—¡Mierda, Pedro! Qué tengo que hacer, ¿correr en pelotas por la casa para que cojas las indirectas? —murmuré furiosa después de entrar en ese viejo cuarto de baño, que estaba más limpio de lo que me esperaba—. ¿Es que nunca vas a dejar de ser un chico bueno? —susurré nuevamente, furiosa, imaginando que el muy idiota estaría parado en medio del salón teniendo una discusión con su conciencia, cuando lo único que tenía que hacer para estar conmigo era subir la escalera hacia el baño.
Enfadada con ese hombre que me había hecho tanto daño, pero que siempre me querría como ningún otro, comencé a desnudarme sin dejar de pensar en él y en el motivo por el que había vuelto a Whiterlande.
Era evidente, por cada uno de sus estúpidos gestos, que Pedro quería volver conmigo. Tal vez se habría dado cuenta de lo que había perdido cuando me fui de su lado, pero lo que no tenía tan claro era cuánto duraría ese arrepentimiento y si volvería a convertirse en ese extraño que tantas veces me había apartado de su lado, sin apenas darse cuenta de ello, si lograba su objetivo.
Tenía mucho miedo de enfrentarme a Pedro, de descubrir ese estúpido disfraz con el que los dos fingíamos que era otro, porque si lo hacía, tendría que hacer frente a la verdad y, o bien perdonarlo por todo lo que me había hecho y seguir adelante con nuestra relación, o bien olvidar para siempre a ese hombre que tanto había significado para mí.
El primer amor podía llegar a doler mucho, pero como en una ocasión me dijo mi tía Victoria, sólo el último es el que queda grabado en tu corazón y el que realmente vale la pena. Pero a pesar de todo lo que Pedro y yo habíamos pasado, no sabía si ese hombre sería para mí mi primer amor, mi último amor o, simplemente, el único amor de mi vida. Después de todo lo que había luchado por él, no estaba segura de si valía la pena seguir peleando. Lo único que tenía claro era que durante el tiempo que había estado alejada de Pedro solamente había podido pensar en él, y ahora que volvía a encontrarlo, todo lo que deseaba era encontrarme de nuevo entre sus brazos, que me estrechase junto a su cálido cuerpo y que nos uniéramos tan profundamente como siempre, haciendo que las palabras entre nosotros sobraran y que tan sólo hablaran nuestros cuerpos.
—¡Joder, Pedro! ¿Cuánto tiempo tengo que estar bajo la ducha hasta que te decidas a venir? —suspiré, sumergiendo mi cabeza bajo el agua para tratar de aclarar mis ideas, pensando que mi chico bueno nunca haría algo tan atrevido como meterse en esa ducha conmigo simulando ser otro hombre.
Pero como en algunas ocasiones hacía, Pedro me sorprendió gratamente cuando unos indecisos toques en la puerta anunciaron que se encontraba allí intentando alcanzarme en una de mis aventuras.
—Tal vez sólo necesites un pequeño empujoncito... —susurré. Y sonriendo maliciosamente recorrí con mis manos mi húmedo cuerpo, y como tantas noches había hecho, pensé sólo en él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario