cada uno de ellos—. Además, algunos puntos de esa lista son del todo imposibles de cumplir para cualquier hombre —señaló Alan con una sonrisa, haciendo que Pedro se fijara en el cuarto punto anotado en ese maldito papel.
—«Que no le tenga miedo a nada...» —leyó Pedro con una irónica sonrisa en su rostro.
—Yo le tengo un miedo terrible a mi mujer cuando se enfada —dijo burlonamente Alan.
—A mí me aterra el yorkshire de la señora Wilkins. Cada vez que me acerco a él parece endemoniado, y aun con el bozal, esa pequeña masa de pelos puede llegar a ser acojonante —comentó Daniel tras alzar su mano para intervenir en esa necia conversación, donde los reunidos mostraban cada una de sus imperfecciones, estuvieran o no en esa lista.
—La repostería de mi mujer.
—La repostería de mamá.
Anunciaron Jose y Nicolas al unísono, ambos de acuerdo en cuál era su mayor miedo.
—¿Y tú? ¿Cuál es tu temor más grande, Pedro? —preguntó Alan, pensando que ese chaval le contestaría con alguna broma como habían hecho ellos, pero Pedro se lo tomó en serio, y mirando el fondo de su copa, reveló su mayor temor, que hasta entonces sólo Paula conocía:
—Quedarme solo...
Convirtiéndose de nuevo por unos instantes en aquel solitario niño que siempre solicitaba sus consejos, esos hombres hechos y derechos sintieron un nudo en sus gargantas, y antes de que las cosas se pusieran más tristes, decidieron cometer una nueva locura con la idea de poder borrar un nuevo punto de esa lista, quisiera o no Pedro.
—Conozco un lugar donde hacen tatuajes no permanentes, de esos que se borran después de dos semanas más o menos. Tal vez eso te valga para parecer un tipo peligroso —propuso Daniel.
—¿Usted cree, señor Lowell? —preguntó Pedro, emocionado ante la perspectiva de esquivar las peligrosas agujas que tanto lo aterraban, e ilusionado, terminó rápidamente con su cerveza para apresurarse a seguir a Daniel en su búsqueda de ese lugar.
—No te preocupes, chaval, ¡déjalo todo en mis manos! —declaró Daniel mientras golpeaba alegremente la espalda de Pedro, dirigiéndolo hacia la salida.
—No aprende, ¿verdad? —dijo Nicolas mientras negaba con la cabeza al ver cómo se dejaba guiar una vez más su ilusionado amigo por uno de los alocados miembros de su familia.
—No —respondieron Alan y Jose al mismo tiempo sin dejar de seguir a Pedro con la mirada, decididos a terminarse rápidamente sus cervezas para ver en qué nuevo jaleo era capaz Daniel de meter al muchacho.
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