—Qué preferís, ¿una mariposa en el culo, un corazón en el pecho o una cadena en el bíceps? —preguntó Daniel a sus amigos mientras contemplaba a Pedro desmayado sobre uno de los sillones del salón de tatuajes, llegando a la conclusión de que ese chico no era bueno aguantando el alcohol.
—Tío Daniel, estos tatuajes no son de los que se van en dos semanas... —indicó Nicolas, señalando el equipo del profesional que esperaba a que le dijeran qué diseño elegían para su cliente mientras sujetaba su máquina de tatuar en una mano.
—Sí, es cierto, Nicolas. Pero, como no recuerdo dónde estaba ese local, creo que este mismo nos servirá —repuso Daniel despreocupadamente sin dejar de observar los dibujos expuestos ante él, tal vez para elegir el más vergonzoso.
—¡Papá, dile algo! —exigió Nicolas a su padre, intentando salvar a su amigo quien, una vez más, había desoído sus consejos para seguir las desacertadas recomendaciones de uno de los miembros de su familia.
—Ese diablillo no está mal para el trasero... —apuntó Jose, ganándose una desaprobadora mirada de su hijo.
—¡De eso nada! A mí me gusta más esa brújula, y que la lleve grabada en el pecho para que no vuelva a perderse nunca más —objetó Alan, decidido a hacer de esa visita una nueva lección para ese hombre que todavía tenía mucho que aprender de la vida y, sobre todo, de las mujeres.
—¿Estáis locos? Qué pensáis hacerle a Pedro, ¿tatuarlo mientras está inconsciente? —inquirió Nicolas, tratando de meter algo de lógica en las cabezas de esos incoherentes sujetos—. ¿Sabéis siquiera lo que dirá cuando despierte y se encuentre uno de esos ridículos dibujos grabado en su cuerpo?
Pero las palabras de Nicolás no hicieron que esos obtusos individuos recapacitaran y se retractaran de sus acciones, sino que más bien los espoleó a cometer otro más de sus disparates cuando comenzaron a pelearse por ver cuál de los diseños que cada uno había elegido sería el más adecuado para Pedro. El resultado fue el de siempre: como esos tres no se ponían de acuerdo, tomaron una decisión y Pedro acabó con varios tatuajes. Ello demostraba que, aunque tal vez no llegara a ser un chico malo, realmente sí que era un idiota total cuando se emborrachaba.
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