Mi familia me tenía bastante vigilada después de mi escapada, y mi madre no paraba de atosigarme con folletos de universidades para que hiciera una elección para la que no estaba preparada.
La única carrera que podía llegar a interesarme era la de Bellas Artes, pero yo no tenía paciencia alguna para ponerme delante de un lienzo durante horas con un pincel hasta que me viniera la inspiración, y tampoco era demasiado tolerante con las críticas de aquellos que se creían expertos.
Mis lienzos favoritos eran las blancas y viejas paredes de edificios olvidados.
Mis herramientas: los espráis de pintura, que mi madre detestaba; y mis críticos: todos aquellos que se pararan a observar esa pared que antes habían ignorado.
Algunos en el pueblo decían que desperdiciaba mi talento cometiendo gamberradas, pero yo no opinaba lo mismo cuando contemplaba la sonrisa de las personas al ver un nuevo tramo de calle lleno de color que alegraba su día a día.
Apartando a un lado esas molestas solicitudes una vez más, recordé que a pesar de la promesa que nos hicimos no pude volver a contactar con Pedro desde que nos separamos. Sospechaba que la bruja habría hecho todo lo posible por meterse de por medio, como siempre hacía, para alejarme de él.
Muy pronto se acabaría el verano y Pedro volvería a la universidad donde, aunque tendría más libertad para comunicarse conmigo, sin duda se encontraría demasiado lejos de mí para mi gusto. Preocupada, miré una vez más el calendario donde tenía señalada la fecha del cumpleaños de mi amigo, así como el sobre que tenía entre mis manos, algo que cada vez que observaba me hacía enfurecer. En su interior venía una nota que anunciaba la celebración de una grandiosa fiesta de cumpleaños en honor de Pedro en un caro hotel, para luego especificar que yo no estaba invitada a ella. No dudé ni por un segundo que esta jugarreta era obra de la bruja, que pretendía burlarse de mí mientras intentaba separarme de él.
Pero yo estaba más que dispuesta a asistir al cumpleaños de Pedro, por más impedimentos que se cruzaran en mi camino. Después de todo, él era mi más preciado amigo, un amigo al que aún no sabía qué regalar. Aunque, realmente… ¿Qué se le podía regalar a un hombre que tenía en su poder todo lo que se podía comprar con dinero?
Y mientras no dejaba de darle vueltas a este tema, mis ojos no pudieron evitar fijarse en la colección de osos de peluche que guardaba de Pedro en mi habitación. Desde que solo éramos unos críos Pedro había intentado conquistarme a su manera. Tal vez ya era hora de que yo comenzara a conquistarlo a él y le recordara por qué no debía romper nuestra promesa.
Así que, arrancándole una horrenda pajarita a uno de esos melosos osos que siempre me recordarían a Pedro, sonreí pícaramente al saber cuál era el regalo perfecto para llamar su atención. Ahora sólo faltaba lo más difícil: llegar hasta él para entregárselo.
—Pero ¿para qué está la familia? —me pregunté a mí misma con una confiada sonrisa cuando vi a través de la ventana de mi cuarto a mi querido hermanito Ramiro y a mi inestimable primo Nicolas, que conversaban en el patio trasero.
El primero era fácil de convencer siempre que tuviera dinero o algo con lo que sobornarlo, y respecto a mi querido primo, sin duda me adoraba y nunca podría negarme nada, ya que yo era el familiar que más apreciaba.
—¡Me niego! —declaró solemnemente Nicolas a su prima cuando ésta le planteó una más de sus locuras.
—¡Venga ya, Nicolas! ¡Sabes que sin ti no puedo hacerlo! —se quejó Paula mientras golpeaba el suelo con su pie, mostrando el comienzo de una de sus rabietas.
—¡Por eso mismo me niego! Tanto tú como Pedro siempre me metéis en medio de vuestras locuras y soy yo el que acaba llevándose la peor parte.
—¡Pero Nicolas, yo quiero ir a esa fiesta de cumpleaños! ¡Porfaaaaaaa! — suplicó Paula, tan infantilmente como hacía cuando era niña, mientras se agarraba con fuerza al brazo de su primo.
—No, Paula. Esta vez no voy a ceder a tus peticiones, primita, y nada de lo que hagas o digas va a hacerme cambiar de opinión.
Paula se soltó de Nicolas, que parecía totalmente decidido a dejarla sola en esta nueva aventura. Al parecer había olvidado lo sucio que podía llegar a jugar Paula cuando quería conseguir algo, pero a ella no le importó recordárselo.
Cruzándose de brazos, Paula miró con superioridad a su primo, quien con la amplia sonrisa que mostraba su rostro creía neciamente haber conseguido una victoria en ese encuentro.
—De acuerdo, Nicolas: si no me acompañas, lo haré yo sola. Y cuando me pillen, les diré a todos, entre inconsolables lágrimas, que tú me diste esta idea y que luego me dejaste sin compañía.
Nicolas se quedó boquiabierto ante el atrevimiento de Paula, y las réplicas que tenía preparadas para volver a negarse fueron silenciadas cuando Paula añadió:
—Y te recuerdo que mis lágrimas siempre son muy convincentes...
—¿Sabes? Un día me voy a tomar la revancha por cada uno de tus chantajes... —advirtió Nicolas, bastante molesto, sin poder evitar acceder a las exigencias de su prima.
Y mientras se dejaba arrastrar a una de esas nuevas aventuras en las que, ya fuera Pedro o Paula, siempre lo enredaban, rogó para que en esa ocasión la idea de Paula no fuera demasiado disparatada, y también para que el castigo que seguramente le acarrearía no fuese demasiado severo. Pero ¿a quién pretendía engañar? Si se trataba de la salvaje de Paula, sin duda esa escapada para celebrar el cumpleaños de Pedro sería toda una locura.
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