Después de ignorarlo durante más de una semana, me decidí por fin a perdonar a ese idiota de Pedro, y aunque hice que me prometiera que no volvería a espiarme nunca más, no logré que confesara que él era el responsable de mi mala suerte con los chicos.
Para mi desgracia, mis hormonas estaban revolucionadas. Y mucho más cuando mis amigas sólo sabían hablar de besos y de chicos. Todas y cada una de ellas habían experimentado ya algún momento apasionado, mientras que yo, próxima a cumplir los quince años, no sabía nada del amor.
Decidida a acabar con mi ignorancia, me propuse elegir un sujeto con el que experimentar mi primer beso. Después de todo, muchas de mis amigas me habían asegurado que no hacía falta estar enamorada para vivir esa experiencia y yo quería dejar de ser la última y que se burlaran de mí constantemente.
Parecía un asunto sencillo el de elegir a un chico cualquiera y proponerle que nos diéramos un simple beso, pero no recordé un pequeño detalle: que todos me creían maldita, por lo que una simple mirada provocaba que todos huyeran despavoridos. «Bueno, casi todos», pensé cuando vi a Pedro persiguiéndome una vez más. Ignorándolo, me concentré en mis amigas, que, para mi desgracia, estaban comenzando una de esas ridículas conversaciones que tanto me alteraban.
—¡Paula, no me puedo creer que siendo la amiga de la infancia de Pedro nunca hayas pensado en salir con él! —declaró Amelia, una de mis compañeras, mientras admiraba a Pedro desde la distancia.
—Es tan guapo... —suspiró entonces Connie, otra de sus más fervientes admiradoras sin dejar de hacerle ojitos.
—Seguro que si lo sedujeras podrías tenerlo en la palma de tu mano y hacer que él hiciera lo que tú quisieras. ¡Es obvio que está loquito por ti! —explicó Amelia, que era bastante atrevida.
—Pedro ya hace lo que le digo, y para ello no me hace falta seducirlo — repuse, descartando por completo esa estúpida idea.
—Entonces, ¿por qué no le pides a él que te dé tu primer beso? —insistió Amelia.
—¡Sí! ¡Ésa es una idea estupenda! Seguro que él no huirá como los otros chicos, Paula —me animó Elisa.
—No, no es una buena idea porque él es mi amigo. Y nada más —concluí tajantemente, mostrándoles a esas dos pesadas lo evidente y tratando de acabar de raíz con esa estúpida conversación. Aunque un rato después, sus atrevidas ideas no dejaron de dar vueltas en mi cabeza llevándome sin remedio a cometer alguna que otra locura.
Cuando las clases terminaron, me reuní con Pedro en la solitaria biblioteca para asistir a las clases de apoyo que últimamente me daba. Y mientras él trataba de explicarme cómo resolver un nuevo ejercicio, yo no dejaba de mirarlo, intentando contemplarlo esta vez como el hombre al que me había resistido a ver y admitiendo que, aunque quisiera negarlo, mi amigo se había convertido en un chico muy atractivo.
Por eso y porque quería acabar de lleno con mi ignorancia en un tema en el que mis amigas ya eran expertas, no pude evitar hacerle una precipitada petición que lo pilló un poco por sorpresa.
—¿Pedro?
—¿Sí, Paula? —preguntó despreocupadamente mientras anotaba el resultado de una ecuación.
—Bésame —le pedí. Entonces Pedro apretó el lápiz con demasiada fuerza, provocando que la punta de éste se rompiera.
—¡¿Qué?! ¿Qué has dicho? —preguntó, muy confuso.
—¡Te he pedido que me beses! —exigí, enfadada porque me hiciera repetir mi vergonzosa proposición. Aunque me enfadé aún más cuando el muy estúpido me dio un rápido beso en la mejilla.
—¡Ahí no, aquí! —dije, señalando mis labios con uno de mis dedos para luego pasar a ponerle morritos y cerrar mis ojos como había visto hacer en las películas.
Como no ocurrió nada, acabé abriendo los ojos para encontrarme a un molesto Pedro que, cruzado de brazos, me reprendía con la mirada mientras me exigía una explicación para ese absurdo comportamiento.
—¿Por qué quieres que te bese? —me interrogó con un áspero tono de voz que me mostraba su irritación, haciéndome pensar que tal vez mi proposición no había sido la más acertada.
—Porque todas mis amigas ya han besado a alguien y yo quiero saber lo que se siente. Se lo propondría a otro si no fuera porque todos los chicos huyen de mí...
—¡Ah, entiendo! Es sólo porque resulta que soy el más conveniente, ¿verdad? —replicó Pedro, cada vez visiblemente más molesto.
—¡Bueno, déjalo! ¡No te pongas así, ya encontraré a alguien! —exclamé exaltada, poniendo fin a esa conversación en la que únicamente estaba haciendo el ridículo. Pero mientras me alejaba de su lado, él cogió con firmeza una de mis manos y, arrastrándome hacia él, hizo que me sentara en su regazo.
Cuando sentí sus fuertes brazos rodeándome, mi cuerpo se acaloró. Pedro me apretó más contra sí, haciendo que sus latidos y los míos fueran al unísono. El roce de su piel hizo que la mía se estremeciera y se erizara, y más aún cuando una de sus manos acarició lentamente mi cuello antes de apartar mi pelo hacia un lado para susurrarme al oído la lección que ese día aprendería de él.
—Tus razones para besar a alguien son de lo más estúpidas, Paula. Deseo — dijo, mientras acariciaba tentadoramente mis labios con su pulgar—, pasión — continuó, acercando sus labios a los míos, sin llegar a tocarlos— y amor... — añadió, apartándose de mi boca sin llegar a tocarla mientras me miraba fijamente para ver si sus palabras habían llegado a mí—. Hasta que no sientas algo de eso por mí, éstos son los únicos besos que recibirás de mi parte —finalizó, haciendo que bajara mi rostro para besar castamente mi frente.
Luego, me apartó de él, se levantó de su silla y se alejó de mí sin darme tiempo a decirle que sus palabras me habían dejado confusa y que, tal vez, alguna de las exigencias que me pedía estaba comenzando a cumplirse.
Pensé en confesárselo más tarde, tal vez cuando estuviéramos a solas de nuevo. Pero entonces, antes de marcharse, se volvió hacia mí y me traicionó de la manera más ruin, quedando totalmente descartado como el hombre al que le entregaría mi primer beso.
—Paula, tendré que irme a la ciudad dentro de una semana. Allí realizaré una prueba para ir a un prestigioso instituto el año que viene. Según mis padres, así lograré que mis notas se eleven para poder acceder a una universidad importante, y tal vez tenga que irme a estudiar al extranjero —dijo, pasándose nerviosamente una de sus manos por sus cabellos.
—¡¿Me abandonas?! —grité furiosa, porque desde que tenía cinco años había permanecido siempre a su lado sin permitir que nadie me alejara de él. Y ahora era él quien se apartaba de mí.
—No..., sí… no lo sé —contestó, confuso.
—¡Pues perfecto! ¡Espero que no vuelvas jamás! —exclamé airadamente mientras recogía mis cosas, tratando de retener unas malditas lágrimas—. ¡Y no pienses ni por un momento que esto se volverá a repetir! —señalé, recordándole mi estúpida petición—. ¡Porque, mira tú por dónde, pienso seguir tu consejo y besar en un futuro a la persona por la que sienta algo! ¡Y ése, definitivamente, nunca serás tú, Pedro! —terminé, sabiendo que le hacía daño con cada una de mis palabras. Pero es que él también me lo había hecho a mí con las suyas, unas palabras con las que reconocía que había permitido que lo alejaran de mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario