—¡Ramiro, por milésima vez, ¿quieres dejar de perseguirme por la casa haciéndome preguntas absurdas?! —grité una vez más a mi hermano, que no dejaba de atosigarme como nunca antes lo había hecho.
Sospechaba que su acoso tal vez se debiera a que cuando volví a casa le estropeé su idea de hacerse con mi antigua habitación, volviendo a ocuparla después de abandonar a Pedro, por lo que ahora solamente buscaba la forma de lograr que me marchase otra vez de casa de mis padres. O eso al menos era lo que me mostraban sus insistentes preguntas sobre un único tema muy concreto, uno que, por el momento, yo sólo quería olvidar.
—¡Venga, que no es para tanto! ¡Sólo tienes que decirme el tipo de chico que te gusta y ya está!
—¡Te lo advierto, Ramiro, no intentes emparejarme con el hermano mayor de alguno de tus amigotes! —lo amenacé mientras lo señalaba con uno de mis dedos, resuelta a dejarle claro que no quería que nadie se metiera en mi vida amorosa, y mucho menos, que mi hermano pequeño hiciera de celestina para mí.
—¿Y el padre de alguno de mis amigos? —preguntó con descaro mientras me seguía con una libreta en la mano, donde anotaba todas mis respuestas.
—¡Que nooo! —grité, intentando dejarle claro mi descontento.
Algo que no funcionaba con el persistente Ramiro una vez que se le metía algo en la cabeza.
—«No le gustan los hombres mayores…» —comentaba Ramiro mientras lo apuntaba en su libreta para continuar con su acoso.
Después de un día en el que no tuve descanso alguno, ni tampoco intimidad cuando Ramiro me perseguía incluso hasta el baño para obtener de mí unas respuestas que no quería darle, me rendí a su insistente acoso. Especialmente cuando se hizo con el papel higiénico que yo necesitaba.
Tras salir del cuarto de baño, le arrebaté de las manos el papel higiénico y me encerré de nuevo en él, decidida a poner fin a su estúpido juego contestando a cada una de sus necias preguntas. Aunque nunca le aclaré que lo haría de buena gana o con la verdad.
—¡Está bien, pesado! ¿Qué es lo que quieres saber?
—¿Qué tipo de persona te gusta? —preguntó mi hermano a través de la puerta.
—Hombres, en su mayoría —respondí sarcásticamente para ver si así lo escandalizaba, pero había olvidado por un momento que Ramiro no se perturbaba con facilidad.
—«No les hace ascos a las mujeres…» —musitó mi hermano burlonamente mientras lo apuntaba en su cuaderno. Sentada en el inodoro, reflexioné sobre la extraña actitud de mi hermano, preguntándome para quién estaría elaborando esas absurdas anotaciones. Y más importante aún: cuánto le pagarían—. Creo recordar que te gustan los chicos malos, ya que has abandonado a uno de los buenos —dejó caer Ramiro acusadoramente, ya que siempre había tenido predilección por Pedro. Lo que él no sabía era que Pedro había cambiado mucho desde que él lo conoció.
—Los buenos en ocasiones son gilipollas —repliqué bruscamente, negándome a explicarle a mi hermano pequeño más de la historia de cómo Pedro me había roto el corazón.
—Te creo —dijo Ramiro después de una pequeña pausa, como si reflexionara sobre mis palabras, algo que me sorprendió—. Bueno, pues nada. Dime cómo sería para ti el aspecto ideal de un chico malo —volvió a insistir Ramiro, y en ese momento dejé volar mi imaginación y le dije todas las cosas absurdas que pasaban por mi cabeza, sólo para que me dejara en paz. Después de todo, ¿qué podía hacer el idiota de mi hermano con mis absurdas exigencias, salvo buscar a un tipo que nunca llegaría a encontrar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario