jueves, 24 de diciembre de 2020

CAPÍTULO 33

 


—Creo que hoy tampoco me perdonará, y eso que encontrar esos regalos me ha costado lo mío… —comenté con desánimo a mi amigo Nicolás mientras me derrumbaba en la barra del pequeño bar que había junto a la piscina.


—¿Y qué esperabas? Has atosigado a Paula con decenas de caros presentes que no le importan en absoluto, pero en el proceso has olvidado lo más importante.


—¿El qué? Le he regalado bombones, joyas, la más lujosa estancia del hotel… ¡Incluso un oso de peluche como los que le gustan! Creo que no me he olvidado de nada, a no ser… ¡Ya lo tengo! —exclamé de repente, llevándome una mano a la cabeza—. ¡Vestidos! Es eso, ¿verdad? Después de todo, ¿a qué mujer no le gusta la ropa de marca?


—¿Qué mierda te ha enseñado tu familia en estos tres años, Pedro? ¿Es que con la distancia acaso te has olvidado de cómo tratar a Paula? Hay cosas, amigo mío, que en esta vida no se pueden comprar. Y para tu desgracia, una de ellas es el perdón de Paula; así que, para variar, deja de hacer ostentación de tu dinero y discúlpate con ella —declaró Nicolas, molesto, mientras se disponía a dejarme solo con mi desgracia haciéndome ver que en mi intento por buscar el perdón de mi amiga había olvidado lo más básico: unas simples palabras que mostraran mi arrepentimiento.


—Por cierto, tú pagas la cuenta —señaló Nicolas, antes de marcharse.


—¿Pero no me has dicho hace un segundo que dejara de presumir de mi dinero?


—Sí, pero como a mí no tienes que conquistarme, puedes gastarte todo el dinero que quieras conmigo. Después de todo, entre tú y yo hay algo más que una simple amistad —repuso el muy condenado con una maliciosa sonrisa en el rostro, recordándome mi estúpida confusión cuando me escabullí al cuarto de Paula. Y para terminar de rematar la situación, las avispadas amigas de Paula, que también se encontraban en el bar, oyeron sus palabras, que pronunciadas en un tono bastante serio podían parecer ciertas para todo aquel que no viera su pérfida sonrisa.


Desde mi posición en la barra observé cómo las indecisas compañeras de Paula titubeaban, sin decidirse a acercarse a mí o no, y escuché con mi agudo oído alguna de sus mayores dudas, lo que me llevó a maldecir una vez más a mi amigo por sus estúpidas bromas y los líos en los que me metía.


—¿Estás segura de que no tiene un lío con Nicolas? —oí que preguntaba una avergonzada joven a otra, sin dejar de dirigirme suspicaces miradas.


—No creo que sea de ésos... —opinó una atrevida rubia mientras me devoraba con una de sus miradas.


—¡Pues vamos! Después de todo, lo hacemos por Paula. Y conociéndola como la conozco, no dudo de que esto será lo mejor... —dijo decidida una pequeña morena a la vez que se acercaba a mí, alguien a la que no tardé en reconocer: se trataba de Elisa, la inseparable amiga de Paula que había visto en más de una ocasión cuando visitaba la casa de los Lowell.


—¡Toma, Pedro! —dijo la chica sin más, colocando la llave de una habitación junto a mí.


Confundido, me volví hacia el trío de mujeres que de inmediato me aclararon el significado de su gesto.


—Pasaremos toda la noche festejando, y Paula no está invitada en esta ocasión…, así que aprovecha bien la oportunidad que te damos —anunció la rubia.


—¡Porque no habrá otra! —exclamó amenazante la chica que aún se cuestionaba mi virilidad.


—¡Vaya! ¡Gracias, muchas gracias! —respondí con alegría, sin poder evitar abrazarlas por la oportunidad que me brindaban. Luego, simplemente corrí para preparar esa disculpa que Paula nunca podría rechazar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario